El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Lug - CAPÍTULO 104

Tres circunstancias permitieron que nadie los detuviera ni cuestionara su presencia en el Corinthia Towers de Praga. Primero: el llegar en una lujosa limusina. Segundo: las estrafalarias ricas vestimentas que Liam todavía llevaba puestas del ritual y que fueron vistas como las de un muchacho excéntrico y rico. Tercero: la despampanante joven rubia que venía de su brazo con un cuerpo exquisito y bastante visible por debajo de un transparente vestido blanco. Con la atención desviada por estos dos jóvenes, nadie percibió al hombre que venía con ellos con un traje que se notaba que no era exactamente de su talla, un rostro adormilado y cansado, y unos cabellos enredados y desordenados.

Lug, Lyanna y Liam entraron juntos en uno de los ascensores. Lyanna sonreía fascinada ante la experiencia de levitar mediante un aparato mecánico como aquel.

Al llegar a la habitación, Bruno les abrió la puerta, y fue Lug el primero que entró. De inmediato, Dana corrió hacia él y lo abrazó con fuerza:

—Que sea la última vez que te vas en una misión solo, ¿me oyes?— lo reprendió con un susurro en su oído.

—Las cosas se salieron un poco de control, no pensé que…— trató de explicar él.

—¡Oh, ya cállate y bésame!— lo cortó ella, sellando los labios de él con un largo beso—. Gracias por volver a mí— sonrió con lágrimas en los ojos.

—Para estas alturas, ya deberías saber que no importa lo que pase y no importa cuánto tiempo me tome, siempre vuelvo a ti— le respondió él.

Ella solo lo volvió a besar.

Mientras Dana disfrutaba del abrazo de su recuperado esposo, Augusto fue al encuentro de Lyanna y la abrazó también:

—Estaba muy preocupado por ti, Ly— le dijo.

—¿Por qué?

—Porque eso es lo que los amigos hacen cuando uno de sus seres más queridos está en peligro.

—Nunca estuve en peligro, Gus.

—Pero yo no sabía eso.

Lyanna pensó en explicarle, como ya lo había hecho muchas veces con su hermano y con su padre, que nada en el universo podía dañarla, nunca, y que era tonto e innecesario preocuparse por ella, pero esta vez se refrenó y solo se dedicó a gozar del abrazo de él.

—No sabía que me considerabas uno de tus seres más queridos— le dijo al oído.

—¡Oh, Ly! ¡No tienes idea de cuánto te…!— Augusto se frenó justo a tiempo antes de decir la palabra “amo”.

—Yo también te amo, Gus— le susurró ella al oído—. Ojalá pudieras entender que nuestro amor no es ilegal ni nada parecido, ojalá te permitieras corresponderme sin culpa.

Él cerró los ojos y la abrazó más fuerte.

—¡¿Qué hace él aquí?!— gruñó Juliana al ver a Liam semi-oculto en el umbral de la puerta. El muchacho no se había atrevido a entrar.

—¡Figlio di puttana!— exclamó Luigi, avanzando con intenciones poco amistosas hacia él.

Augusto le ganó de mano, soltando a Lyanna y corriendo hacia Liam. Lo tomó bruscamente del cuello y lo introdujo en la habitación a la fuerza. Bruno cerró rápidamente la puerta.

—Gus, puedo explicarlo…— intentó Liam.

Augusto no le dio tiempo a decir más. Le pegó un puñetazo en el rostro que lo tumbó de espaldas en el piso. Sin perder tiempo, le apoyó una rodilla en el pecho para inmovilizarlo y volvió a golpearlo, rompiéndole la nariz.

—Gus…— intentó hablar de nuevo Liam, llevándose una mano a su nariz sangrante.

—¡Cállate, malnacido!— le gritó Augusto, presionando el pecho del otro con su rodilla y rodeando su cuello con las manos para ahorcarlo.

Liam comenzó a boquear, sus manos tratando de desprender las de Augusto de su cuello. Pero la furia de Augusto era tal, que sus dedos parecían tenazas de acero en su cuello y no pudo moverlos.

—¡Augusto! ¡Detente!— le gritó Lug desde atrás.

—Tenías razón— le gruñó Augusto a Liam, sin prestar la más mínima atención a Lug—, debí matarte aquel día en el jardín de mi casa. Hoy no tengo mi espada, pero igualmente morirás por mi mano, maldito.

Liam solo pudo lanzar un gemido ahogado, al borde de la inconsciencia. Lug intentó separar a Augusto de Liam, pero Luigi lo tomó de un brazo y lo detuvo.

—Debí darme cuenta antes de que la profecía hablaba de ti— continuó Augusto—. ¡Tú eras el maldito traidor! Sangraste voluntariamente por la causa de la Hermandad, cortándote a propósito con mi espada, entregaste a Lug al psicópata de tu tío, heriste a mi padre que casi muere, hiciste que secuestraran y mutilaran a mi madre…

—Yo… no…— logró articular Liam, tratando denodadamente de respirar.

—Ya basta— se escuchó la voz de Lyanna con helada calma.

Con un gesto de su mano, hizo volar a Augusto por la habitación, haciéndolo aterrizar en un mullido sillón en el extremo opuesto a donde yacía Liam. Tosiendo y llevándose las manos temblorosas al cuello, Liam se arrastró por el piso, tratando de alejarse lo más posible hacia un rincón.




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