El Ser Mitológico (segunda edición)

3

Todas las élites en ese feriado estaban preparándose para el rito elitista, el cual consiste en que los integrantes delegados no pueden entremezclar su esencia mágica con la de ningún otro ser mágico diferente de la de su élite. Todo abarca una tradición puritana de conservar intacto el aroma mágico de los integrantes delegados.

Katie enigmáticamente extrajo una gota de sangre de todos, excepto de Agnis. 

—¿También me vas a pinchar? —le dijo Agnis horripilado.

Agnis soltó un suspiro de alivio cuando Katie disintió.

—Yo puedo pincharte —le propuso Ethan en un tono comprometedor. 

Agnis fulminó con la mirada a Ethan; este le guiñó el ojo. 

—No debí haber escuchado eso —dijo Emma con un tono de repugnancia.

Agnis fulminó con la mirada a Emma; esta simplemente hizo como si lo ignorara.

Sebastián se echó a reír de ver cómo Agnis pulverizaba a todos con la mirada. No fue tan grato cuando Agnis lo fulminó con la mirada. Sebastián se irguió.

—¿Para qué es? —preguntó Agnis ridiculizado.

Katie inoculó las gotas de sangre de cada uno de ellos sobre unos símbolos hechizados que reposaban en una banda. 

—Es un vendaje hechizado que permitirá reconocer cuando estés en contacto con otros seres mágicos —le explicó Katie.

—Aparte de nosotros —precisó Emma.

Agnis entrecerró los ojos intentando comprender.

—¿Qué tipo de contacto? —le preguntó Agnis sin lograr entender. 

—Cualquier tipo de contacto —le respondió Ethan mientras le tocaba la entrepierna.

Agnis se erizó esquivando a Ethan. 

—¿Ni siquiera puedo ver a otro seres mágicos? —preguntó Agnis en un matiz dramático.

—Puedes —le explicó Sebastián—, pero no puedes fraternizar con el enemigo. 

—Sigo sin entender —dijo Agnis con los brazos cruzados. 

—No esperábamos que lo hicieses —le dijo Ethan con sarcasmo. 

Agnis frunció el entrecejo.

—No debes dejar que otros se acerquen a ti —le decía Katie mientras le colocaba la banda mágica en su brazo derecho— ni mucho menos debes dejar que mezclen sus cosas contigo —Katie fulminó a Agnis con la mirada—. No puedes dejar que se contamine tu esencia mágica —Katie apretó el vendaje. 

—Está ajustada —le dijo Agnis salvándose de la mirada tajante de Katie.

—Lo sé —dijo riéndose mientras la aflojaba un poco más.

—¿Y ustedes qué tienen que hacer? —preguntó Agnis curioso. 

—Protegerte… —contestó Emma con ojos feroces. 

—Como la doncella que eres —intervino Ethan burlándose de él. 

—¿De quiénes? 

—De otras élites —aseguró Sebastián con una voz prominente. 

—De otros seres sobrenaturales que merodean por ahí —le dijo Emma.

Agnis tragó saliva de imaginar cuántos seres sobrenaturales monstruosos estaban a la espera de poder acecharlo. 

—De los carbonizadores —añadió Katie. 

Agnis jamás había escuchado de los carbonizadores.

—¿Qué son los carbonizadores? —preguntó Agnis.

—Son seres amorfos de carbón mágico que intentarán mancharte para descalificarte —le explicó Ethan en un tono siniestro para asustarlo.

Ethan lo logró: Agnis se asustó.

—¿Y todo esto para…? 

Todos intercambiaron miradas de incógnita.

—Agnis —Sebastián lo condujo por el feriado—, ¿no sabes cuál es el premio? —Sebastián abrió su mano derecha sobre el horizonte como haciendo un gesto de grandeza.

Agnis esbozó un ademán codicioso. 

—No —Agnis negó con la cabeza—, ¿cuál?

—Ninguno —Ethan le dañó la ilusión. 

—Eso no es verdad —le objetó Sebastián—. El premio es pasar un rato agradable con tu familia. 
Agnis experimentó regocijo al oír que Sebastián lo consideraba como parte de su familia.

—¿Se tragó el cuento? —le preguntó Emma a Katie sin que Agnis escuchara. 

—Lo hizo —dijo Katie toda orgullosa de Agnis.  

—Tragó entero —dijo Ethan por sus espaldas.

De repente, un reloj de arena inmenso se localizó arriba del feriado del rito elitista, advirtiendo que la tradición de las élites de proteger a sus integrantes delegados de otros seres mágicos estaba por comenzar.

—Aquí viene —le dijo Sebastián a su élite para que se organizara.

Todos se hicieron al lado de Agnis como si lo estuvieran cubriendo de cualquier amenaza posible.

—Súbete —le ordenó Sebastián. 

—Puedo caminar… 

Sebastián le mostró sus ojos de depredador. 




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