El secreto de su voz

Capítulo 5

5

 

 

 

Este seguramente es el recuerdo que más marcó mi vida. Se quedó grabado en mi memoria y sin poderlo borrar. Es el recuerdo que me aterra contar, en especial a ti.

Sé que me detestas después de la confesión que te hice en el video.

Respiré profundo y escuché atentamente acostada en mi cama.

Cuando era pequeño, soñaba con ser un héroe. No de capa y espada o con poderes, sino uno que arriesgara su vida por otros, uno que diera seguridad y alegría… pero, cuando crecí, eso cambió. Estaba en un laberinto, en donde era uno de los villanos y no el héroe.

Se quedó callado, escuchaba únicamente su respiración.

Miguel era un muchacho bueno y sociable. Aún recuerdo que algunas tardes nos acompañaba a casa, era un buen tipo, y sé que lo apreciabas mucho. Su único error, probablemente su primer y último, fue pedirle un favor a un chico (del cual te hablaré después) y tal parece no cumplir con lo acordado.

Pero sí lo hizo, solo que le jugaron una mala pasada.

Yo tenía quince años cuando Miguel llegó a nuestra guarida. Yo me encontraba sentado cerca del escritorio donde se encontraba el jefe. Es un hombre completamente diferente al que tú y yo llegamos a conocer.

‹‹Es decir, yo conozco al jefe ¿Quién podrá ser?››. Inmediatamente me puse a pesar en todos los hombre que él y yo pudimos haber conocido.

Miguel llegó con la cabeza agachada.

Yo lo vi de reojo y seguí haciendo lo que hacía. El jefe junto con el líder de los Secuestrados A, pidió que todos salieran de la guarida, porque ellos hablarían con Miguel sobre cosas importantes.

Yo me levanté de la silla y simulé que también me marcharía. Esperé a que todos estuvieran distraídos para entrar de nuevo y quedarme en la puerta a escuchar. Miguel no me reconoció, y lo sé porque yo tenía puesto una chaqueta negra y unos lentes. Además, Miguel, cada vez que nos topábamos en los pasillos, tendía a saludarme y estrecharme la mano. Ese día no lo hizo, de hecho, no habló mucho, para ser sincero.

Al día siguiente vi a Miguel muy contento. Había solucionado su problema. Yo sentía pena por él. Algo me decía que no estaría feliz mucho tiempo.

Cuando te encuentras en el mundo donde yo habitaba, sabes con exactitud que la felicidad es efímera, y que no siempre te pertenece, y más cuando cada día las cosas se volvían peor, y la soga te comenzaba apretar el cuello.

Me encargué personalmente de saber qué hacía Miguel. Sentía la extraña necesidad de protegerlo.

Él trabajaba doble turno. Llegaba a su casa a las doce de la noche. Se levantaba a las cinco para ir a trabajar y a las nueve iba a la secundaria y cuando salía de la escuela volvía a trabajar.

Desde aquel día nunca lo vi ir a fiestas, disfrutar con amigos, ni tomar tiempo para sí mismo. Solo estudiaba y trabajaba.

Estaba sorprendida. Miguel siempre me saludaba con una amable sonrisa.

Lo último que recordaba de él era esa tarde de un viernes antes de su muerte.

Recordé lo mucho que significó Miguel en mi vida en los primeros días de duelo. Recuerdo con exactitud cada hora de clases en donde él buscaba la manera de hacerme reír, haciéndoles bromas a los profesores o con sus bailes locos durante el receso. Aquellos días Sebastián y él fueron mi soporte. Ahora me doy cuenta que no pude ser el soporte de ninguno de los dos.

Él era un chico admirable. Si en ese momento no hubiera estado en donde estaba, habríamos sido grandes amigos. Si me hubiera buscado a mí, él hoy estaría vivo.

Todo quedó en un “Hubiera”, que no existe.

Escuché cómo Sebastián suspiró con nostalgia.

Durante semanas incansables lo vi esforzarse por conseguir ese dinero. Lo miraba a distancia mientras él buscaba sus cosas en su casillero. Yo me encontraba a unos pasos lejos de él. A veces me atrevía a saludarle, otras simplemente trataba de que no se durmiera durante las horas de clase y fuera amonestado. Sus notas bajaron repentinamente, los profesores hablaban con él y él solo agachaba la mirada.




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