El suicidio in media res

Capítulo 1

En una humilde vivienda del barrio de Tecla Sala, en la ciudad de Hospitalet, las cuatro cifras electrónicas de un reloj digital marcaron las ocho en punto de la mañana y su función de despertador, exasperada de tanto permanecer en espera, procedió a llevar a cabo la única función de la que se encargaba durante su fugaz jornada laboral: incordiar a su respectivo dueño y conminarlo a que le dedicara los improperios más improvisados que puede llegar a formular un pobre currante recién levantado.

En este caso en concreto, la alarma despertó a un hombre de admirable complexión musculada que, a pesar de ubicarse esta historia en invierno, tenía la malsana costumbre propia de la ficción americana de dormir desnudo de cintura para arriba. El individuo en cuestión emitió un «Me cago en su puta madre», se incorporó de la cama de matrimonio en la que había dormido, manteniéndose sentado encima del colchón, se frotó los ojos y, tras proferir un chasquido con la lengua, desactivó la alarma del reloj con un fuerte e injustificado puñetazo contra el botón. Acto seguido, se zafó de la manta, se levantó completamente de la cama y abrió la persiana de la ventana de la habitación de un solo tirón y con una sola mano, pues tal era la fuerza física de la que gozaba el sujeto. Soltó una nueva maldición en cuanto la luz del sol incidió molestamente en sus ojos, se plantó delante de un espejo ubicado encima de la cómoda de la habitación y simuló que realizaba una exhibición de culturismo ante los ojos de su idéntico espectador.

—¡Cago en to! —espetó con un timbre de voz bastante histriónico, pues se asemejaba al de un hombre que tendiera a oprimir su propia garganta sin recurrir a las manos, emitiendo entonces un hilarante tono gangoso—. ¡Vaya mierda cuarenta años!

Francamente, incurría en una exageración al considerar que aquella edad había supuesto un deterioro de su aspecto físico. Sin disponer de la esperpéntica corpulencia de un monstruo de película de ficción, todos y cada uno de sus músculos seguían manteniéndose visiblemente fibrosos. Además, contaba con el privilegio de medir un metro ochenta y tres de estatura, por lo que la unión de ambas cualidades estéticas lo dotaba de un aspecto sumamente atractivo. Su cabeza presentaba una forma ovalada y carecía del menor cabello alrededor del cráneo, con la excepción de la zona del hueso parietal, cubierta por una pequeña mata de pelo puntiagudo gracias al constante uso de gomina capilar.

El nuevo sujeto escrutó sus prominentes ojos marrones, sus carnosos labios, la elevada visibilidad de los huesos ubicados bajo sus pómulos y al lado de la boca, los cuales le conferían un rostro algo simiesco, y, por encima de todo, los dos complementos que idolatraba tanto como su musculatura: un piercing en el lóbulo de su oreja derecha y dos tatuajes en forma de águila, uno en su hombro izquierdo y otro de mayor tamaño cubriendo todo su pecho.

—Si es que parezco un macarra callejero —se elogió a sí mismo—. No maduro, macho, es que no maduro…

Volvió a emitir un segundo chasquido con la lengua, se desvistió quitándose el pantalón del pijama y se cubrió el cuerpo con la vestimenta que llevaría aquel día, compuesta por unos pantalones tejanos y un grueso jersey de color plateado. Una vez vestido, salió de la habitación hacia el comedor del domicilio y, justo en el momento en que pisó la nueva sección del inmueble, se topó con una mujer, una dama que acababa de salir del cuarto de baño cubierta de maquillaje. Se trataba de su propia mujer.

—¡Hostia, Pablo! —exclamó, colocándose una mano en el pecho—. ¡Qué susto me has dado! ¿Cómo es que estás despierto si ahora son…? —Miró su reloj de pulsera—. Las ocho y diez minutos, sí. Tu turno de mañana en el gimnasio empieza a las diez en punto, ¿no?

—Lo sé, Esther, lo sé. Se me pasó comentártelo… —gruñó, rascándose su escasa cabellera y dirigiéndose a la cocina, lugar al que su mujer también se encaminó—. Es que se ve que hoy tengo una cita muy importante aquí en nuestra propia casa… En nada vendrá el comisario.

—¿Cómo? —se escandalizó la señorita Esther—. ¿El comisario de la Policía de Hospitalet? ¿El mismo que te quitó la placa y te echó a patadas del cuerpo a raíz de aquel puñetero operat…?

—Sí, Esther, sí, a raíz de aquel puto operativo. No empieces a calentarme la cabeza otra vez con ese tema —la interrumpió, cogiendo una taza de los cajones de la cocina y buscando el cartón de leche en la nevera—. No sé qué cojones quiere contarme cuando se supone que ya han pasado más de tres años desde que me echaron del cuerpo. Ni siquiera le conté que acabé encontrando un nuevo empleo como entrenador personal en un gimnasio, así que a lo mejor se piensa el muy gilipollas que sigo en el paro y por eso quiere presentarse aquí con un par de huevos para descojonarse de mí… Pero ¿qué quieres que haga? —añadió mientras buscaba el sobre de avena para mezclarlo con la leche—. En parte admito que me gané aquel despido, porque tela marinera la de burradas que llegué a cometer en aquella redada…

Percibiendo cómo a su marido empezaba a sobrevenirle un pequeño bajón en su estado de ánimo, Esther se dispuso a acariciarle el brazo, gesto popularmente prototípico para ofrecer apoyo anímico, hasta que a Pablo se le ocurrió beberse la leche con avena con un largo e incómodamente sonoro trago sin emplear una cucharilla, por lo que lo tildó de cerdo y salió rápidamente de la cocina.

—Bueno, Pablo, yo por desgracia sí que empiezo mi turno a esta hora en el centro de estética —le comentó antes de dirigirse a la puerta del pequeño recibidor—. Hoy tengo que depilar, por cierto, a esa chica rubita de la que te hablé la semana pasada, ¿te acuerdas?

—La veinteañera que estaba jodidamente obsesionada con la literatura policíaca esa, ¿no?, que incluso escribía relatos cortos para una revista literaria o algo así, según me contaste. Y que creo que contestaba siempre a tus preguntas con monosílabos. —Esther asintió con la cabeza adoptando una expresión claramente desdeñosa. Él se limitó a soltar una carcajada—. Qué puta ama. Seguro que se piensa que con soltarte el dinero, ya deberías estar suficientemente satisfecha.



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En el texto hay: thriller, polícia

Editado: 26.11.2020

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