Durante esa mañana el aire estaba fresco y algunas nubes andaban en el cielo. Nubes que se levantaban desde la tierra, pues la neblina había inundado el bosque totalmente, aunque ya estaba despareciendo cada vez más con el pasar de las horas. La neblina salía del profundo bosque y en lo alto se formaban nubes muy grandes. Algunas otras nacían en el horizonte y otras más eran jaladas por el viento sin rumbo fijo.
En la cascada el viento corría suave, era un viento húmedo y agradable que envolvía en frescura el rostro de cada uno de los que ahí se encontraban, pero había algo que no cuadraba bien. Había algo en la nueva Colibrí, algo que Carlo no podía descifrar. Pero no se trataba de sus ojos ni de su pelo ni de su voz. Ya que todo aquello seguía siendo igual.
Hubiera sido fácil darse cuenta que no era ella si su actitud hubiera sido la de Zuleica, pero no fue el caso, ya que la nueva Colibrí sonreía y lo veía igual que antes. Era inteligente y sabía fingir muy bien. Era dulce y cariñosa, también amable y tierna.
―Pensé que me ibas a decir todo desde el principio puchungo, digo, Gueppin…
Él la miró sentarse mientras pronunciaba aquellas palabras. Él también se sentó.
―¿Por qué no me dices nada, Gueppin? ―preguntó la Colibrí falsa. A pesar de que se esforzaba por ser dulce, temía que él se diera cuenta de la suplantación.
―Colibrí… ―se había quedado en silencio porque no sabía si era el momento ideal para revelarle quién era―. Antes de decir cualquier cosa, prométeme que nunca me odiarás ―suplicó el joven, pensando que ella no lo querría ver más por ser un príncipe.
―Por supuesto que no, jamás te odiaría. Ni siquiera lo pienses ―le dijo ella mirándolo a los ojos.
Carlo tomó la mano de Zuleica y la llevó a su corazón. Ella sintió que el corazón se le salía, por el simple hecho de tocar el torso de Carlo.
―¡Ay qué fuerte eres! ―dijo ella emocionada y él no pudo evitar reírse.
―Te amo ―le respondió él―. Pero no quiero que sientas mi piel, sino mi corazón. Escúchalo con tus manos, siéntelo y verás de qué hablo.
La chica sintió con su mano el corazón de Carlo y notó que latía muy fuerte. Él llevó la mano de Zuleica por debajo de su camisón blanco y ahora le tocaba la piel. Ella era la más emocionada por eso. Un calor recorría su cuerpo. No podía creer lo que estaba sucediendo. Karla no lo imaginaría jamás, pero tampoco pensaba decirle.
―Late por ti, solo por ti, Colibrí. Y temo que me digas adiós una vez que te diga toda la verdad. Si eso ocurre mi corazón se apagará…
Ella retiró la mano y sintió bastante confianza. Colocó sus dos manos en las mejillas de Carlo y le dijo mirándolo a los ojos:
―Nada hará que me separe de ti… ―dijo en voz alta, y para ella misma pensó:
“Absolutamente nada. Tú serás mío, príncipe y de nadie más”.
Él tomó las manos de la falsa Colibrí y las entrelazó con las suyas.
―Entonces… llegó el momento de la verdad ―dijo serio y temeroso.
Ambos estuvieron frente a frente y Zuleica disfrutó mucho sentir sus manos entre las de Carlo. Él no imaginaba que ella lo sabía todo.
―Me enamoré de ti desde niños y mi corazón solo supo hacer una cosa: amarte ―suspiró―. Pero nunca te pude decir algo que debías saber, ya que de ello dependía lo nuestro. Pero se me hizo fácil no decirte nada, ya que cuando estoy contigo todo es perfecto y nada me falta. Sin embargo… ―el joven hizo una pausa y ella le indicó con la mirada que continuara―… todo ha llegado a su límite. No te quiero perder, pero es que mis padres me están exigiendo… casarme con otra persona.
Zuleica se quedó en silencio, imaginando cómo reaccionaría la verdadera Colibrí.
―Pero tú me quieres a mí, no tienes por qué casarte con alguien más ―dijo pareciendo inocente―. Además, ¿por qué quieren casarte con alguien más?
―Por la razón que me separa de ti, porque no soy quien tú crees.
―¿A qué te refieres? ―preguntó asombrada la joven, fingiendo no saber nada y Carlo bajó la mirada. Luego miró la chica.
―Amada mía, no soy un hombre de campo como te he dicho ―Zuleica permaneció callada esperando que continuara―. No sé si esto nos separe, pero tienes que saberlo. Colibrí ―Carlo se aseguró que lo viera sin parpadear―, mi nombre real es Carlo Villaseñor y soy el príncipe de Valle Real.
Ambos se quedaron mirando uno al otro sin parpadear.
―¡Oh! ―dijo Zuleica abriendo la boca como pescado. Luego se levantó y caminó hacia la cascada y él fue tras ella.
―Lo ves ―dijo Carlo―, esto cambia todo. Tal vez ahora no quieres saber nada de mí ―dijo con tristeza.
La joven volteó y lo miró.
―Yo te amo ―mintió―. Pero tal vez quien no quiera saber más de mí seas tú.
―Eso nunca ―respondió Carlo negando con la cabeza―, a mí no me importa que tú seas pobre y yo el príncipe, porque te quiero como a nadie, lo dejaría todo por ti.
“Maldito”, pensó Zuleica apretando su mandíbula. El príncipe realmente amaba a la otra.
―Es que… hay algo que debes saber sobre mí ―dijo ella fingiendo tristeza.
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romance y misterio, secretos y aventura, gemelas princesa y plebeya
Editado: 13.06.2020