El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

PRIMERA PARTE: Lyanna - CAPÍTULO 5

El primer día de clases de Lyanna duró aproximadamente diez minutos. Ese fue el tiempo en el que logró incomodar a su maestro y a sus compañeros lo suficiente como para ser enviada a la oficina del director Alaris para que lidiara con ella.

—Me da gusto verte— le sonrió Alaris desde el otro lado del enorme escritorio de su oficina.

Lyanna frunció el ceño sin comprender:

—¿Le da gusto verme? ¿Por qué? Pensé que estaría enojado conmigo. El maestro me envió aquí porque cometí alguna especie de falta.

—Que tú no entiendes— completó Alaris.

Lyanna asintió con la cabeza.

—¿Por qué no me explicas lo que pasó?— le pidió el director.

Ella suspiró.

—El maestro nos estaba preguntando a cada uno de dónde veníamos y por qué estábamos aquí— comenzó—. Cada uno decía sentirse muy honrado de estar en esta escuela y de tener el privilegio de poder estudiar aquí. Todos decían estar entusiasmados y ansiosos por aprender, y muy felices de haberse mudado a este pantano.

—¿Y entonces?— la instó Alaris a continuar, pues hasta ahora no adivinaba por dónde venía el problema.

—¡Todo era mentira! Estaban angustiados y asustados, extrañaban a sus madres, y la mayoría solo deseaban nunca haber descubierto que tenían habilidades especiales. Solo decían cosas bonitas porque querían agradar al maestro, pero la verdad es que todos fueron traídos aquí a la fuerza por ser diferentes, ¡por ser parias!— gritó ella, exasperada.

—¿Y qué hiciste tú cuando escuchaste todas esas mentiras?— le preguntó Alaris con calma.

—Revelar la verdad, por supuesto, ¿qué otra cosa cabía?— respondió ella, abriendo los brazos con las palmas de las manos hacia arriba.

—Ya veo— comprendió Alaris—. ¿Y qué dijiste tú cuando fue tu turno?

Lyanna no contestó.

—¿Lyanna?

—Mi turno nunca llegó, el maestro me envió aquí antes de que pudiera contar mi historia.

—Bueno, esta es tu oportunidad, entonces, cuéntame por qué estás aquí.

—Es un poco largo de explicar…— se excusó ella.

—Tengo tiempo— le replicó él.

—Estoy en una fase de empatía, percibo todas las emociones de las personas que me rodean y me resulta difícil no dejarme llevar por ellas— dijo ella.

—¿Por eso supiste que tus compañeros mentían?

—Sí.

—¿Y qué tiene que ver eso con tu llegada a esta escuela?

—Mis padres…

—¿Sí?

—Tuve un altercado con ellos, y las cosas se salieron un poco de control.

—¿Qué tanto se salieron de control? ¿Alguien terminó lastimado?

—No físicamente, pero sí emocionalmente.

—¿Y tú? ¿Tú también terminaste emocionalmente lastimada?

—Sí.

—¿Es por eso que ellos te enviaron aquí? ¿Es por eso que aceptaste distanciarte de ellos?

—Sí.

—Entonces, no es con tus compañeros y sus mentiras que estás enojada, sino contigo misma. Dime, Lyanna, ¿tú también te sientes angustiada y asustada, extrañas a tu madre y te consideras una paria?

—Yo no soy igual a ellos— protestó Lyanna.

—¿No? ¿Cuál es la diferencia?

—Yo no fui forzada a venir aquí, fue mi decisión. Mis padres no me entregaron a esta escuela para vivir para siempre en el exilio como les pasó a ellos. Yo no soy una paria…— dudó un momento, y luego: —Ellos tampoco lo son. Que los demás lo crean no quiere decir que sea verdad.

—¿Y les dijiste eso a tus compañeros?

—El maestro no me dio tiempo.

—Humm. ¿Qué esperas encontrar aquí que no encontraste en tu casa?

—Quiero aprender a dominar mis emociones.

—Nadie puede enseñarte eso desde afuera, Lyanna. Eso es algo con lo que tú misma debes lidiar, eligiendo el tipo de emociones que prefieres sentir y la profundidad con la que deseas sentirlas. Pero tú ya sabes eso, así que reitero mi pregunta: ¿por qué decidiste venir aquí?

—¡Porque no sabía que más hacer!— gritó Lyanna.

—Bueno, esa por fin parece una respuesta honesta— concedió Alaris.

—¿Qué va a hacer ahora? ¿Va enviarme de vuelta a casa?

—¿Es eso lo que quieres?

—No, quiero otra oportunidad aquí— pidió Lyanna—. Prometo comportarme como se espera de mí.

—Si prometes eso, no me dejas más remedio que echarte de la escuela ahora mismo— le dijo Alaris con el rostro serio.

—¿Qué? Pero creí que…— replicó Lyanna, desconcertada.

—No estás aquí para aprender a comportarte con las limitaciones de los demás, Lyanna. Que los demás crean que deben existir ciertas normas de conducta que coartan la libertad, no lo hace verdadero ni necesario.




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