Parte uno: Maldad sin límite
―Me lastimas ―dijo Zuleica con afectada voz―. Suéltame, salvaje.
―No lo haré ―advirtió Carlo vehemente, envuelto en cólera―, hasta que me digas dónde está Colibrí, dónde está la verdadera princesa.
Zuleica adoptó una actitud desafiante.
―No pienses que te lo diré si me tienes aprensada tan fuerte como lo haces ahora. Si no me sueltas, mucho menos sabrás dónde está ella.
Él pareció reflexionar, así que la dejó, aventándole la mano con gesto de molestia.
―No te saldrás con la tuya, Zuelica. Ya sé que tú no eres Colibrí, sé que me engañaste, que ocupaste su lugar cuando te vi en la cascada, así que no podrás engañarme otra vez.
―Oh, me descubriste, príncipe. Es cierto, no soy la princesa, obvio que no. Soy Zuleica Montenegro, con quien te besaste en la cascada, ¿lo disfrutaste, no? Estoy segura que nunca habías besado con esa pasión… ―a Carlo no pareció importarle aquel comentario y la plebeya, al darse cuenta, cambió el tema―. Bueno… ¿Y ahora qué? ¿Vas a ponerte a gritar, a llorar como niñita o qué vas a hacer, príncipe? ―dijo Zuleica con prepotencia.
―En este momento te voy a entregar a las autoridades ―respondió Carlo―, eres una criminal, una impostora… No tengo la menor duda de que tú contrataste o te aliaste con la Bestia para secuestrar a la princesa, a Colibrí…
―Ah, sí ―dijo Zuleica un poco nerviosa, dando media vuelta y tomando entre sus manos las rosas rojas que tenía a su alcance. Las acariciaba lentamente―. Pues me alegra que sepas de lo que soy capaz, principito.
―Así que no lo niegas ―comentó él a su espalda, mirándola avanzar entre las rosas, tocando una y luego otra.
―Mira ―dijo ella, dando media vuelta, con una rosa roja en la mano―. Tú no vas a ir con el rey ni mucho menos vas a denunciarme, amorcito ―al decir esto levantó la rosa y la pasó por el rostro de Carlo, pero él movió la cara alejándola de la rosa―. Porque si llegas a hacer algo tan tonto, entonces yo tendré que ordenar algo que no quiero…
Cuando ella dijo esas palabras, adquirió un semblante lastimero, como si le doliera decir aquellas palabras. Aunque era evidente que estaba siendo hipócrita a propósito.
―¿A qué te refieres? ―preguntó él, altanero.
―No sé, la princesa ahora está muy lejos de aquí y…
―¿Dónde está? ―cuestionó él arrebatadamente y le tomó fuertemente el brazo de nuevo.
Esta vez ella lo miró a los ojos rabiosamente.
―Que sea la última vez que me tratas así. De lo contrario, atente a las consecuencias. Lo pagará Colibrí ―y con fuerza tomó la mano de Carlo que la apretaba y la alejó de ella.
―No te atrevas a tocar a Colibrí porque te va a pesar, por ella soy capaz…
―Sí, sí ―interrumpió Zuleica―, sé que eres capaz de muchas cosas y quiero que entiendas algo, hermoso, también yo soy capaz de muchas cosas. Y te advierto desde este momento, no me alces la voz, ni te atrevas a amenazarme, porque entonces…
―¿Entonces qué…? ―él la desafiaba con la mirada.
Entonces Zuleica levantó la rosa roja hasta los ojos de Carlo, la apretó con su mano y la comenzó a desparpajar. Los pétalos destruidos caían lentamente.
―Imagina que en mis manos tengo a tu linda pajarita ―él la miraba con indiferencia―. Como puedes darte cuenta, corazón, la tengo en mis manos y a ti también, incluso tus decisiones están en mis manos.
―Te recomiendo que me digas dónde está ella o en este momento voy a denunciarte ante el rey y serás detenida por delincuente ―amenazó el muchacho.
―Ay, por favor ―respondió la muchacha despreocupada―. Yo que tú dejaba de pensar así. ¿Sabes por qué? En este momento tu amada princesita, Colibrí… ¿Cómo te dice ella? ¿Güep, Guepin… Guepín…? Pero qué nombres tan ridículos, pareciera que jugaban a ver cuál ponía el apodo más horrible… Sí, sí, leí algo del patético diario, lo leí y qué cursi. Son unos payasos los dos, me dan tanta risa… ―se carcajeó y luego habló como niña mimada―. Ay, lo quiero tanto, ah, es tan lindo, me abraza muy bonito, es muy respetuoso, no existe ningún hombre como él ―se burlaba―, wa, wa, wa… idioteces. Tuve que leerme todo eso para poder actuar como ella. Papi, señora, señor virrey, príncipe…
―Se ve que nunca has estado enamorada ―comentó Carlo con seriedad.
―¿Enamorada? ¡Por favor! Eso es para tontos, para debiluchos. El amor es una falsedad, te hace perder la cabeza.
―Entonces no es una falsedad…
―Me refiero a que es peligroso, te vuelve tonto, estúpido.
―No sabes lo que dices, tus palabras te harán caer un día.
―Sí, sí, como quieras. Ya me distrajiste de lo importante. Y es que ella… tu Colibrí, está secuestrada. ¿Y sabes quién la tiene en su poder? Un amigo mío llamado… ―se acercó a Carlo y le susurró―: la Bestia ―Zuleica hizo una pausa para que Carlos asimilara la noticia y luego continuó―. Y solamente es cuestión de que yo dé la indicación para que la asesinen. ¿Comprendes… comprendes, Carlito? ―y pronunció la letra o más de lo normal―. Mi querido príncipe de Valle Real ―y soltó una carcajada.
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Editado: 30.08.2020