Narrado por VALERIA
Estoy suspendida en la oscuridad polvorienta, mi cuerpo un nudo de tensión y miedo, mi respiración yace contenida en mis pulmones hasta doler. Abajo, en la oficina iluminada, la confrontación ha comenzado. Puedo oír sus voces a través de la rejilla, amortiguadas pero cargadas de una electricidad peligrosa. La voz de Kerim, baja y controlada, pero con un filo que no había oído antes. La voz de Hassan, casi inaudible, probablemente manteniendo su fachada hasta el último momento. Y la voz del presidente… untuosa, arrogante, destilando un poder tranquilo que me hiela la sangre. No puedo verlos a todos desde mi ángulo, solo atisbos de movimiento, el brillo del emblema dorado en la silla vacía. Pero puedo sentir la atmósfera espesándose, la calma tensa a punto de quebrarse.
—Lo sabías —dice Kerim finalmente. No es una pregunta, es una afirmación. Su voz es plana, sin inflexión, pero bajo la superficie siento la vibración de una furia contenida.
La respuesta del presidente llega con una risa suave y condescendiente, un sonido que me eriza el vello de la nuca.
—Por supuesto que lo sabía, Kerim. ¿Realmente creíste, después de todos estos años, que ibas a poder jugarme esta carta tan burda sin que yo lo viera venir con semanas de antelación? Has sido dolorosamente predecible, viejo amigo. Como siempre lo fuiste, incluso cuando creías ser más listo. Tu sentido del honor, tu… rectitud… siempre fueron tu talón de Aquiles.
Viejo amigo. La familiaridad en su tono es obscena, una burla cruel de cualquier vínculo que pudieran haber tenido en el pasado.
Escucho el movimiento de Hassan, quizás un gesto de impaciencia o nerviosismo.
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué dejarnos llegar hasta aquí? ¿Por qué no detenernos en la entrada? —pregunta Hassan, su voz es ronca, furiosa.
El presidente se toma su tiempo para responder. Oigo el crujido del cuero de su silla, imagino que se reclina, saboreando el momento, el control absoluto que cree tener.
—Porque es momento de cerrar este capítulo de una vez por todas —dice finalmente, su voz ahora más grave, casi teatral—. De limpiar el tablero. Y también… porque tengo una historia que contar antes del final. Una historia que creo que a nuestra invitada especial le interesará escuchar. Una historia que tu pequeña y entrometida reportera aún no conoce del todo.
Mi corazón se detiene. Siento un escalofrío recorrer mi espalda. ¿Invitada especial? ¿Pequeña reportera? ¿Está hablando de mí? ¿Cómo puede saber…? No, no puede saber que estoy aquí, en el conducto. Debe referirse a mí en abstracto, a mi papel en todo esto. Pero aun así, la mención directa me congela, me hace sentir expuesta, vulnerable, como si sus ojos pudieran atravesar el metal y encontrarme en la oscuridad. Sabe que Kerim siente algo por mí, sabe que soy importante para él. ¿Piensa usarme como cebo, como palanca?
Oigo un movimiento brusco abajo. Kerim. Seguro que ha dado un paso al frente, su cuerpo tensándose para la acción.
—¡Ni se te ocurra…!
Pero el presidente lo interrumpe, su tono volviéndose seda y acero.
—Tranquilo, Kerim. Guarda tus impulsos heroicos. No voy a hacerle daño. Al menos, no físicamente. Ya lograste tu objetivo con ella, ¿no? Te acercaste, la… conmoviste. Bastante útil nos fue mientras duró el engaño, hay que reconocerlo. Una herramienta inesperadamente eficaz.
¿Engaño? ¿Herramienta? Las palabras me golpean como piedras. Siento que el aire se vuelve denso, difícil de respirar.
Kerim se queda inmóvil. Puedo sentir su lucha interna desde aquí arriba, la batalla entre la furia y la necesidad de mantener el control, de no caer en la provocación.
—Basta —dice finalmente, su voz es ronca, cargada de una emoción contenida que amenaza con explotar.
El presidente suelta otra risita, disfrutando visiblemente del tormento de Kerim.
—¿Basta? Apenas estamos empezando, viejo amigo. La verdad puede ser dolorosa, ¿no crees? Entonces, ¿qué hacemos? ¿Se lo vas a decir tú, con tus propias palabras? ¿Le vas a contar a tu querida Valeria toda la verdad sobre cómo empezó todo? ¿O prefieres que lo haga yo? Tengo tiempo. Y francamente, creo que mi versión será mucho más… entretenida.
Silencio. Un silencio pesado, cargado de tensión y de la inminencia de una revelación dolorosa. Puedo imaginar a Kerim luchando consigo mismo, su orgullo herido, su lealtad dividida, el peso de sus acciones pasadas aplastándolo.
—No —dice finalmente Kerim, y su voz es apenas un susurro derrotado. Baja la mirada. No puede hacerlo. No puede ser él quien me lo diga.
—Muy bien —la voz del presidente es triunfal, saboreando la rendición de Kerim—. Una lástima. Siempre pensé que tenías más agallas. Entonces, lo haré yo. Se lo contaré en persona ya que mis hombres la tienen bajo custodia junto a su amigo camarógrafo. Pero no importa, la verdad merece ser contada.
¡Luis! ¡Sabe que tienen a Luis! Y cree que yo también estoy capturada. Eso significa… eso significa que no sabe que estoy aquí. ¡No sabe que estoy escuchando! Una pequeña chispa de ventaja en medio de este desastre. Pero la revelación que sigue apaga esa chispa casi al instante.
Cuando yo huí y lo dejé a él… Madre mía. Realmente la orden fue capturarme a mí y a Kerim, pero tienen a Luis. Sus hombres fallaron en algo y él no lo sabe.
—¿Y qué diantres le piensas decir?—farfulla Kerim entre dientes.
—Algo así como… “¿Sabes, Valeria?”—continúa el presidente, su voz adoptando un tono confidencial, como si me estuviera contando un secreto íntimo—. Tu llegada no fue una casualidad. Nada en este juego lo es.
—Caray, no—farfulla Kerim.
Pero él prosigue:
—Val, Vale, ¿así le dices?: “Cuando te asignaron a esta cobertura desde tu medio internacional, nosotros ya habíamos decidido usar a Kerim. Era la figura ideal para nuestros propósitos iniciales: fuerte, carismático, héroe de guerra con un pasado impecable… el líder perfecto para encabezar una resistencia controlada, una que pudiéramos manejar desde las sombras para nuestros propios fines. Pero necesitábamos más que eso. Necesitábamos darle legitimidad internacional. Necesitábamos una voz extranjera, aparentemente objetiva. Una periodista respetada que proyectara imparcialidad, que contara la historia que nosotros queríamos contar, que diera credibilidad a nuestra narrativa cuidadosamente construida. Y ahí, querida, entraste tú. La pieza perfecta que nos faltaba en el tablero.