Una mañana se despertó desconcertado. Había ido a la concina esperando encontrarlo cocinando como acostumbraba cada día, pero no se encontraba en ningún lado, estuvo buscando por todos lados.
¿A dónde fue? Se supone que esa semana no salía.
Decidió esperarlo, pero no llegó en todo el día. Al siguiente pensaba “¿Y si me dejó porque soy débil?”, estaba muy preocupado, “Quizá él no me consideraba digno de ser su hijo”. Su vista se nublaba cada vez más con esos sentimientos.
Consideró ir en su busca a los tres días, pero luego recordaba lo que le decía su padre: “Sigue entrenando”. Sí, eso es lo que debía hacer, y seguramente un día, cuando sea más fuerte, él regresaría y ya entonces podrían salir a ver muchos lugares del mundo…. Sí, eso, como los mejores espadachines, unos que pudieran hacer frente a cualquiera que se les pusiera en frente…
Pasan semanas, todavía no hay rastro de su regreso o de dónde podría estar.
El chico entre ese tiempo se volvió muy independiente, podía entrenar por sí mismo (su padre le había dejado unos libros que usaban mucho), limpiaba la casa, hasta se cocinaba cuando lo necesitaba. Por una extraña razón, el amigo… o enemigo de su padre dejo de visitarlo justo después de la partida de éste último. Nadie iba ni a casa ni su único huésped salía, era como si el mundo entero hubiera olvidado ese lugar, se sentía muy solitario.
No importaba mucho, él podía soportarlo hasta cuando fuera necesario, tenía que volverse fuerte.
También adquirió la costumbre de pasar la mayor parte del tiempo fuera, casi siempre practicando, en el patio trasero. Ahí continuaba sintiéndose tranquilo, jugaba, usaba un columpio que logró hacer con mucho esfuerzo que había atado en un brazo del árbol grande del patio, a veces miraba el poso de agua y tiraba una moneda al fondo.
“Que papá regrese pronto” decía cuando cerraba los ojos y deseaba desde el fondo de su corazón, aunque no podía evitar sentirse muy infantil diciéndolo.
Muchas veces comía sobre la mesa de madera que estaba al lado del árbol y miraba hacía lo lejos a través del alta cerca metálica. Él pensaba que llegaría el momento en el que desde lo alto de una de las lomas que expresaban la pradera, vería a su padre llegando y entonces el chico estaría muy feliz, y le diría lo mucho que ha mejorado…
Era él y su espada de madera todo el tiempo, entrenaba y la tiraba al suelo cuando se sentía muy cansado, luego se quedaba mirando las nubes durante el día o las estrellas en la noche. Bueno, así fue primero.
Un día encontró un pequeño animal que merodeaba alrededor del árbol cuando por accidente dejo caer un pedazo del emparedado que estaba comiendo, éste estaba curioseando mientras veía el pan y se movía de forma astuta. Era una pequeña ardilla, seguramente ni siquiera era adulta, lo sabía por su actitud tímida y lo pequeña que era.
“Hola, pequeña. ¿Y tus padres? ¿Por qué no estás con ellos?”, preguntó el chico inclinándose hacía el animal y doblando sus rodillas para acercarse más.
Pero no parecía haber una sola ardilla más por ahí, ésta sólo se quedaba viéndolo, curiosa.
“Ya veo… No tienes padres. ¿Te dejaron?”. Esas palabras, sus propias palabras, se sentían muy distantes, como si fueran dirigidas más bien para él. Una punzada de melancolía atravesaba por su cuerpo. Sin darse cuenta se estaba deprimiendo a él mismo solamente diciéndolo.
“Te comprendo… A mí me pasó algo igual.” El chico sonrió.
“Pero yo sé que algún día regresará, por eso entreno cada vez que puedo”.
Aquella vez se sintió muy alegre, era como tener un nuevo amigo, así ya no se sentiría tan solo.
Cada mañana, el chico se despertaba muy temprano para ver a la ardilla y darle de comer un poco del pan que tenía (parecía gustarle), la mayoría del tiempo estaba bajo el árbol en el que tenía colgado el columpio, porque ahí era donde tenía su hogar.
Al menos durante ese periodo de tiempo no lamentaba estar desolado.
Recuerda vagamente que un hombre extraño había dejado una carta, si era para su papá no quería verla, porque si lo hace tal vez se ponga triste, y él no quiere eso.
Tenía que subsistir, de esa forma, esperando su llegada. Al final no estaría solo, ahora que tiene un amiguito que literalmente vive en su patio trasero.
Pasó un día, luego otro y otro hasta que se hicieron semanas, después meses. El chico nunca dejo de entrenar duro, se volvió muy fuerte, mucho. Como hacía antes, practicaba durante horas hasta que anocheciera; era cansado, pero podía mantenerse gracias a aquellas palabras en mente, “Sigue esforzándote”.
Hasta que…
Cierta tarde, él estaba intentando arreglar los daños del uso continuo a su espada, sentado sobre la mesa en el césped miraba a lo lejos sin dejar de concentrarse en lo que hacía.
La pequeña ardilla lo observaba detenidamente desde una rama en el árbol.
Editado: 07.09.2018