El señor del Este.

5. ¿Los vamos a enterrar?

Rio Don. 
Tras varias lunas de incansable viaje, los hijos de Obelix, junto a Brandan y los hijos de Loblin, se encontraban tomando un merecido descanso en la orilla del fructuoso río. 
-Qué bien se lo pasan. —Brandan sonrió al ver a los muchachos chapoteando en el agua. 
-Hemos hecho bien en parar. —Bred sentía regocijo al ver a sus hermanos disfrutar del baño.  
-Por una vez, te doy la razón. —Lublin estaba recostado, disfrutando de la brisa.  
-Era hoy, o nunca. —Azcar revisó el mapa. — Hoy es el último día que vamos a estar cerca del río, esta tarde llegaremos al bosque Orellan.  
- ¿Cuánto falta para que lleguemos a Bastión?  
-Tres o cuatro lunas. Llegaremos una vez atravesemos el bosque. —Azcar plegó el mapa.  
-Una vez allí, ¿cuál es el plan? —Brandan desconocía las instrucciones.  
-Iremos a ‘la casa de los cuatro'. Allí hay un hombre, debemos informarle y él nos dirá que hacer.  
-Bien. —Brandan estaba conforme con la parca explicación. — Bred, Lublin, a Azcar ya se lo he dicho, pero quería agradeceros vuestra acogida. Estoy muy feliz de viajar con vosotros.  
-De nada, así somos. —Lublin recurrió al humor.  
-Lo digo de verdad. No sabéis cuánto necesitaba esto.  
- ¿Tan malo era vivir en la granja?  
-No es eso. Es apacible y se gana dinero, pero es tremendamente aburrido. Siempre las mismas caras, las mimas labores. Mi único consuelo han sido los libros.  
-No te tenía por ávido lector. En la escuela aborrecías los libros. —Azcar le dedicó una sonrisa burlona.  
-Si tuvieses tanto tiempo libre como yo tenía, también hubieras optado por leer.  
- ¿Y qué leías? 
-De todo. Libros de historia, de leyendas, fábulas. Cualquier cosa.  
-Sabéis, esta conversación es muy aburrida. —Lublin se levantó. — Me voy a ir a dar un paseo.  
- ¿Un paseo? —Bred estaba confundido.  
-Por aquí hay corzos, liebres y jabalís.  
- ¿Y crees qué podrás cazar uno? —Bred se expresó con escepticismo.  
-Soy el mejor de nosotros siguiendo rastros. Y el más hábil con el arco. Además, me apetece estirar las piernas.  
-Bueno, como quieras, pero ten cuidado. 
-Sí, tranquilo.  
Lublin fue hasta su montura y se equipó con su arco y con flechas. De inmediato, se alejó.  
-Mi hermano es incorregible.  
-Oye, Bred. ¿Puedo hacerte una pregunta?  
-Claro.  
-Tu hermano Onion, ¿está bien? —Brandan no quería ofenderle. — Es que, nunca habla...  
-Es introvertido. Mi madre siempre ha dicho que es porque tiene un gran mundo interior. 
-Entiendo.  
-Onion no es muy hablador, pero es un gran observador. —Azcar compartió su parecer.  
Lacar, Onion, Tod y James salieron del agua.  
- ¿Qué tal el baño?  
-El agua está genial, deberías aprovechar. —James se retiró el pelo de la cara.  
- ¿Y Lublin? —Tod se interesó al percibir su ausencia.  
-Ha ido a pasear.  
-Ah.  
- ¿Tenéis hambre? —Bred miró a sus hermanos.  
-Yo, sí.  
-Yo también.  
 

Hildegard. 
El crepúsculo había llegado a la capital de Este, la cual se encontraba más silenciosa que nunca. Puesto que la llegada de los refuerzos no había ocupado el hueco generado por la evacuación.  
Obelix había convertido el gran palacio en un barracón más, y dentro se cobijaban los regidores, los comandantes y algunas de las personas más influyentes de la ciudad.  
Sin embargo, él no, Obelix se encontraba en la entrada de la casa de Loblin. 
El señor del Este tocó a la puerta, con golpes secos y consecutivos.  
- ¡Obelix! —Abrió.  
-Hola, Loblin. ¿Ya han llegado todos?  
-Sí, tal y como nos pediste. Pasa, por favor. —El consejero se hizo a un lado.  
