En medio del silencioso bosque, (hasta los pájaros habían enmudecido), Augusto reacomodó su capa para dejar su brazo derecho libre y desenvainó su espada de Govannon. Lyanna respiró hondo e hizo lo propio.
—En guardia— dijo Augusto, haciendo un saludo con la espada.
—Haré esto solo con una condición— le respondió ella.
—¿Cuál?
—No importa como termine este duelo, mi hermano no será dañado— pidió ella.
—Tienes mi palabra— respondió el otro, solemne.
—Espero que tu palabra valga para algo— gruñó ella para sí.
—Comencemos.
Y así diciendo, Augusto se lanzó hacia ella con la espada en alto. Llewelyn contuvo la respiración, pero se obligó a mirar. Ante sus asombrados ojos, Lyanna desvió la primera estocada. Y luego la segunda y la tercera. Cuando Augusto vio que Lyanna podía contenerlo con facilidad, comenzó a arremeter con más fuerza, combinando golpes por arriba y por abajo. Lyanna anticipaba cada movimiento, cada intento… pero, ¿cómo? Llewelyn no podía comprenderlo. Augusto aplicó más fuerza, como si estuviera probando hasta dónde ella podía bloquearlo. Lyanna usaba las técnicas que le había enseñado su hermano, calculando con extraordinaria precisión la posición del punto más débil de la espada de su contrincante para salirle al encuentro con la parte más robusta y cercana a la guarda de su propia espada. Más que una pelea, parecía una danza coreografiada, donde cada movimiento de Augusto era contestado con un contragolpe perfecto de Lyanna.
Pero Lyanna no atacaba, solo se defendía. Si seguía así, el duelo continuaría indefinidamente hasta que uno de los dos se cansara, y la primera en cansarse iba a ser Lyanna, pues no tenía ni la fuerza ni el entrenamiento para resistir tanto como su oponente.
Llewelyn notó que Augusto comenzaba a cometer errores, dejando su guardia abierta, dando oportunidades a Lyanna para que lo atacara. ¿Qué estaba haciendo? ¿Realmente tenía intenciones de facilitarle las cosas a su hermana o solo estaba presumiendo que aun con errores ella nunca lo podría vencer? Cualquiera fuera la respuesta, no importaba, pues Lyanna seguía sin atacarlo.
Augusto tomó su capa con la mano izquierda y comenzó a enrollarla en su brazo, acercándose peligrosamente a Lyanna. Pero ella ya estaba preparada para esa maniobra: cambió rápidamente de mano la espada y saltó hacia su izquierda, evitando que él pudiera tomar la hoja de su espada con la capa para desarmarla. Augusto sonrió, parecía más complacido que contrariado al ver que su maniobra había sido inefectiva. Desprendió el broche de plata de su pecho y arrojó la capa al suelo, lejos de sí. Sabía que Lyanna no iba a caer en ese truco.
Siguió atacándola con movimientos rápidos y notó que ella comenzaba a cansarse. Su pequeño brazo ya no bloqueaba con la misma fuerza. El combate no iba a durar mucho más. De pronto, Augusto permitió deliberadamente que ella enganchara su espada con la guarda de la de ella casi a la altura de la empuñadura, y dejó que ella empujara hacia un costado. Augusto aflojó la fuerza con la que sostenía su espada, y Lyanna fue capaz de desarmarlo, la espada volando por el aire.
Augusto pensó que por fin, Lyanna iría por él, pero ante su asombro, ella tiró también su propia espada al suelo. ¿Qué…? No tuvo tiempo de pensar mucho, pues Lyanna se lanzó hacia él con todo su cuerpo. ¿Qué estaba pensando esa chica? No tenía ni el tamaño ni la fuerza para una lucha cuerpo a cuerpo con él.
Y de repente, sintió el dolor agudo en el abdomen, hacia un costado. Sintió que se mareaba y cayó al suelo. Le costaba respirar. Con los ojos nublados, vio a Lyanna sobre él, tenía una daga en la mano.
—Esto terminó— le dijo ella.
—No— le susurró él, haciendo un esfuerzo por hablar—, debes cortarme, debe haber sangre, hazlo.
—No voy a lastimarte.
—Por favor, hazlo.
—No.
—Lyanna, hay mucho más en juego aquí que lo que percibes a primera vista, tienes que hacerlo.
—¿Qué quieres decir?
—Si no lo haces, todo habrá sido en vano. Tienes que terminarlo, tienes que cortarme.
Lyanna lo miró fijo a los ojos con el rostro desconcertado.
—Realmente lo quieres… quieres que te lastime…— murmuró, confundida.
—Sí, hazlo de una vez— le pidió el caído Augusto.
Desde su árbol, Llewelyn estiró el cuello, tratando de ver lo que pasaba. Solo veía que su hermana estaba sobre Augusto con la daga. Algo se estaban diciendo, pero no podía distinguir qué. De pronto, vio horrorizado que Lyanna levantaba la daga y cortaba el brazo izquierdo de Augusto de forma deliberada y profunda. La sangre comenzó a manar enseguida de la herida, manchando el prístino blanco de su camisa con un furioso e impresionante rojo.
—¡Maldición!— gritó Augusto, y luego, en un gruñido bajo e ininteligible: —No sabía que iba a doler tanto…
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Editado: 12.10.2019