El Secreto De La Mansión Embrujada

Capítulo 7

Fragmentos del eco

Gabriel

A veces me pregunto si todo esto ya estaba escrito. Como si hubiéramos seguido un camino invisible marcado mucho antes de que alguno de nosotros naciera. Tal vez ese pensamiento sea una forma cobarde de justificar lo que siento... lo que temo.

La mansión ya no es solo un lugar antiguo con secretos. Es como un ente. Uno que observa, que susurra, que se mueve con nosotros. Y cuando nos separamos esa noche, lo supe: algo en ella se despertó.

Todo comenzó con un sonido. No uno fuerte o aterrador, sino algo sutil. Un clic, como si una cerradura se abriera por sí sola.

Estábamos en el pasillo del ala este, intentando entender el mapa dibujado a mano en el diario de Isadora. Iván y Sofía discutían si un pasadizo marcado como "puerta del olvido" existía realmente o era una metáfora. Luna se burlaba, como siempre, pero esta vez había tensión en su risa. Marcos caminaba de un lado a otro, con la linterna en alto.

Fue entonces cuando escuchamos ese clic. Como si algo... nos invitara.

—¿Lo oyeron? —pregunté en voz baja.

—Sí —dijo Valeria, a mi lado, con la linterna temblándole un poco en la mano—. Vino de esa dirección.

Nos miramos todos. Hubo un silencio denso, como si el aire mismo esperara nuestra decisión.

—Deberíamos dividirnos —sugirió Marcos, rompiendo la quietud—. Así cubrimos más terreno.

No me gustó la idea. Lo sentí en el estómago, como una punzada. Pero nadie lo cuestionó. La mansión nos quería dispersos. Y nosotros, como idiotas, obedecimos.

Valeria fue con Iván al ala oeste. Luna y Marcos bajaron al invernadero. Yo me quedé con Sofía. Caminamos en dirección al sonido, linterna en mano, cruzando un corredor tapizado con cuadros torcidos y moho en las paredes.

—Está más oscuro aquí —susurró ella.

Asentí. Incluso el aire olía distinto. Más... antiguo. Más podrido.

Al fondo del pasillo había una puerta que antes estaba cerrada. Lo sabíamos porque la habíamos intentado abrir la primera noche, sin éxito. Pero ahora estaba entreabierta. Como si la casa nos hubiese dado permiso.

Entramos.

La habitación estaba llena de polvo, pero no era como las otras. Esta tenía las paredes cubiertas con cortinas de terciopelo negro y un suelo con un patrón de madera en espiral. Al centro, había un gran espejo cubierto con una sábana. Y frente al espejo, una silla... girada hacia la pared.

Me acerqué al espejo. Sentí una punzada en la nuca. Algo me decía que no debía destaparlo.

—Gabriel... —Sofía me llamó desde el rincón opuesto—. Tienes que ver esto.

Fui hacia ella. Había descubierto una trampilla en el suelo, oculta bajo una alfombra raída. Tenía un símbolo tallado: un círculo con un triángulo dentro, y en el centro, un ojo. Lo reconocí al instante. Estaba en uno de los dibujos del diario de Isadora, al lado de una frase:

"Donde el símbolo se repita, el velo se debilita."

—¿Crees que debamos abrirla? —preguntó Sofía.

—Ya estamos aquí, ¿no?

Ella tragó saliva, asintió, y juntos empujamos la trampilla. Un crujido seco y un golpe sordo nos revelaron una escalera estrecha que bajaba hacia la oscuridad.

Mientras descendíamos, mi corazón martillaba. Podía sentir cómo la mansión nos tragaba más y más. La linterna temblaba en mi mano, no por miedo —eso me decía a mí mismo—, sino por el frío que emanaba del túnel.

Abajo, encontramos una pequeña cámara de piedra. En una de las paredes, había un altar con símbolos pintados con lo que parecía sangre seca. Y sobre el altar... un nuevo fragmento del diario.

La letra era más temblorosa, como si Isadora lo hubiese escrito en sus últimos días:

Ø "El espejo es la puerta. Pero solo la sangre podrá abrir lo que fue sellado. Mi hijo... él es la llave. Perdóname."

—Gabriel... —susurró Sofía con la voz quebrada—. ¿Ella... ella sabía todo esto?

No respondí. Porque una parte de mí ya lo sospechaba. No sé cómo, pero algo dentro de mí se activó al leer esas palabras. Sentí el pecho arder. Como si una memoria olvidada intentara salir.

Entonces escuchamos un ruido arriba.

Un golpe.

Un susurro.

—Gabriel —dijo Sofía—, hay alguien ahí arriba.

Subimos corriendo, casi tropezando en la escalera. Al llegar a la habitación, la silla que antes estaba girada... ahora nos miraba de frente.

Y el espejo.

La sábana ya no lo cubría.

Nos reflejaba. Pero... no del todo.

En mi reflejo, había algo más. Una silueta detrás de mí. Alta. De ojos blancos. Sonriendo.

Me di la vuelta.

No había nadie.

Nos encontramos con los demás poco después, cerca de la biblioteca. Marcos tenía un corte leve en la ceja, decía que una rama "se movió sola" en el invernadero. Luna no dijo nada, pero se veía pálida. Iván hablaba más bajo de lo normal. Valeria me miró apenas unos segundos. Lo suficiente para que supiera que algo también les había pasado.

No necesitábamos hablar mucho.

La mansión nos estaba separando. Y cada vez parecía más viva.

Yo solo pensaba en la frase de Isadora.

"El espejo es la puerta."

Y en la palabra que ahora retumbaba en mi cabeza cada vez que la miraba a ella.

Llave.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.