Obelix conocía perfectamente la vivienda y fue directamente al salón, donde aguardaban el joven Tuck, Elliot, y también Kurt y Alfred del linaje Simún.  
-Hola Kurt... 
-Hola, mi señor...  
-Yo... No sé qué decir, pues sé que nada de lo que diga atenuará vuestro dolor. 
Kurt guardó silencio.  
-Hola, muchacho. —Obelix observó a Alfred, su expresión exhibía su pesadumbre.  
-Hola, mi señor. —Se alzó de su asiento para mostrar respeto.  
- ¿Puedo ofrecerte algo de beber o comer? —Loblin agarró un ánfora.  
-No, pero te lo agradezco.  
-Bien. —Loblin tomó asiento junto a Tuck. 
-Lo primero, quiero disculparme con vos, Kurt. Y también contigo Alfred.  
-No tenemos nada que disculparte. —Kurt negó con la cabeza.  
-Yo envíe a nuestros guerreros a Mall, soy responsable de lo ocurrido.  
-No. No te responsabilizamos. Edmund murió defendiendo el Este. Y estoy convencido de que dejó este mundo defendiendo a sus compañeros.  
-Yo también lo creo. Tú primogénito era un luchador nato.  
-Lo era...  
- ¿Cómo está Amy?  
-Mi esposa estaba destrozada. Fue difícil, pero la convencí para marchar con los evacuados hacía Ódena. Será de más ayuda, aquí los recuerdos la consumían. 
-Lo comprendo… Ningún padre debería sobrevivir a sus hijos, ninguno. —Obelix agachó la mirada.  
Todos permanecieron los siguientes minutos en un silencio absoluto.  
-Os preguntaréis porqué os he reunido. —Obelix no pudo demorarse por más tiempo.  
Todos observaron con atención cada gesto y cada palabra.  
-Siento no haberme reunido antes con vosotros, había mucho que hacer. —Se dirigió a Loblin y Tuck. — Os felicito por vuestro gran desempeño, tanto a mi fiel amigo Loblin, como a ti Tuck. Vuestro trabajo puede ser determinante.  
Loblin y Tuck compartieron una sonrisa cómplice.  
-Y ahora, por desgracia, aunque sé que os pedido mucho, todavía necesito un poco más. 
- ¡Lo que sea! —Loblin no titubeó.  
-Quiero que todos los que estáis aquí, viajéis a Ármacos en mi nombre.  
- ¿¡Cómo!? —La idea contrarió a Elliot.  
-Ya me habéis oído. Necesito que George, regidor de Ármacos, conozca la situación a la que nos enfrentamos. Necesito que fortifique las costas, que haga acopio de víveres y que acoja a los habitantes de las aldeas próximas. No podemos permitir que más ciudades del Este sean atacadas.  
-Nuestro señor tiene razón. Ármacos es la ciudad más importante en la costa norte. Si la atacan, la asedian o la toman, será un duro golpe para todo el Este. —Loblin confirmó lo evidente.  
-Yo iré. —Tuck exhibió una gran convicción a pesar de su corta edad.  
-Mi señor, ¿no podría ir otro en mi lugar? Creo que soy más útil en Hildegard.  
-Lo siento Elliot, pero necesito que seas su escolta. Son tiempos convulsos y me sentiré mucho más tranquilo si vos sois su protector.  
-Está bien... —Elliot aceptó a desgana el cometido.  
Alfred se mantuvo callado, a la espera de que su padre compartiese su opinión.  
-Mi hijo Alfred irá a Ármacos. Pero yo no.  
- ¿Por qué? 
-Yo quiero quedarme y combatir. Lo merezco, merezco la oportunidad de vengar la muerte de Edmund.  
- ¿De verdad es lo que quieres? —Obelix miró fijamente a Kurt.  
-Sí. Ensartar con mi lanza a esos malnacidos es todo cuanto anhelo ahora mismo.  
-Pues que así sea... Te unirás a mi guardia personal.  
-Será un honor. —Kurt estaba más que satisfecho con la decisión.  
-Loblin.  
-Sí, mi señor.  
- ¿Puedo confiar en que te encargarás de los preparativos?  
-Por supuesto. ¿Cuándo queréis que marchemos? 
-Al alba. No hay tiempo que perder. George es un hombre terco y obstinado, pero confío en que le hagáis entrar en razón.  
Mientras tanto, en el palacio, Evadi cumplía las órdenes de Obelix y ejercía como anfitrión en su ausencia. 
