El Ser Mitológico (segunda edición)

5

En el parque principal se encontraba Sebastián combatiendo el tulpa sin ningún tipo de esfuerzo.           

El trol estaba golpeando repetidamente el suelo con su mazo de púas para hacerle perder la estabilidad física a Sebastián, pero Sebastián, un fisicalista, controló las vibraciones abruptas del suelo sin sufrir ningún daño colateral por parte del tulpa. Aburrido de la confrontación, se coló hasta la espalda del trol tras modificar su velocidad.           

—«Hechicería: cierre simbólico» —hechizó Sebastián mientras usando el aire marcaba con sus dedos unos símbolos en la piel verdusca del trol.            

A través de una lámina solar resplandeciente, la marca de los símbolos encarceló enteramente al trol, haciéndolo desaparecer del mundo natural. Sebastián, desganado, bostezó.            

—Que recuerde los tulpas son más poderosos —dijo Sebastián mientras analizaba que no había quedado satisfecho con la batalla, ni en lo más mínimo.           

Sebastián se puso a pensar sobre toda la situación mientras inconscientemente salía del parque principal, dirigiéndose hacia una coctelería casi cerca de allí. Como líder, Sebastián debía estar presto a cualquier índice que lo llevara con el paradero de Natus Vincere, pero ¿qué había de curioso con su día? Al parecer, nada había sido lo suficientemente interesante para él, aunque… la verdad, ¡sí le intrigó el arte pictórico de ese artista misterioso!: «¿cómo era posible que no me vendiera todas las cartas?  ¿Acaso las estaba regalando?», se dijo a sí mismo para sus adentros.           

—Un cóctel afrodisíaco —ordenó Sebastián como siempre lo hacía.           

Uno de los elfos de la coctelería se acercó hacia Sebastián, arrimó una de las sillas con escaleras, se subió a ellas y le entregó la bebida a Sebastián. Este sin querer le causó mucha risa ese elfo. El elfo ya casi lo asesinaba con la mirada. Sebastián cogió su bebida, dejó dinero y salió de la coctelería.

En su mano derecha sostenía el cóctel afrodisíaco, una bebida alcohólica que acelera el ánimo de los fisicalistas, demasiado eufórico para los mentalistas. Sebastián dio un trago a su bebida: sintió cómo un brusco ánimo lo invadía en todos sus sentidos, esa sensación de estar presto al más mínimo detalle sensible. Algo rápidamente pasó, pero a los ojos de un fisicalista nada se pierde.           

—¿Ethan? —dijo Sebastián sin podérselo creer. Intentó parpadear para recuperar su cordura.

«¿Qué hace Ethan persiguiendo a un enlazador con un chico atrás?», pensó Sebastián un poco confundido.  «¡¿Un enlazador…?!», se dijo a sí mismo cayendo en cuenta de lo que había visto. De una vez sin pensarlo miró su cóctel afrodisíaco: «o me ha cogido temprano o me han estafado», pensó Sebastián mientras miraba con recelo a ese elfo cómico, algo le decía que ese elfo era diminutamente perverso. Sin dudarlo, botó el cóctel afrodisíaco, igual no quedaba mucho por beber.           

En ese preciso instante, pasó Emma con Katie en los brazos a la vez que Katie saludaba inocentemente a Sebastián con un aleteo de muñeca. Este estaba a punto de perder la cabeza: ¿por qué estaban persiguiendo a Ethan? Al final, como era de costumbre, Sebastián le restó importancia a buscar explicaciones. Simplemente comenzó a preparase para correr, para alcanzarlos y para superarlos.

—Tienen ventaja —decía Sebastián mientras calentaba— hasta 5… 4… 3…           

Y antes de que el tiempo se acabara, Sebastián desapareció de las afueras de la coctelería e iba recorriendo a toda velocidad la ciudad. En un instante, alcanzó a Emma y a Katie, y con un gesto de ahí-nos-vemos, las superó y las retó. La competidora de Emma aumentó su velocidad, pero no fue suficiente para el cargado de Sebastián. Después, pasó a Ethan, se posicionó enfrente del enlazador y lo detuvo depositando su dedo índice en la frente encapada del enlazador.           

Dejándose llevar de la euforia, recogió su dedo corazón en el pulgar y lo expulsó hacia el enlazador, lo que lo mandó a volar por los aires en varias volteretas. Ethan llegó, luego llegó Emma y Katie. Todos ellos vieron cómo Agnis daba volteretas junto al enlazador.            

—Idiota —le dijo Emma a Sebastián.            

Sebastián había olvidado que el enlazador llevaba un chico atrás. Instantes después de ver rodar en el aire al enlazador y al chico, se apresuró, lo agarró por la ropa y se lo llevó lejos del enlazador. Agnis había perdido el horizonte: se preguntaba si todavía se llamaba Agnis. Antes de que Agnis pudiese contemplar las alas de Ethan, este las guardó con recelo, pues para los seres supranaturales sus alas son lo más sagrado y poderoso que tienen.

Katie, en los brazos de Emma, saltó, se avecinó no tan cerca al enlazador y encantó:           

—«Encantamiento: sello sobrenatural».           

Las cadenas del enlazador se enroscaron alrededor de todo su ser, en las cuales se inscribieron unos símbolos extraños carcelarios. Después de eso, el tulpa había sido sellado y ya no se encontraba más en el mundo natural.

Más allá estaba Sebastián dándole unas palmadas de alivio a Agnis, pues ese chico estaba vomitando todas sus vísceras. Agnis sabía que jamás podía dedicarse a los juegos extremos, no si quiere seguir viviendo una vida plena. Agnis se incorporó todo ofendido con esos chicos: parecía traerle solo desgracia. Sebastián se fijó bien en Agnis entrecerrando sus ojos.            




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