Parte uno: El comandante y la princesa
Ante aquel nombre el rey articuló confundido un casi inaudible:
«¿Eh?».
―¿Perdón? ―dijo Gisselle confundida.
El comandante no podía asegurar que se tratara de Zuleica.
―No, nada. Disculpe, quiero decir ―balbuceó―, mucho gusto su alteza.
El joven tomó su mano y flexionó la rodilla, inclinó la cabeza y le dio un beso tronado en la mano sin dejar de observarla. Gisselle se dio cuenta que Gloriett tenía razón sobre aquel hombre, pero había olvidado advertirle de su mirada penetrante de gris claro y vidriosa, la cual se enfrentaba a la mirada de la chica.
―El gusto es mío, comandante Márquez ―respondió ella esbozando una sonrisa nerviosa―, mi padre me ha hablado de usted alguna vez.
―Espero que no hayan sido cosas malas, princesa ―dijo el joven.
―Para nada ―contestó ella.
De pronto el rey interrumpió…
―Yo los dejaré solos un momento, enviaré a Abel por el maestro Yamil ahora mismo.
El comandante miró que el rey se marchó.
Gisselle caminó un poco por la estancia y él la siguió con la mirada, viendo la cortina de cabellos dorados que caían por su espalda, hasta la cintura. Entonces Adell Márquez se acercó a ella de manera sigilosa.
―Y dígame comandante, usted…
Pero antes de que Gisselle pudiera decir algo más, descubrió espantada que aquel hombre la abrazaba por la espalda con ahínco, agachándose un poco para que su cabeza quedara en el hombro de la princesa.
―Te he extrañado tanto, Zuleica, ¿por qué no has ido a verme, amor? ―dijo el comandante con los ojos cerrados, queriendo besar el cuello de la muchacha.
Gisselle forcejeó contra las manos que se entrelazaban en su vientre, pero eran fuertes y tenaces. El hombre la apretaba con intensidad.
―¡Suélteme! ―exigió ella con voz desesperada, tomando las manos del comandante entre las suyas, queriendo apartarlas, pero parecían dos tenazas―, ¡suélteme!, ―gritaba―. ¿Qué le pasa? ¿Está loco?
Los globos verdes de la chica querían salirse de sus cuencos.
El comandante no hizo caso a aquellas palabras y siguió aferrado a la cintura de la chica.
―Perdóname por favor todo lo que hice ―dijo suplicante el muchacho―. Sin ti, Zuleica, mis días han sido eternos martirios. Te he extrañado tanto, amor mío.
―¡Qué me suelte, le digo! ¡Barbaján! ―gritó impotente la princesa, pues era casi imposible librarse de aquellos brazos tan fuertes.
Él la giró sin despegarse de ella.
―Lo voy a hacer, pero tienes muchas cosas que explicarme. Y yo también a ti ―le dijo el comandante mirándola a los ojos.
―Libéreme, se lo ordeno ―exigió ella con chispas verdes saliendo de sus ojos y con los dientes apretados.
Estaba frente a su opresor, quien miraba sus labios y quería besarla.
―Por favor, Zuleica, ya sé que estás enojada conmigo. Perdóname, por favor, te lo pido; dime qué quieres que haga para remediar lo que hice, por favor, dime ―suplicó.
―Solo suélteme, por favor. Yo no soy Zuleica. ¡Me confunde!
―Dame un beso, por favor, como muestra de que me perdonas, sólo uno de los tantos que no me has dado, sólo uno de los muchos que antes ya me has regalado, lo necesito. Ándale, bésame como la última vez que te vi. Llena de tus labios los míos, apaga estas ganas que tengo de saborear ese dulce néctar que emana de tu boca, anda, no te niegues, Zuleica mía, no te niegues por favor.
«Este hombre está realmente loco», pensaba Gisselle, mirando cómo su rostro se acercaba al suyo.
Y Adell aproximó sus labios a los de la princesa, quien no había besado a nadie más en su vida que no fuera Guepp. Sin embargo, el comandante no era nada desagradable físicamente, por el contrario, era demasiado apuesto y atractivo; sus labios, jugosos y carnosos estaban muy próximos a los de ella, sería difícil resistir un beso suyo, o cuando menos un suave rose de esos labios. Gisselle pensaba que no había labios más hermosos que los de su adorado Guepp. Él la miró a los ojos, atisbando que ella se rehusaba a besarlo, pero sus deseos eran más fuertes y…
―¿Qué sucede aquí? ―irrumpió Gloriett gritando, entre sorpresa y susto por lo que veía.
Salía de la cocina con un plato de tarta de guayaba.
El comandante miró a Gloriett y Gisselle aprovechó su distracción para librarse de sus brazos y corrió escalera arriba, jadeando precipitadamente. Gloriett se quedó viendo al comandante, quien parecía muy apenado. Él tenía la mano en la frente y miraba el suelo. Gloriett solo pudo decir secamente, con indignación y moviendo negativamente la cabeza:
―¡Qué decepción…!
Y subió rápidamente detrás de Gisselle.
Adell Márquez no supo qué hacer. No sabía por qué se había puesto así de loco. ¿De verdad aquella moza tan bella, Zuleica, lo ponía tan impulsivo, incapaz de controlarse cuando estaba con ella? ¿De verdad la extrañaba tanto? Sí. Respondió inmediatamente.
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Editado: 30.08.2020