- ¿Me estás diciendo, que Obelix tiene este inmenso palacio, y no vive en él? 
-Exacto. —Asintió ante la pregunta de Dean. 
- ¡Es demencial! 
-No todos son tan ostentosos como tú. —Liam no pudo reprimirse. 
- ¿¡Qué quieres decir!? —Dean interpretó la afirmación como una afrenta.  
-Tú casa es la mejor construcción de Beria, todos lo sabemos. 
- ¿Y qué hay de malo? Es lo lógico. ¡Soy el habitante más importante! 
-Obelix no opinaría igual. —Evadi miró a Liam con connivencia. — Según nuestro señor, todos somos igual de importantes. 
-Pero no es cierto... —Dean persistió. 
-Sí que lo es. Si enfermas vas al galeno, si necesitas buen acero, al herrero, envías a tus hijos a la escuela, donde son instruidos por maestros. —Ugor aportó su opinión.  
-Si, si, sé lo que quieres decir. Si necesito comida voy al granjero, y si necesito ropa al modisto, pero, ¿quién les gobierna? ¿Quién garantiza su seguridad? ¿Quién evita la competencia desleal y les garantiza suministros si los necesitan? ¡Los regidores! 
-No seas necio amigo, todo regidor es prescindible. —Liam rellenó la copa de Dean.  
- ¡Lo que tú digas! ¡No voy a discutir! Prefiero beber.  
 

Caminos del Este. 
Tras dirigir el éxodo durante todo el día, por los caminos empedrados que conectan las ciudades, Nuel decidió aprovechar una explanada para dar descanso a la inmensa caterva de personas que comandaba. 
Aunque todos poseían tiendas de campaña, la gran mayoría aprovechaban el buen tiempo para dormir al aire libre o sobre los carruajes y diligencias en los que se desplazaban. 
Era medianoche y casi todos dormían, pero no Nuel, él se encontraba sentado sobre su carro, observando la bóveda celeste. 
-Hola, Nuel. 
Nuel se volteó, al reconocer su voz. 
-Hola, Addix. ¿No duermes? 
-Me cuesta mucho conciliar el sueño. 
-Sí, a mí también... 
- ¿Puedo quedarme contigo? 
-Claro. 
Addix se sentó a su lado. 
- ¿En qué piensas? 
-En mi hogar, en Hildegard... 
- ¿Te inquieta que los hombres de más allá ataquen? 
-Sí. Mucho. Yo debería estar allí, pero...  
-Pero estás aquí. —Le interrumpió. — Y estás haciendo un gran trabajo. 
-Estoy abandonando a mis semejantes, en el que quizá sea el momento más decisivo desde hace generaciones. ¿Y qué hago yo? Desertar. 
- ¿Puedo hacerte una pregunta?  
-Claro.  
- ¿Por qué quisiste ser guerrero? 
- ¿Por qué? —Repitió de manera oratoria. 
-Sí, con qué objetivo. 
-Si te lo cuento, ¿prometes no reírte? 
-Claro, lo prometo. 
-Fue por un libro. 
- ¿Un libro? —Le sorprendió la respuesta. 
- ¿Conoces el 'Libro de los grandes nombres'? 
-Sí. Mi padre tenía una copia en casa. No lo he leído entero, pero lo conozco. 
-A mí, mi padre me regaló un original, uno muy antiguo, elaborado a mano. Todos los días al despertarme lo leía. Memoricé cada nombre, cada linaje, cada hazaña y cada heroicidad. Soñaba con crecer, entrenar y lograr que mi nombre fuera incluido entre sus páginas. 
-Y lo conseguirás, seguro. 
-No lo creo... Solo era un crío estúpido. Ni siquiera pude defender a mis guerreros..., y tampoco tu aldea.  
-Nuel... 
-Es la verdad... 
- ¿Puedo hablarte con franqueza? 
-Por supuesto. 
-Deja de lamentarte de ti mismo. 
-Eh... —Nuel no esperaba tal réplica. 
-Si no hubieras escapado de Mall, quizá esta evacuación no se habría realizado. Imagina que los hombres de más allá asediasen Hildegard. ¿Hubieras disfrutado viendo como todos pasaban penurias? 
-No lo entiendes... 
- ¿Yo no lo entiendo? Tú no lo entiendes. —Afirmó mordaz. — He perdido a mi padre, mi hogar, a mis amigos. Todo cuánto tenía. Pero no me verás compadecerme. 
