El Ser Mitológico (segunda edición)

3

Katie iba ensimismada leyendo el mensaje que estaba escrito detrás de la carta que le había, prácticamente, quitado de las manos a ese artista errante. «El hada que vaticina la (des)gracia del amor», leía Katie en voz alta el nombre de la carta mientras, a la vez, caminaba sin horizonte alguno. Según lo que Katie había leído de la descripción mágica de la carta era que el hada se comportaría justo como si el amor pudiese comportarse, sólo tendría que obsequiársela a esa persona.

Mientras seguía caminando sin saber adónde buscar a Natus Vincere, meditaba que ese nombre de la carta no podía ser así de bueno. «Tengo que estar así de mal para utilizarla…», pensó Katie, después soltó una risita maliciosa.

—Conque era tuyo, ¿eh? —le susurró Emma al oído de Katie por la parte trasera.

Katie se sobresaltó y, de manera mecánica, guardó su carta.

—¿Mi qué? —dijo Katie toda azarada.

—Tu aroma… —comentó Emma mientras de manera sobrenatural la rodeaba.

—Supongo que siempre ha sido mío —contestó Katie sin dejar que Emma viera su cara ruborizada.

Emma, al ver el rubor de Katie, se incomodó un poco.

—Es que he encontrado un pibe en apuros y… —dijo Emma, pero al darse cuenta que Katie no le prestaba atención, se detuvo.

—¿Lo has encontrado? —preguntó Katie.

—Sí, míralo aquí —se mofó Emma.

Katie le echó un atisbo agrio. Luego se fue en cualquier dirección.

—Vamos, es un chiste —dijo Emma.

—Lo sé.

—¿Entonces? —preguntó Emma.

—Ese es el problema —dijo Katie con un matiz exasperado—, siempre ha sido un chiste para ti.

Emma la rodeó con su velocidad habitual.

—No es justo —le objetó Emma—, yo también quiero encontrarlo… —lo dijo con un sinsabor.

—Lo sé —dijo Katie irritada—, pero no es suficiente.

—Hago lo que puedo —dijo Emma con desdén.

—¡Maldición, lo sé! —gritó Katie. Esta vez estaba hablando de otra cosa, no de Natus Vincere.

Cuando Katie se enteró que se había comportado de una manera no agradable, se sentó en uno de los andenes de la calle y soltó un suspiro.

—Perdón… Perdón… Perdón… —se disculpaba reiteradamente.

Emma también se agazapó junto a ella, como si no estuviera molesta en lo más mínimo.

—Lo encontraremos —le prometió Emma a Katie.

«¿Por qué su voz me hace sentir así de bien?», pensaba Katie una y otra vez mientras Emma la abrazaba.

—No hagas promesas que no puedes cumplir —contrarió Katie para ocultar los latidos de su corazón.

Súbitamente, de la nada apareció un hombre gigante desnudo con cabeza de reloj de arena. El hombre con cabeza de reloj mandó una manotada hacia donde estaban Katie y Emma. Emma, con la fuerza de un hombre lobo, detuvo el golpe de ese ser sobrenatural. Katie cayó a un lado.

—¿Un tulpa? —interrogó Katie mientras se fijaba en ese ser monstruoso.

Emma, con la velocidad de un vampiro, esquivó el golpe del tulpa. Luego voló, como si fuese un hada, hacia el tulpa e hizo pedazos el vidrio del reloj. La arena se esparció por toda la calle. Cada grano de arena se convirtió en un hombre de tamaño mediano con cabeza de reloj de arena. Había decenas… cientos… muchos de ellos.

—«Encantamiento espacial: sello sobrenatural» —gritó Katie con ahínco.

De la nada aparecieron cintas enmarcadas por símbolos extraños, una simbología que parecía indicar que se trataba de hechicería (la magia a través de las letras o grafías), pero, en realidad, se trataba del encantamiento, esa magia que reutiliza el poder de esos cientos de miles de diminutos tulpas en su contra. En ese instante, cada tulpa estaba siendo arrastrado hacia una ráfaga circular morada opaca que provenía del interior de cada uno de ellos. Los tulpas se habían marchado gracias al encanto de Katie.

—¿Estás bien? —preguntó Emma a Katie.

Katie estaba un poco lastimada, porque había salido a volar por los aires en el momento en el que el tulpa las atacó. Katie le confirmó a Emma que se encontraba bien.

—Compré algo para ti —dijo Katie mientras sacaba la carta. Luego lo pensó mejor—, en realidad, lo robé por ti —Katie cayó en cuenta de sus palabras al ver la expresión de Emma—, choqué con un chico y le pedí que me la regalara —dijo Katie para ser honesta, aunque estaba incómoda.

Emma estaba segura que antes de recibirla, esa carta parecía no tener ningún dibujo en absoluto, pero cuando la recibió de las manos dóciles de Katie, ella pudo darse cuenta que había un hada aparentemente fuerte, el cual parecía estar listo para tirar los dados de un juego. Emma se rio un poco.

Katie, por otro lado, vio que un hada salió de la carta, se escabulló por todos los alrededores de Emma, como si estuviera examinándola o buscando algo en particular. Después de eso, el hada se puso en frente de Katie e hizo un gesto de guardar completo silencio. «¿Es un tulpa?… Es diferente», se dijo para sí misma mientras intentaba recordar al chico con el que chocó.




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