El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Llewelyn - CAPÍTULO 32

—¿Querías verme?

—¡Gov! Gracias por venir. Por favor pasa y ponte cómodo— le indicó Llewelyn una silla en su salón de clases vacío.

—No tengo mucho tiempo, Llew— se sentó Gov de forma reticente.

—Lo sé, lo sé, y te agradezco que te hayas tomado el poco tiempo que tienes para venir a verme por este asunto.

—¿Se trata de las clases que Lyanna está tomando conmigo? Te aseguro que…

—No, no, no es eso.

—¿Oh? ¿Entonces?

—Se trata del refugio.

—¿Qué refugio?

—El que están construyendo y haciendo pasar por aula.

Govannon suspiró:

—Ya hemos discutido esto, Llew.

—Quiero saber dónde están los planos— demandó Llewelyn con firmeza.

—Están en mi oficina. Si querías verlos, ¿por qué me hiciste venir hasta aquí?

—No esos planos, los otros, los originales.

—No sé de qué estás hablando.

—¿Por qué me haces esto, Gov? ¿Por qué me mientes de una forma tan descarada? Pensé que éramos amigos, que teníamos confianza.

—Confianza que tú has violado— le retrucó Govannon—, porque si sabes qué tipo de planos guardo en mi oficina es porque has andado husmeando sin permiso.

—Si no se la pasaran respondiéndome con evasivas, no habría tenido necesidad de violar tu privacidad.

—Entonces, lo admites.

—Admito que estoy investigando el asunto y que estoy en mi derecho de hacerlo.

—Esta escuela no te pertenece, y por lo tanto, el derecho que reclamas no es tuyo, Llewelyn.

—Gov, ¿cómo puedes decirme algo así? Soy parte de esta escuela, estoy del lado de ustedes. ¿Por qué me han dejado afuera de esto?

—Llew, en verdad, esto no te concierne, y créeme, harías bien en no meter tu nariz en el tema.

—¿Por qué?

—Por tu propio bien.

—La ignorancia nunca me ha beneficiado, Gov.

—Lo lamento, Llew, no puedo ayudarte.

—Solo quiero saber dónde están esos planos, nada más. No te pido que me expliques nada. Solo dime dónde puedo encontrarlos y no te molestaré más.

Govannon rió sin humor:

—No es conmigo con quien tienes que tratar este asunto, Llew, sino con tu padre.

—¿Él dio la orden para que se me mantuviera al margen?

—Sí.

—¿Sabes por qué?

—Habla con Lug. Esto está en sus manos— dijo Govannon, poniéndose de pie.

—Por favor, Gov. Solo dime dónde están para que pueda confrontar a mi padre con pruebas de su engaño.

—Debo irme, Llew. Espero que entiendas que esto no es personal.

Y así diciendo, Govannon salió del salón de clases. Llewelyn fue hasta la puerta y la trabó por dentro, luego se volvió hacia un biombo cuidadosamente colocado detrás de su escritorio:

—¿Conseguiste algo?

—Sí, lo tengo— respondió Julián, saliendo de detrás del biombo—. Está oculto en uno de los túneles de su cueva al norte, cerca de la cúpula.

—Gracias, debo ir para allá antes de que decida cambiarlo de lugar— dijo Llewelyn, cerrando los ojos para iniciar el traslado.

—Espera— lo detuvo Julián del brazo—. Me metiste en esto, y quiero ver esos planos también. Llévame contigo.

—No, Julián, ya te puse en demasiado riesgo. Hasta aquí va tu ayuda y te la agradezco.

—La cueva es grande y de pasadizos intrincados. Demorarás días en encontrar el lugar preciso sin mi ayuda.

—Dime el punto exacto dónde se encuentran— lo apremió Llewelyn, mientras tomaba unos papeles en blanco de su escritorio y un trozo de grafito, y los ponía en un bolso que se colgó al hombro.

—Claro que no, amigo. Llévame contigo.

—¿Es esto chantaje?

—Simple y claro, sí.

Llewelyn suspiró:

—No tengo tiempo de discutir contigo. Ven, toma mi mano—. Los dos desaparecieron al instante del vacío salón.

Cuando Julián abrió los ojos, vio que se encontraban en la entrada de la cueva de Govannon. Trató de dar un paso, pero un fuerte mareo lo hizo tambalearse.

—Tómate de mi hombro por un momento— le ofreció Llewelyn. Julián lo hizo, agradecido.

—No sabía que la teleportación tenía estos efectos— dijo Julián, pestañeando rápidamente como para aclarar la mente.

—Estarás bien, solo respira y date un minuto.

—¿A todos les pasa lo mismo cuando viajan contigo?

—No, tu reacción ha sido de lo más leve por ser la primera vez. Normalmente, vomitan todo el contenido de su estómago.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Y no pensaste en advertirme?

—No te quejes. Si me hubieses dado la ubicación de los planos, no te habrías expuesto a esto.




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