«Una vez que me haya ido,
no habrá donde buscar,
por eso yo te pido,
no dejes de confiar».
Esperanza
Él hubiera sido capaz de esperar día y noche, amanecer y atardecer si supiera que al final ella llegaría. Era demasiado tiempo para que no arribara, eso era señal de que no iba a llegar. ¿Por qué? Eso no lo sabía, pero ya era muy tarde y la chica no aparecía. Decidió marcharse a casa. Algunas lágrimas rodaron por el rostro del príncipe Carlo Villaseñor.
Después de mucho cabalgar a horcajadas sobre su yegua Serafina, llegó a la mansión. Los guardias abrieron las puertas y fue a su cuarto. Ahí desahogó su tristeza.
Ya estaba oscurecido cuando llegó el virrey, al parecer no había tenido éxito en su búsqueda de Úrsula, o por lo menos eso fue lo que le dijo a su esposa.
―No creo que no la hayas encontrado, debe estar en su casa en el reino ―dijo todavía enojada la virreina.
―La busqué personalmente, mujer, pero no estaba, te digo.
Adolfina no estuvo muy convencida.
Un momento después se escuchó a Porfirio invitando a entrar a un joven y él entró después de él. Lo rebasó y desde la entrada habló para el virrey, que estaba al pie de las escaleras con su esposa, quien tenía los brazos cruzados.
―Aquí está señor, justo como usted lo pidió ―informó el cochero.
Leopoldo se dio media vuelta para poder ver a los recién llegados.
―Gracias Porfirio, puedes retirarte, yo me hago cargo. Hola Erick.
El muchacho lo saludó con una sonrisa y luego dijo:
―Buenas noches, señor. Buenas noches señora Adolfina.
La señora correspondió con una sonrisa forzada, pues no pretendía fingir que no estaba molesta.
―Pasa por favor al estudio, enseguida te alcanzo ―dijo el virrey.
Erick obedeció y se internó en el estudio. La puerta quedó abierta.
―¿Por qué vino ese muchacho? ―preguntó Adolfina en voz baja.
El virrey la miró.
―Luego te contaré, ahora iré a atenderlo.
Ella no replicó absolutamente nada, solo lo miró retirarse y luego entrar en el estudio. Pronto dijo para sí misma:
―Ya no te creo nada, Leopoldo ―sentía una repulsión espantosa por su esposo. Llamó a Clara, pues quería platicar con ella.
En el palacio el rey se quedó solo y revisaba algunos documentos. La reunión con el comandante Márquez y el maestro Yamil había terminado casi al oscurecer. En realidad luego de hablar de la seriedad del asunto de la Bestia, se pusieron al día en lo que habían hecho cada uno, pues hacía tiempo que no se reunían. Claro, también se contaron alguna que otra ocurrencia y algunos chistes para romper con esa seriedad de la que no eran muy partidarios.
De pronto tocaron la puerta de la sala privada.
―Adelante, señorita Paulette ―dijo el monarca.
La joven seguía utilizando su vestido blanco y justo ante de entrar se descubrió un poco más los pechos.
―Señor, la cena está servida ―informó muy servicial y seductora.
Él la miró bella, rara vez la veía así, pero en ese momento la descubrió hermosa al levantar la mirada hacia ella. Le sonrió.
―Maravilloso, enseguida voy. Llame por favor a mi hija y a Gloriett para que nos acompañen, recuerde que también quiero que usted se siente hoy a cenar con nosotros.
Ella asintió sonriente y se retiró.
El tiempo pasó rápido. El rey terminó de acomodar los documentos y salió con su capa puesta, ataviado con su elegantísimo vestuario de monarca. Por cierto, nunca usaba la corona, a menos que fuera para salir del palacio o recibiera visitas externas, como otro rey o al nuevo coronel que le comentaban estaba próximo a llegar, pero como no era así, andaba sin ella, la cual se mantenía sobre una almohadilla de color azul, muy bien cuidada, que estaba a un lado de su ancha cama en su alcoba. Pero todo el tiempo tenía el cetro consigo, pues le infería cierta seguridad al hablar, lo cual le agradaba sumamente.
Ya estaba el rey sentado a la cabecera de la mesa charlando amenamente con Paulette, quien estaba de pie a su lado izquierdo, cuando sucedió lo inesperado.
Gloriett bajó despacio y sola por las escaleras, mientras su mano se deslizaba por la barandilla de madera que refulgía brillante.
―¿Y Gisselle, por qué no viene contigo? ―preguntó ceñudo el rey.
La nana miró a todas direcciones, menos al rey, pues no sabía qué responder. La princesa había regresado, pero había desaparecido nuevamente sin ningún rastro. De seguro se había ido a ver al príncipe otra vez. Tuvo que recurrir a las mentiras.
―Ella… tiene… malestar estomacal. He estado con ella toda la tarde y… dijo que prefería estar en cama por esta noche.
―De acuerdo ―el rey le creyó―. Pero en un momento Patty le llevará algo de comer, no debe dormirse sin haber ingerido alimentos.
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Editado: 30.08.2020