Muy temprano en la mañana, cuando todos todavía dormían, Augusto salió al patio de la casa de Nora y vio a Lyanna sentada en un amplio banco de jardín, leyendo un libro. La noche anterior, después de la cena, la niña había estado intentando conectar con Lug y con Drummond por horas y horas, sin éxito, pero no quería desistir. Fue Nora la que finalmente la convenció de que debía dormir un poco, pues extenuarse de esa manera no iba a ayudar a su padre.
—¿Qué estás leyendo?— le preguntó Augusto, sentándose junto a ella.
—Hamlet— respondió ella.
—No quiero arruinarte el final, pero… no termina bien.
—Lo sé— sonrió ella—. Restringir sus emociones lo metió en problemas, y expresarlas también.
—La vida humana es complicada.
—Sí.
—Te traje esto, creo que es hora de que lo veas— le dijo Augusto, dándole un cuaderno forrado con cuero negro.
—¿Qué es?
—El cuaderno donde Marga escribe sus profecías. Tal vez tú puedas darles una interpretación más clara de la que los demás hemos hecho.
—Gracias, Gus, gracias por confiar en mí y no tratarme como a una niña.
—No me es fácil admitirlo, Ly, pero creo que la única que puede resolver esto eres tú.
—Haré mi mejor esfuerzo.
—Lo sé— le respondió él, poniéndose de pie—. Estaré en la biblioteca por si necesitas algo.
Lyanna asintió. Abrió el libro de Marga y observó las imágenes de la visión que su abuela había tenido hacía más de diez años, antes de que ella siquiera naciera. Vio el dibujo que la mostraba con el poder de la creación y la destrucción en sus manos, y comprendió el miedo que la figura había provocado en Cormac y en su padre. Ellos no comprendían que el verdadero poder no necesitaba dañar a otros para existir, y que si la destrucción de algo se llevaba a cabo, era porque había una necesidad cósmica de que así fuera para lograr la expansión de la creación misma. Pasó las páginas y se vio como la niña que ahora era, una niña que no era en verdad una niña, sino un ser inmortal conectado con la fuente misma de toda la creación. Sonrió al ver al hombre con la capa sostenida con un broche de oro con una esmeralda, esta era la forma que había tomado para conseguir el anillo que tanto angustiaba a su hermano. Recordó que aun lo llevaba en su bolsillo. Lo sacó un momento, lo desenvolvió y lo observó. Supo enseguida que el anillo tenía una función en los eventos por venir y que estaba conectado con el resto de las visiones. Lo guardó nuevamente en su bolsillo y siguió mirando las imágenes del libro. Se quedó un largo momento observando con detenimiento la figura del hombre anciano con la barba blanca y los ojos rasgados. Sabía que esta era otra de las formas que tomaría, pero no comprendía por qué elegiría ésta, específicamente, y para qué la usaría. Dio vuelta la página y vio el medallón con el símbolo marcado en la espalda de su padre. Instintivamente, posó la mano sobre él. Inmediatamente, comenzó a sentir un calor insoportable en la palma de su mano. Retiró la mano abruptamente y se la miró, buscando señales de quemaduras: no había nada. Comprendió de pronto que ese sello contenía la información que estaba buscando, solo tenía que concentrarse, desestimar el calor, que sabía que no podía quemarla en realidad, y ver…
Cerró los ojos y volvió a apoyar la mano en el símbolo. Resistió el fuego, haciendo respiraciones profundas y proyectando una sensación de frescura a su mano. Funcionó: el sello dejó de quemarla. A continuación, en un golpe revelador, su mente se abrió y pudo ver la totalidad de los eventos de la línea temporal de las profecías. Los escasos fragmentos del libro de Marga se unieron, encajaron, se ampliaron, y le mostraron la cadena de sucesos exacta. Y Lyanna comprendió que Augusto tenía razón: todo estaba en sus manos, siempre lo había estado. ¿Por qué no le habían mostrado este libro antes? Mucho sufrimiento se hubiera ahorrado. No, no, este era el momento, este era el instante correcto en el que ella debía tener acceso al libro y hacer la largamente esperada conexión. Lo entendía sin lugar a dudas: estaba en el sitio y en el tiempo perfectos para recibir esta revelación. Ahora solo le quedaba actuar en consecuencia.
Sintió deseos de entrar corriendo a la casa, de anunciarles a todos que lo había descifrado, de explicarles su rol en los eventos por venir, pero se contuvo. Se contuvo porque ellos no entenderían, no podrían aceptarlo y tratarían por todos los medios de detenerla. No podía permitir que interfirieran con lo que ella tenía que hacer. Ellos no iban a poder comprender que la profecía que tanto habían tratado de evitar debía cumplirse, cumplirse por su mano.
—¿Lyanna?
Ella despegó la mano del símbolo de pronto, saliendo del trance, y levantó la vista. Era Nora. Traía una taza humeante en una mano y una manta en la otra.
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Editado: 12.10.2019