Morgana sostenía la varita, y elevaba una hoja de pergamino con el rótulo «Prevenciones para el uso del hechizo desorientador». Se tomó su tiempo. La noche estrellada iluminaba la habitación del desterrado; Yvon miró el horizonte con los brazos apoyados en el alféizar y dijo:
—Se acerca una tormenta. —La punta de sus pies colgaban y rozaban la alfombra.
—Maravillosa forma de comenzar el primer lunes del mes —dijo Brooke Rider calzándose los zapatos; abrochó el penúltimo botón de su camisa, y alzando los puños rugió—: ¡Saldremos a las tres en punto! ¿Verdad?
—¡Listo! —dijo Morgana haciendo un bollo con el pergamino, y guardándolo en la pretina del encaje de la boca de la falda gris oscura y tableada—. Si alguien aparece…, ¡no dudaré en usarlo!
—¿No será peligroso? —Brooke se paró frente a ella y le corrió un mechón de cabello rubio de la cara—: Creí que ese hechizo se utilizaba con bestias…, y no es fácil de lograr manejar.
—¡No fue idea mía! —suspiró Morgana, señalándome con la varita.
—Nuestros oídos son menos sensibles, digamos que las personas somos más resistentes a este ataque, pero nos puede provocar una ligera sensación de desmayos…, y vómitos instantáneos —expliqué, cruzada de brazos y piernas, sentada en la mesa ratona.
—¿Qué haremos si el poltergeist se aparece? —Brooke rodeó su cintura con las mangas de la túnica, las cruzó, y volvió a cruzarlas por segunda vez, y luego las anudó.
—Cuando vea a Arwen pondrá una expresión de asco, y fingirá tener nauseas…, y se irá —dijo Morgana con seriedad—. ¡Siempre lo hace!
—¿Le caes mal a esa cosa? —dijo Brooke, alargando la mano; sujetó mi brazo y de un tirón me puso en pie, y añadió—. Todo el mundo te detesta, amiga mía.
—¡No es mi culpa!
—No debemos preocuparnos por él. —Yvon extendió su varita, la tomé y dije:
—Solo será por un momento… —Respiré profundo y musité—: ¡Invoquer Shawdowskin!
Paws brotó de la sombra; dio un brinco, se abalanzó a mis pies y comenzó a dar vueltas en círculos alrededor de mí. Zamarreó contento mi capa. Movía la cola y chillaba en tono bajo.
—¡Que animalito tan tierno! —soltó Brooke, cargando a Paws; lo llevó al pecho y acurrucándolo: le refregaba la cara en su pelaje.
¡Lo es, pero te comportas como una niña!
—Es hora —dije, abriendo la puerta. El corredor del solitario nos llevó hasta un pasadizo; caminamos por cinco minutos, llegamos al rellano y allí esperamos a que una escalera movediza apareciera. Todos deberían estar durmiendo… Paws corrió y husmeó todos los pasillos y corredores, desde que bajamos hasta que volvimos a subir. Tomó la delantera.
—¡Eso es! ¡Muéstranos el camino! —Brooke sonreía. ¡Está emocionada!
—¡Deténganse! —dijo Morgana; miró al zorro y le ordenó—: ¡Vamos, termina el trabajo!
Estremeció la cola, se lamió el hocico, y zigzagueó por el pasillo, y de un brinco dobló a la derecha en el corredor prohíbo. No se le escuchaban las pisadas.
Se tarda demasiado… Ya no puedo esperar.
—No vuelve —dijo Yvon, en tono serio. Arrugaba la capa de Morgana con una mano, y se comía las uñas de la otra. Unos segundos después; asomó una oreja peluda, estornudó, y mostrando una mueca similar a una sonrisa: chilló.
—Ahora, ¿qué? —dijo Brooke.
Agité levemente la varita de Yvon, eché el borde lateral derecho de la capa a un lado, y en tono burlón dije:
—Tus aburridas noches en Hogwarts terminaron… —Caminé a la entrada del corredor, observé el cuadro a lo lejos, y me volví a ella—. ¡Porque probablemente nos expulsen si nos encuentra!
El pequeño zorro saltó en los brazos de Yvon. ¡Cuídala, Paws!
—No habla en serio…, ¿verdad? —Se giró a Morgana, acarició al zorro y repitió—: ¿Verdad?
—Solo diviértete —dije—. ¡Como lo practicamos!
—¡No practicamos nada! —resopló Morgana, entrando al corredor. Alargó la varita, apuntó a la pared y susurró—: ¡Enchanter Attires! —El cuadro del caballero negro vibró.
Escalé por los ladrillos de adobe. Corrí el cuadro. Con tu permiso, Emmett Stewart el caballero negro. Me volví a Yvon, y frunciendo el ceño dije:
—No sueltes a Paws. Si algo sale mal, ¡huye de inmediato!
Yvon negó la orden con un movimiento de cabeza; Paws colgaba del torso para abajo. Enseñó los colmillos.
—Oye —apresuró Brooke—, vinimos a hacer una travesura. Una broma, ¿no? —Pisaba la marca borrosa en el suelo. Morgana se inclinó a ella y advirtió:
—Mejor te apartas de ahí…
La punta de la varita de Yvon se apoyó en la pared.
—Todas las cerraduras pueden abrirse, todos los sellos romperse… ¡Nada permanece oculto para siempre! —dije, y clavando la varita exclamé—: ¡Brokenclás! —La madera ardía en mi mano. ¡Debo lograrlo! Giré el puño, empujé y volví a girarlo. Mis dientes apretaban, y mi labio inferior dejó caer una gota de sangre. Soplé un mechón de flequillo que caía sobre mi rostro, y advertí—: Pronto aparecerá, ¡no lo subestimen!
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Editado: 26.02.2024