Liam encendió su segundo cigarrillo, observando absorto las aguas tranquilas del río Moldava desde el Karluv Most, junto a la estatua de San Wenceslao. A esa hora de la tarde, los turistas pululaban como hormigas sobre el puente, sacando fotos a los hermosos techos naranjas del área de Malastrana. Desde donde Liam estaba parado, se podía ver el enorme castillo de Praga y la imponente catedral de San Vito, atracción imperdible para los visitantes de la capital checa. Los artistas y los comerciantes de recuerdos hacían buenas migas, vendiendo sus productos a los transeúntes obnubilados por la magia de Bohemia.
Pero ninguna de estas cosas le interesaban al ensimismado Liam, quien solo podía pensar en un hombre encadenado en un sótano, sangrando por heridas infligidas por él, y en otro hombre, su tío, con quien había tenido una extraña entrevista después de mutilar a un inocente sin provocación. Liam paseó la mirada por el transitado puente, lleno de gente sonriendo, entusiasmada, admirada. Le parecía todo tan irreal. El contraste de aquella escena con su propia oscura y retorcida vida era demasiado drástico como para poder concebir que dos mundos tan opuestos estuvieran en la misma ciudad: el mundo de hermandades secretas y rituales con sacrificios de sangre en sótanos anónimos y escondidos, y el mundo de sol y risas de niños sobre el Karluv Most.
Liam volvió la vista al río. Pensó por un momento que todos sus problemas podrían terminarse aquí y ahora si simplemente saltaba, pero había demasiados…
—Hay demasiados testigos, de seguro te rescatarán— escuchó una melodiosa voz a su derecha.
Al darse vuelta, la vio: tenía unos veinte años, rubia como el sol, rostro radiante y perfecto, ojos azules, acuosos, penetrantes, y un cuerpo que parecía esculpido por Miguel Ángel, cuyas curvas se apreciaban sin esfuerzo a través de un vestido blanco casi transparente.
—No estaba pensando en…— se escudó Liam.
—Sí lo estabas pensando— lo cortó ella.
—¿Cómo lo sabes? ¿Lees las mentes?
—A veces— respondió ella.
—¿De dónde eres?— le preguntó Liam, tratando de ubicar el acento español de ella.
—De muy lejos— replicó ella vagamente.
Él interpretó que venía del otro lado del Atlántico, tal vez de algún lugar de Latinoamérica.
—¿Estás de vacaciones?— preguntó él, arrojando el resto de su cigarrillo al río.
—No. Estoy buscando a alguien.
—¿A quién?
—A mi padre. Está en problemas.
—¿Qué tipo de problemas?
—Serios. Sé que está en esta ciudad, pero está ocultándose de mí. Las pistas que estoy siguiendo para encontrarlo son falsas, me llevan a otro lado donde él no está.
—Tal vez no quiere que lo encuentren, tal vez no quiere que veas en lo que se ha convertido— ofreció Liam, pensando que tal vez se trataba de algún criminal fugitivo.
—No, no es eso. Creo que está tratando de protegerme, es lo que siempre ha intentado hacer. Nunca he podido hacerle comprender que puedo cuidarme sola.
—Si tuviera una hija tan hermosa como tú, también sería un padre sobreprotector— opinó Liam.
—¿Te gusta este aspecto?
—Sí, claro— sonrió Liam, y se permitió echarle una buena ojeada de arriba abajo—. Eres preciosa.
Tal vez eso le haría bien. No había estado con una mujer desde… ¿desde cuándo? No lo recordaba, y eso no era nada bueno. Ya que no podía drogarse, tal vez el sexo lo relajaría lo suficiente como para sobrevivir un día más de su tormentosa vida.
—Tienes una luz roja parpadeante en tu tobillo— le dijo ella.
—¿Qué? ¡Ah, sí, eso!— se miró el tobillo.
—¿Qué significa?
—Significa que me alejé más de lo permitido y que en unos minutos vendrán a buscarme para llevarme de vuelta al hotel.
—¿Tu libertad es restringida?
—Sí, bastante restringida en este momento.
—¿Por qué?
Liam suspiró:
—Es… complicado. Oye, ¿quieres venir más tarde a mi hotel? ¿A tomar algo? Es decir, si no te importa estar en compañía de un hombre con libertad restringida.
—No quiero tomar nada, gracias, pero sí me interesaría charlar contigo.
—Charlar, claro, sí, fantástico, me agradaría eso— sonrió él.
Liam vio a sus dos guardaespaldas abriéndose paso sobre el puente desde el lado de Malastrana.
—Debo irme ahora— dijo—, pero te veré más tarde. ¿Te parece a las cinco?
—Claro.
—Estoy en el hotel Archibald. Es fácil de encontrar, solo llegas hasta el final del puente y tomas la calle Na Kampe hacia la izquierda. El hotel está a pocos metros, a mano izquierda. Estoy en la habitación 216. Mi nombre es Liam MacNeal.
—Nos veremos, Liam MacNeal.
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Editado: 12.10.2019