Todos estaban en el mismo lugar, ya habían dado la bienvenida a sus compañeros ausentes. Se habían puesto a charlar sobre las cosas que habían hecho en los últimos tiempos. Los perros se distraían con algo de comida, sin alejarse mucho de sus actuales dueños, pues obedecían a cualquiera que les diera comida.
―¿Es eso verdad? ―preguntó sorprendido Frank dejando de afilar su espada, pues no creía lo que el Guiller les contaba.
Los seis ladrones estaban fuera de la choza, practicando ejercicios de combate.
El Guiller hacia sentadillas. Erick se había puesto a luchar contra Jame. Se escuchaban las espadas chocar una contra otra. Isaac estaba practicando su habilidad para trepar los árboles. Se balanceaba de una rama a otra. Rick estaba haciendo lagartijas con una sola mano. Pronto cambió de ejercicio y comenzó a hacer abdominales.
―¡Claro que es verdad! Ahora soy un guardia en el palacio real ―dijo el Guiller presumiendo. Dejó de hacer sentadilla y se puso a saltar la cuerda.
―Vaya Guiller, ¡es increíble como haces ejercicio! ―comentó Rick con sorna.
El Guiller no le hizo caso y continuó saltando la cuerda, pero ahora más rápido. De pronto la cuerda se le enredó en los pies y cayó como tronco. Dio un grito y todos los demás se rieron a carcajadas. Los únicos que no se rieron fueron Erick y Jame, quienes estaban concentrado en su lucha.
Isaac había dejado de trepar por los árboles, bajó y se acercó a los demás.
―Oye Erick, ¿tú que has estado haciendo en el reino? ―preguntó curioso.
Pero el joven no le hizo caso, ya que trataba de ganar la lucha que tenía contra Jame. Ninguno se daba por vencido.
―Déjalos Blanquito, están muy entretenidos. Mejor que el Guiller nos cuente cómo le hizo para entrar al palacio real ―dijo Frank, quien seguía afilando su espada.
El Guiller no le dio importancia a su caída y también se rio junto a los demás y dijo:
―Pues solicitaban un jardinero, así fue como entré. Después descubrieron mis habilidades para pelear y me pudieron de guardia ―sonrió.
―¡Que suerte la tuya! ―dijo Isaac.
―¿Por qué lo dices, Blanquito? ―preguntó el Guiller con cara de no entender nada.
―Porque a mí me encerraron bastante tiempo en prisión y hasta hace poco pude salir.
Rick terminó sus ejercicios y se acercó a los tres que charlaban.
―Pero ya estás aquí Isaac y no hay nada de qué preocuparse.
Todos sabían que ese día verían a la Bestia.
Los otros dos luchaban cada vez más rápido y más agresivo.
―¿No te piensas rendir? ―preguntó Jame con la respiración agitada, pues estaba cansado.
―¡Jamás! ―advirtió Erick cansado también.
Ninguno quería dar retirada. Ambos cambiaban de posición y demostraban que eran fuertes.
―Parece que estuviste entrenando, te veo más grande ―dijo Jame.
―Todos los días en el instituto practico esgrima y también artes marciales ―Erick parecía vencer a Jame, cuya espada estaba a punto de caer―. ¡Así vencer a mis enemigos! ―dijo con rabia y dio un empujón a su oponente, quien cayó a tierra y su espada muy lejos de él.
Erick miró a Jame en el suelo y recordó su última lucha contra Carlo, donde fue Erick el perdedor.
―¡Te odio Carlo! ―dijo enfadado y se dejó ir contra Jame con la intención de matarlo.
―¡Espera! ―dijo Jame asustado, no tenía con que defenderse y Erick parecía un loco. Estaba dominado por la ira.
Los demás estaban a unos cuantos metros y miraban impertérritos.
―¡Morirás, Carlo Villaseñor! ―advirtió Erick encolerizado.
Su espada apuntó hacia Jame, quien retrocedía poco a poco por el suelo, espantado. Erick levantó su espada y miró a Jame sin reconocerlo, estaba decidido a matarlo. Elevó la espada por el aire y...
―¡Basta Erick! ―se escuchó una voz estruendosa y una espada chocó contra la de Erick.
Por el impacto, Erick cayó al suelo, pues su oponente era la Bestia.
Erick quiso levantarse para contraatacar, pero cuando miró a su atacante, agachó la cabeza.
―Señor… ―dijo avergonzado, volviendo en sí―… lo siento, no sé qué sucedió.
La Bestia se acercó a él y le tendió la mano. A lo lejos Jame se sintió salvado.
―Que no vuelva a pasar ―comentó con su voz grave el que vestía de negro y ocultaba su rostro.
Los otros cuatro habían visto todo y estuvieron contentos de que su señor regresara. Corrieron hacia los demás.
―¿Estás bien, Jame? ―preguntó Erick―. Lo siento, no quise hacerte daño, solo que…
―Tranquilo Erick ―interrumpió Jame―, lo bueno es que no pasó a mayores. Aunque me dejaste impresionado por la fuerza que llegas a tener cuando estás enojado ―luego dirigió su mirada a la Bestia―. Gracias señor por salvarme.
―No hay nada que agradecer, Jame. Y tú Erick, debes aprender a controlar tus impulsos. Es una lástima que te vea en estas condiciones, aunque me agrada el hecho de que sigas siendo fuerte, como antes. Personas como tú merecen estar en mi equipo, solo debes evitar esos pequeños deslices.
Erick se sintió alagado.
―Señor… no sé cómo fue, pero le aseguro que aprenderé a controlarme ―el joven cambió el tema rápidamente―. Nos alegra a todos que haya venido.
―Hola señor ―dijo Rick―. Es un placer tenerlo de nuevo por aquí.
La bestia caminó un poco. Los seis presentes lo seguían con la mirada. Se detuvo y quedó a espaldas de todos, teniendo como vista el espeso bosque. Muy cerca había arboles enormes y decenas de animalitos que salían a disfrutar de un medio ambiente verde y agradable, en donde se respiraba aire puro y fresco. Había neblina que todavía no se elevaba por los aires y poco a poco desparecía con el avanzar de esa mañana.
La Bestia se dio media vuelta y habló en voz alta y fuerte:
―Me alegra saber que están bien ―dijo con su voz fingida―. Y de ahora en adelante los visitaré más seguido. Hay muchas cosas que tenemos que hacer. Porque ha llegado la hora de volver a los caminos reales y convertirnos en el terror de todos los ciudadanos de Valle Real.
#39280 en Novela romántica
#6473 en Chick lit
romance y misterio, secretos y aventura, gemelas princesa y plebeya
Editado: 13.06.2020