El secreto de la princesa -parte tres-

Capítulo 22: IMPACTOS A SEGUNDOS DE DISTANCIA

Parte uno: Volver del más allá

La muerte es algo que nadie sabe cómo se siente y tampoco nadie quiere experimentar. Aunque es cierto que tarde o temprano ella reivindicará su derecho sobre cada uno de los seres en los que existe vida. Gisselle Madrid no era la excepción.

Cuanto disfrutaría la persona que ordenó la muerte de la princesa conocer esa noticia. Ya nada se interpondría en sus planes. Lloraría de gozo por la muerte de la princesa. Haría una fiesta, una enorme fiesta por volver a casa, ese sería el pretexto, pero la realidad era que su hermana gemela le había dejado su lugar, el que le había correspondido desde siempre, desde que las dos nacieron y que solo ella había podido disfrutar.

Por otra parte, era una pena haber muerto de esa forma. Gisselle aun podía ver su cuerpo frente a ella, estaba sentada todavía con una espada clavada en el estómago y justo donde estaba la cortaba borbotaba un enorme chorro de sangre azul, porque ella era una princesa y en sus venas corría sangre de ese color.

Ella negaba con todas sus fuerzas aquella muerte tan repentina. Apenas tenía veinte años, era demasiado joven para morir. Miró su cuerpo desde su espectro fantasmal, rodeando a los que ahí estaban y se acercó al cadáver helado. Se metió en él y trató de buscar un hálito de vida en su corazón moribundo, el cuál no había dejado de latir, pero estaba por dejar de hacerlo.

Le suplicó con todas las fuerzas que pudo que no se rindiera, que Guepp la esperaba, que luchara por él, que no lo abandonara, que no lo dejara para nadie más. Pero su corazón se había cansado de luchar tanto para bombear sangre azul y esta había escapado toda por la parte donde estaba clavada la espada. Gisselle le gritó muchas veces a su alma, a su espíritu y a su cuerpo que valía la pena luchar, que debía hacer un último esfuerzo. Volvió a posar su cuerpo de fantasma sobre ella misma y pronto se apagó el mundo.

Ya no había más Gisselle Madrid, ni su fantasma ni su corazón existían más, yacían en una oscuridad sin posibilidad de luz. Pero de pronto una chispa se encendió, como si la última frase de «vale la pena luchar» hubiera cambiado algo. Entonces la chispa se hizo cada vez más fuerte. La joven fantasma reaccionó nuevamente y vio que su corazón dormido aún respiraba, así que le dijo a gritos desesperados lo siguiente: «¡despierta, despierta, despierta!», y Gisselle Madrid y su hermoso corazón despertaron.

 

Todo era oscuro.

―¡Despierta! ―decía una voz masculina.

 Ella todavía aquella venda en los ojos.

―Despierta, flojita ―dijo una segunda voz de hombre.

Ella todavía sentía las manos atadas a la silla.

―Ya salió el sol, princesita ―comentó una voz burlona, era la del Guiller.

Ella también sintió humedad en la venda de los ojos por las lágrimas que había llorado.

―Ya desperté ―dijo la voz femenina y dulce de Gisselle.

 

Dio un enorme suspiro; todo había sido una horrible pesadilla.

 

La chica nunca había soñado algo tan terrible y no hablaba de su muerte en el sueño, sino del monstruo que figuraba ser la Bestia. Se preguntó si en realidad las cosas eran así. Le daría mucha risa ver eso nuevamente, aunque el recuerdo aún le provocaban ganas de reír. Sin embargo ahora sí era real, ya estaba amanecido y al parecer los hombres que estaban ahí solo esperaban a la Bestia para que llevara a cabo su espeluznante misión, que era quitar a la chica del mapa… asesinarla.

 

Los seis hombres se habían quedado cuidando a la princesa toda la noche. Se habían turnado para hacerlo. Cuando el sol despuntó se pusieron a discutir en las afueras de la choza demacrada quienes irían a cobrar el rescate de la princesa y esa misión quedó a cargo de Isaac Blanco, Jame y El Garrocha. Y custodiando a la princesa y esperando a la Bestia estaban Rick, El Guiller y Erick. De acuerdo a los planes todo iba a salir estupendo.

En unas horas más serían muy ricos, cada uno con sus costales llenos de oro, patrimonio del reino, pero eso a ellos les importaba un soberano pepino. Iban a ser ricos, sólo eso importaba. Pronto, al ver que la princesa estaba despierta, eligieron salir a tomar los rayos del sol. Dejaron a Gisselle sola en el cuarto frio. Pues aunque el sol ya había salido no había brindado todavía calor suficiente.

La chica aun no podía creer lo que había soñado. Había muerto en su pesadilla. Pero, repetía, pesadilla fue por lo que vio, no por lo que a ella le pasó. Y se volvía a reír. Y como había dicho, ahora todo era real. Cualquier cosa que sucediera sería cierta. Entonces quería escapar. Deseaba que algo sucediera, que sus manos fueran desatadas. Qué importaba lo demás, ella se desataría los pies, incluso se quitaría por si sola la venda de los ojos.

No quería esperar a que la Bestia le dijera cuál era su última voluntad antes de morir, prefería huir, hacer que el plan perverso de los perversos fuera un fracaso rotundo, pero para eso necesitaba estar libre. Y sus plegarias fueron escuchadas.

Su agudo oído detectó el aleteo de unos pájaros afuera de la choza. A pesar de que deambulaban en varias direcciones muchos animalitos del monte, entre ellos pájaros y aves de rapiña, distinguió el aleteo de dos pichoncitos que se acercaban a toda velocidad a la choza. El guía que llevaban no podía fallarles, tenía la instrucción de seguir el olor de la princesa y justo por ese olor tan hermoso a rosas que ella tenía, logró dar con el paradero de la joven.




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