- ¿Cómo lo consigues?  
-Mi padre me crio para ser así, para ser tenaz y sobreponerme a los horrores. No podemos cambiar lo malo que nos sucede, solo podemos escoger como afrontarlo.  
-Eres muy sabia. —Nuel estaba cautivado por Addix.  
-Y sobre lo que hablábamos antes, ¿recuerdas a Bern, del linaje Narón? 
-Sí. 
- ¿Te acuerdas de lo que hizo en la batalla de Colbun? 
-Retiró a sus tropas, huyó al verse superado...  
-Escapó de la batalla y ordenó a todos sus aliados hacer lo mismo. Y él, sigue siendo el guerrero más famoso y honorable del Este. No creo que temiese la lucha, ni siquiera la muerte, creo que hizo porque no quería que sus huestes perecieran por nada. ¿En tu libro aparecía la popular respuesta que dio cuando le preguntaron el motivo de su huida?  
-Si... 'A veces es mejor huir, para poder luchar otro día'. 
-Bien. Pues aplícatelo. 
-Quizá tengas razón...  
Iris carraspeó su garganta con teatralidad, llamando la atención de ambos. 
-Hola, madre.  
- ¿Molesto? 
-No, no. —Addix se alzó con timidez. — Además, yo ya me iba. Buenas noches. 
-Buenas noches, chiquilla. 
Addix se marchó con presteza. 
- ¿Ocurre algo?  
-No, tu hermana Ozz duerme, Rin le ha contado un cuento. No venias y me preguntaba que hacías.  
-Estaba aquí, pensado.  
-Bien. Pero no tardes en acostarte, mañana temprano tendrás que reanudar la marcha.  
-Lo sé, enseguida voy.  
-Bien. —Se dispuso a marcharse, pero antes de hacerle se giró hacia su hijo. — Y, por cierto, me gusta ella. —Iris le dedicó una sonrisa a su primogénito. 
-Es una buena mujer. —Nuel se expresó con recato. 
 

Bosque Orellan. 
Bred había prendido una hoguera y estaba cocinando un guiso con patatas, zanahorias y restos variados de algunas carnes. Llevaban días sin comer un plato caliente y todos estaban encantados con la idea. 
-Oye, ¿y Lublin? —Brandan se aproximó hasta la lumbre.  
-Sigue obsesionado con cazar algún animal. Como ayer no lo consiguió... —Bred se mofó veladamente de su hermano. 
- ¿Y Onion? —Lacar miró en todas direcciones. 
-Estará defecando, no te preocupes. 
Azcar se aproximó hasta James, el cual permanecía alejado de todos. 
- ¿Te ocurre algo? 
-No... No es nada. 
- ¿Qué te pasa? —Azcar se sentó junto a su hermano. 
-No estoy seguro, me siento nostálgico. Nunca había estado tanto tiempo fuera de nuestro hogar. 
-Nuestra ciudad y nuestra casa seguirán allí cuando regresemos. 
-Sí... Supongo que tienes razón. 
-Cuando te quieras dar cuenta padre estará aburriéndonos con sus interminables charlas, cocinando sus incomestibles empanadas y dándonos sus muchos consejos. 
-Azcar... ¿Por qué hablas así de padre? Él te ama más que a nada en este mundo. 
-Tú no puedes entenderlo, a ti no te agobia tanto como a mí. Lleva toda la vida preparándome, pero jamás me ha preguntado si es lo que quiero. 
-Eres un egoísta... 
- ¿Por qué? ¿Por no querer sus obligaciones? 
-Padre solo quiere ayudarte. ¿No lo entiendes? 
- ¡Claro que lo entiendo! Quiere que sea su sucesor, quiero mantener una tradición arcaica. 
-No... Lo que quiere es que seas una persona valerosa, alguien que se preocupe por el bienestar de los demás. 
-No quiero ser como él... 
-Y nunca lo serás. Padre es ambicioso, él quiere que seas mejor incluso. 
-Eso no lo sabes... 
-Claro que lo sé. Padre habla mucho conmigo, sobre todo de ti. 
- ¿Sí...? 
-Claro. —Asintió. — Sus ojos se iluminan cuando habla de ti. Solo tiene elogios y buenas palabras, a pesar de tus desplantes, tus enojos y tu indisciplina. 
-Yo... 
De pronto tres hombres emergieron de la vegetación que les rodeaba, atraídos por el humo. 
