El Secreto De La Esmeralda

Capítulo 14: Muerta en Vida

Capítulo 14: Muerta En Vida

Un mes después

Kele

El salón de clases estaba casi vacío. Solo quedaban unos pocos estudiantes repasando para los exámenes finales, pero el bullicio de antes había desaparecido. Todo se sentía opaco, detenido en un tiempo que no avanzaba. Yo me sentía atrapado en ese mismo vacío.

No puedo dejar de pensar en ella.

Alex y yo estábamos sentados en un rincón de la sala, nuestras mochilas olvidadas en el suelo. Aunque estábamos juntos, nos separaba una distancia abismal, una que no podíamos cruzar. Todo lo que había pasado seguía pesando en mi pecho como una losa.

— ¿Te has dado cuenta de lo diferente que está? —pregunté en voz baja, sin apartar la vista de la ventana. Afuera, el sol se filtraba entre las nubes, pero no era suficiente para iluminar la oscuridad dentro de mí.

Alex asintió, pero no dijo nada. No hacía falta. Ambos lo sentíamos.

Esmeralda, mi Esmeralda, ya no era la misma.

Había pasado un mes desde la muerte de su padre, y todo lo que quedaba de ella era una sombra. Su energía, su fuego... se habían extinguido. Ahora solo existía, sin vida en su mirada, sin propósito en sus pasos.

La vi esta mañana cuando fui a buscarla para ir a clases. Lo que encontré me desgarró por completo. Su piel estaba pálida, su cuerpo frágil, como si el viento pudiera romperla en cualquier momento. Sus ojos, antes llenos de intensidad, estaban apagados. Pero lo que más me dolió fue que ni siquiera me miró.

Ya no intentaba esconder su dolor. Ya ni siquiera luchaba.

Mis manos se apretaron sobre el escritorio, clavando las uñas en la madera. Quería aferrarme a algo, a cualquier cosa que me hiciera sentir que no la estaba perdiendo. Pero la realidad era otra. No podía alcanzarla.

— No sé qué hacer, Alex —admití con la voz rota—. Está... vacía. No está aquí.

Alex tardó en responder. Lo vi apretar la mandíbula, luchando con su propia impotencia.

— Lo único que podemos hacer es estar aquí, Kele —dijo finalmente, pero sus palabras sonaron tan vacías como mi alma—. A veces... eso es lo único que podemos hacer.

Quise creerle, pero ¿qué significaba "estar ahí" cuando ella ni siquiera nos veía?

Tragué el nudo en mi garganta.

— Lo sé... pero ni siquiera me escucha. Es como si yo ya no existiera para ella.

Era la verdad.

Esmeralda nos miraba sin vernos. Respiraba sin vivir. Caminaba sin rumbo.

Y yo... me sentía culpable.

Si esa noche no la hubiera dejado sola... Si tan solo hubiera encontrado las palabras correctas para explicarle... Si le hubiera dicho que la amo antes de que todo se derrumbara...

Dios, todo sería diferente.

La puerta del salón se abrió y ambos levantamos la vista.

Esmeralda apareció en el umbral, avanzando con pasos pesados.

Su figura era delgada, más de lo normal. Sus movimientos parecían mecánicos, como si su cuerpo estuviera en piloto automático. Pero lo peor fue su mirada.

Vacía.

No nos saludó. Ni siquiera nos miró realmente. Solo pasó de largo, como si fuéramos fantasmas.

Algo en mi pecho se desgarró.

Ella ya no estaba aquí.

Alex me miró con desesperación.

— Kele... esto no puede seguir así. ¡Ella se está desmoronando!

Mi corazón se detuvo por un segundo.

Lo sabía.

Pero no sabía cómo detenerlo.

— Voy a hablar con ella —dije, aunque ni yo mismo estaba seguro de que eso cambiaría algo.

Y cuando Esmeralda se detuvo junto a Alex, con la voz más débil que jamás le había escuchado, supe que esta batalla sería más difícil de lo que imaginé.

— A... Alex, ¿podemos caminar? —susurró.

Mi cuerpo se tensó. ¿Por qué no a mí?

Alex me miró con preocupación antes de asentir.

La vi alejarse con él, y aunque estaba justo frente a mí, sentí que se iba para siempre.

~*~

Dos meses después

Alexandra

La persona que caminaba junto a mí no era Esmeralda.

No la que conocí.

No quedan rastro de aquella chica que me salvó la vida, la chica que conversaba conmigo sobre sus pinturas, sus libros favoritos o sus películas favoritas no existe. Ya no quedan rastros de aquella chica que me dio la oportunidad de tener la familia que siempre quise.

Su mente estaba en otro lugar, atrapada en un laberinto de sombras.

Hoy en clase, cuando el profesor le preguntó algo, tardó demasiado en responder. Cuando finalmente lo hizo, fueron solo sílabas sueltas, inconexas. Me partió el alma verla así.

Ahora, Kele y yo la esperábamos junto a su casillero. Queríamos sacarla a distraerse, aunque fuera solo por un café. Algo. Cualquier cosa.

— Esme, ¿quieres ir por un café? —preguntó Kele con cuidado.

Ella bajó la mirada.

— ...No...

— ¿Segura? Yo invito.

— ...Sí...

Kele suspiró con frustración. Yo también.

Empezamos a caminar en silencio, hasta que vi su cuerpo tensarse de repente.

Sus pasos se volvieron torpes.

— Esme... —la llamé.

No respondió.

Y entonces, lo sentí.

Olor a quemado.

El mismo que nos envolvió esa noche.

El mismo que le recordaba la noche que destruyó su vida.

Vi sus pupilas dilatarse. Su respiración se volvió errática. Sus manos temblaban.

—¡Esme! —grité justo antes de que chocara contra la pared.

Se detuvo en seco, parpadeando como si estuviera regresando de un abismo.

No pensé. Solo tomé sus manos.

Frías.

— Esme, estamos aquí —susurré—. No estás sola.

Ella no me miró.

Solo murmuró, con la voz más rota que jamás le había oído.

— ...Sí...

Y luego, nada más.

Me quedé sosteniéndola, pero la sensación era la misma:

No podía alcanzarla.

~*~

Kele y yo habíamos logrado sacarla al aire libre cuando una risa burlona nos detuvo en seco.




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