Parte uno: Sin piedad
Un silencio sepulcral inundó el ambiente. Nadie dijo nada como contestación. De pronto el Guiller se acercó a la Bestia, quien todavía permanecía de espaldas.
―Señor… ―titubeó y la Bestia se volvió―… este… pero, si la quitamos del camino, ¿cómo podremos obtener el dinero? Pues ya no habrá nadie a quien rescatar.
La Bestia emitió una risa, colocó su mano enguantada sobre el hombro derecho del que hablaba y respondió:
―Mi querido Guiller ―su voz no dejaba de ser estruendosa―, no hay nada de qué preocuparse. Acérquense ―dijo alzando una mano en el aire y todos obedecieron―. La respuesta es para todos. Si les digo que no hay nada de qué preocuparse, es porque así es. El hecho de que la princesa desaparezca no significa que no vayamos a cobrar el rescate. Será sumamente sencillo. El rey entregará el dinero, pero la princesa no regresará. Para cuando él se dé cuenta ya estaremos muy lejos de aquí. El rey no tendrá más opción que confiar en nosotros, y claro, lo traicionaremos.
Las palabras del líder eran frías y nadie se opuso cuando preguntó si alguien no estaba de acuerdo. Después de esto la Bestia dijo que se marcharía. Tenía otros asuntos que atender en su vida normal antes de que se hiciera de noche. Nadie replicó, excepto Erick.
―¿Qué sucede? ―preguntó la Bestia con letargo en su voz.
―Necesito decirle algo. ¿Puede ser en privado?
―Como quieras.
Caminaron hacia un árbol. Estando solos Erick titubeó y luego habló.
―Señor ―se relamió los labios―, le agradezco que haya regresado el caballo a su dueña. Sigue contando conmigo para lo que necesite ―el chico miró en distintas direcciones―. También quiero comentarle que el virrey quiere verlo.
La Bestia ladeó la cabeza.
―¿Te comentó la razón? ―preguntó.
―Negativo, señor. Únicamente pidió oportunidad para poder verlo. Entre más pronto, mejor. Al parecer le urge.
―Está bien. Dile que lo espero mañana aquí, a las… ―pensó unos instantes―. A las diez de la mañana.
Si todo salía como lo tenía planeado, irían por el pago del rescate a las nueve. La princesa debía morir antes de esa hora y para cuando llegara el virrey ya no habría rastro de la desdichada joven.
―Muy bien, se lo haré saber.
―¿Es todo? ―preguntó el líder.
―Así es, señor. De nuevo gracias por recibirme .
Erick se reunió con los demás, la Bestia se quedó a solas, pensando en la razón por la cual el virrey querría verlo. Luego reunió al grupo y les exigió que estuvieran al pendiente de cualquier cosa, no quería sorpresas. Regresaría a la mañana siguiente para contemplar la muerte de la princesa. Todos asintieron y estuvieron de acuerdo. Velarían toda la noche y por la mañana irían por el rescate como estaba estipulado.
La Bestia se perdió en el monte. Buscó sus verdaderas ropas escondidas y retiró de su cuerpo el disfraz que lo convertía en la Bestia. De nuevo usaba su ropa habitual, pues nunca nadie, ni siquiera sus secuaces, imaginarían que aquella persona era la Bestia.
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Editado: 30.08.2020