El Séptimo Piso

El Séptimo Piso

            De nuevo me había congelado, y tras ver todo lo que estaba pasando en ese momento, comprendí que aún no escapaba de aquél suceso sin explicación. Ahora estaba en la ducha sin ropa y bañado en sangre. Las gotas pesaban y tenían un olor a hierro mezclado con ajo y cebolla. Un hedor descriptible y casi inaguantable, lo que me hizo vomitar al mismísimo instante en que mis fosas nasales se abrieron para respirar. No supe si la reacción fue por el olor que desprendía el lugar, o por toda la sangre y vísceras que se encontraban esparcidos en el suelo después de la cortina.

            Me apresuré a salir con sumo dolor del baño mientras me tropezaba al pisar todos los órganos que no podía ni evitar; pequeños ojos de diferentes especies de animales y largas tiras de pieles unidas unas con otras que estaban pegadas al suelo como tapicería. Aterrorizado y con la visión enrojecida por toda la sangre que me entró en los ojos a los pocos momentos de correr despavorido, logré salir de aquél lugar tan espantoso, para encontrarme con uno aún peor… el dormitorio; que ahora era una galería de arte sangrienta, cuyas principales obras eran mis muebles y mis paredes como lienzos de pintura; Mi cama se había transformado en una gran pila de carne con brazos sostenidos que salían de debajo de ella y que servían figurativamente como almohadas, torsos que se unían a la pared y que formaban la cabecera y brazos y piernas que servían de apoyo para sostenerse del suelo; partes que parecían estar vivas y recibían espasmos de dolor a cada segundo. El suelo ahora era una gran masa rojiza y viscosa que se movía de arriba hacia abajo con cada paso que daba, y que dejaba salir vapores y sangre por pequeños, esparcidos y diminutos poros.

            Desnudo, y sin poder conseguir ropa, salí de la habitación hacia la cocina, para encontrar que esta estaba vacía y destruida por completo. La cerámica estaba incrustada en las mismas paredes, y la del piso estaba agrietada, como si algo la hubiese martillado fuertemente, dejando roturas y trozos por doquier. Tras observarla por un segundo sentí un viento helado desde la ventana de mi habitación; de pilares de carnes sin vidrios que apenas y se mantenían, y al cabo de un segundo de suspenso, de nuevo su rugido se escuchó detrás de mí, y no hace falta decir que corrí hacia la puerta de entrada para escapar, ya que la cerradura principal consistía únicamente en una perilla rotativa con seguro y un candado simple apegado a la madera.

            Logré abrir la puerta rápidamente, pero cuando por fin pude salir del apartamento me encontré a mí mismo al borde del último piso del hotel; al filo de la azotea, donde en la calle aún pasaban automóviles que aún reflejaban la luz del sol del ocaso. Me tambaleé hacia delante, hacia la caída, recobré el equilibrio por un momento y caía hacia atrás con un último impulso, salvándome de un trágico y seguro suicidio no intencional.

            Dejé atrás el último piso y bajé asustado por las escaleras. Ya me encontraba en la realidad. Vestido con la ropa con la que salí del trabajo, pero toda mojada por mi sudor, por mis verdaderas lágrimas y por otros fluidos que escaparon de mi cuerpo. Pregunté a los vecinos que iban entrando y saliendo sobre el séptimo piso y la extraña puerta, pues cuando bajé no los había notado, y ellos me respondieron, de mala gana por mi hedor y apariencia, que tales cosas no existían. Me aseguré de que fuese verdad y le pregunté a varios inquilinos más, y al dueño del hotel, y todos me respondieron lo mismo: Que solo habían seis pisos y la puerta vieja de la azotea. Pero eso fue solo el primer día… pues en los siguientes ocurría de nuevo aun estando en mi cama o en otras habitaciones fuera del hotel…, una y otra vez…




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