- ¡¡¡Quietos!!! ¡¡¡No os mováis!!! 
Dos de ellos portaban arcos, y el restante un hacha roma. 
Todos permanecieron inmóviles, pues solo Azcar y Bred llevaban sus armas consigo. 
- ¿Qué queréis...? —Bred no sintió el más mínimo pavor por su presencia. 
-Vamos a llevarnos vuestros caballos, vuestra comida y todo lo valioso qué tengáis. 
Azcar y James se acercaron lentamente, con las manos alzadas.  
- ¡Quietos! —Uno de los arqueros apuntó hacia Azcar.  
-No sabía que todavía había saqueadores en el Este. —Azcar tampoco titubeó con su presencia. — Os recomiendo que os marchéis, antes de que alguien salga herido.  
- ¿Eres ciego? ¡Nosotros tenemos las armas!  
-Esto no es necesario. —James se dirigió al cabecilla. — Estamos en una importante misión. Debéis...  
- ¿¡Debemos!? ¡No debemos hacer una mierda! ¡Y nos da igual que hagáis aquí!  
Bred miró a Azcar, ambos se conocían tan bien, que casi podían hablar mediante sus expresiones.  
-Voy a ir a por los caballos, si alguno se mueve, matadlo.  
Los dos secuaces asintieron.  
El malhechor comenzó a caminar pausadamente hacia los caballos, fue entonces cuando sucedió.  
Sus dos subalternos fueron abatidos de manera simultánea. Uno recibió un flechazo en el cuello, el otro en el abdomen.  
- ¡Maldición! ¡¿Dónde?! —Miró en todas direcciones.  
Bred y Azcar desenvainaron sus espadas y fueron a enfrentarlo.  
- ¡Venga, perros!  
El hombre empleó su hacha para acometer contra Azcar, que esquivó fácilmente el envite. Bred aprovechó la ocasión y arremetió contra sus piernas, sajando su rodilla.  
Él salteador no pudo mantenerse en pie y quedó apoyado sobre sus rodillas.  
-Te dije que te fueras...  
Azcar atacó su cuello, el impacto fue tan fuerte que casi separó la cabeza del cuerpo.  
- ¿Estáis todos bien?  
Lublin y Onion salieron de sus escondrijos.  
-Bien hecho, hermanos. —Bred agradeció su intervención.  
-No sé qué sería de vosotros sin mí. —Lublin mantuvo su característico sentido del humor a pesar de las circunstancias.  
-Ey, Tod. ¿Estás bien?  
El más joven de los Willent estaba petrificado. Jamás había visto a nadie morir, y la situación se había conmocionado. 
-Respira. Tranquilo, todo está bien. —Brandan se aproximó a Tod.  
-Qué mala suerte. Nos hemos tenido que encontrar con los únicos saqueadores de la zona. —James observó los cuerpos sin vida.  
-No son los únicos. —Azcar limpió el filo de su espada con su manga. — ¡Esto es culpa nuestra! ¡No estábamos preparados! ¡Podían habernos matado!  
-Relájate, Azcar.  
-No, Lublin. Evita tus chanzas, esto es serio. —Replicó autoritario. — A partir de ahora os quiero a todos armados en todo momento. Bastan las imprudencias.  
-Azcar, tienes razón. —Bred dio un paso al frente. — Debemos ser más cautos.  
- ¿Qué hacemos con los cuerpos...? —Lacar aparentaba templanza, pero se había formado un denso nudo en su garganta.  
-Ayudadme. Vamos a apartarlos a un lado.  
- ¿Los vamos a enterrar? —James oteó a su hermano  
- ¿Enterrar? —El comentario le indignó. — No, claro que no. No merecen respeto alguno, ni nuestra compasión. Dejaremos que sus cuerpos sirvan de alimento para los animales del bosque.  
-Pero Azcar... —James no compartía su dictamen.  
-Ya me has oído, y no voy a repetirlo.  
 

Afueras de Hildegard. 
Ian y Travis, por consejo de Dorian, habían escogido establecer su campamento en un páramo cercano a la capital. 
Travis, movido por la desconfianza, había mantenido a Dorian muy cerca. Cuando no estaba con él, estaba vigilado por sus soldados más leales.  
-Entonces, esta entrada es la más amplia. —Señaló el mapa que Dorian había ilustrado. 
-Sí. Es la puerta del Sol. 
-Me da igual su nombre, lo único que me importa es su ubicación. —Travis se expresó con crudeza. 
-Templanza, Travis. Nuestro nuevo aliado está demostrando su valía, permítele recrearse. 
-Sí, bien.  
-Las murallas miden quince lanzas de altura. Si queréis escalarlas, necesitareis escaleras colosales.  
- ¿Lanzas? —Ian desconocía el término.  
-Es una unidad de medida, aquí todo se mide en lanzas. 
-Ya... ¿Qué opinas Travis? 
-No necesitaremos escalera alguna. No lograríamos subir. Echaremos abajo los portones y entraremos por las entradas más grandes. 
-Si hacéis eso, muchos morirán. Los arqueros los abatirán. 
-Me da igual cuantos mueran, mientras consigamos entrar. —Travis no se reprimió al expresarse. 
-Dime, Dorian. Una vez dentro de Hildegard, ¿qué harías? 
-No soy buen estratega, alteza. 
-Da igual, quiero conocer tu opinión. 
-Bueno..., yo creo que lo mejor sería dividir el ejército. Una mitad que ataque de frente y les haga replegarse. La otra mitad que conquiste las murallas. De lo contrario, los arqueros harán todo lo posible por impedir el paso. 
- ¿Qué te parece Travis? 
-Sí, yo estaba pensando lo mismo. Pero ahora me ha hecho dudar.  
- ¿Por qué lo dices? —Dorian se sentía confuso tras la declaración.  
-No confío en ti. No es personal, por lo general suelo desconfiar de todos.  
-No os he dado motivos para desconfiar de mí. Ni siquiera me he quejado de que me obliguéis a acompañaros hasta cuando estáis en las letrinas.  
-Sí, eso es cierto. Pero hemos masacrado tu ciudad, matado a tu padre y tus conocidos. Y vos, no solo confiesas, también nos ayudas a preparar el ataque a tus compatriotas. ¿Te parece una actitud coherente?  
Ian escuchaba con interés el diálogo.  
-Sí. Es algo muy sencillo. Ya no puedo recuperar a mi padre, ni a mis conocidos. Ahora solo puedo resignarme. Pero no os estoy ayudando de forma desinteresada.  
- ¿No? —Travis sonrió descaradamente.  
-Claro que no. Quiero gobernar. Quiero se vasallo del rey Marco, que le habléis de mí y de la ayuda que he proporcionado. Quiero gobernar Hildegard cuando todo esto acabe.  
Travis no pudo contener la risa.  
-Hablo muy en serio.  
-Te creo. No me rio porqué te considere un necio, lo hago porque me recuerdas a mi cuando era más joven.  
- ¿Y bien? ¿Cuento con vuestro apoyo cuando esto acabe? —Dorian miró fijamente a Ian.  
-Sí. Lo tendrás. —Ian accedió.  
-Pero... —Travis dio un paso al frente, parándose delante de Dorian con pose intimidatoria. — Si quieres Hildegard, tendrás que combatir. 
-Por supuesto. —No empequeñeció ante Travis.  
-Bien. Irás a mi lado en la batalla. 
-Perfecto.  
-Espero que pienses igual cuando debas ensartar a tus camaradas. —Travis se apartó y tomó asiento en una de las banquetas que había alrededor.  
-Volviendo al tema que nos atañe. ¿Hay algo más que debamos saber?  
-No, alteza.  
-Bien, entonces, puedes retirarte.  
-Claro. —Miró a Travis.  
-A mí no me mires. Ahora eres uno de los nuestros, ¿no?  
Dorian asintió.  
-Descansa bien, mañana será un día grandioso.  
Dorian salió de la tienda.  
- ¿Las bestias están preparadas?  
-Sí.  
- ¿Qué han dicho los domadores?  
-Que una vez las liberemos, no podremos controlarlos. Pero me han garantizado que cumplirán su objetivo.  
-Estupendo. —Ian contempló la ilustración nuevamente. — Dime, ¿qué piensas de nuestro nuevo aliado?  
-Es ambicioso, pero yo nunca podré confiar en alguien que ha traicionado a su propia gente.  
-Opino igual.  
- ¿Qué quieres que haga con él?  
-Lo que quieras. Si sobrevive a la lucha es todo tuyo. Me da igual si vive o muere. 
 
 



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En el texto hay: fantasia, altafantasia, heroico

Editado: 17.01.2023

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