El solsticio acabó y Astrid volvió a su casa luego de haber bailado con Philip toda la noche, le dolían terriblemente los pies y su garganta estaba seca de tocar tanto la flauta, pero se sentía felizpor el rato tan agradable que paso. Aunque al dormir tenía pesadillas recurrentes de personas que desaparecían, esa noche soñó que entraba en un palacio y todos estaban convertidos en piedra; se levantó aturdida y decidió empezar con sus tareas diarias antes de que Madeleine se molestara.
Preparó el desayunó y luego su tía salió de su cuarto.
—Necesito que me hagas unos recados en el pueblo, pero primero encárgate de Adela.
—Está bien tía.
Astrid entró a la habitación de Adela y abrió las cortinas. En una pared estaba el retrato de su tío Benjamín, pero todos le decían Ben, él era un buen hombre, siempre hizo sentir a Astrid querida, la casa era diferente antes de su muerte; todas eran mucho más alegre. Adela de echo tenía sus mismos ojos azules.
Dejando de lado la nostalgia recogió las cortinas y despertó a Adela.
—Que no me dejas tener un sueño bonito. - se quejó ella.
— Tu madre quiere que compre unas cosas en el pueblo así que debo arreglarte temprano.
—¿Podrías traerme un libro nuevo, ya estoy cansada de leer lo mismo?
—Está bien, si te hace feliz.
Astrid bañó a Adela, cepilló y peinó sus cabellos, la preparó para el resto del día, luego la cargó hasta el comedor.
Las tres mujeres desayunaron en total silencio, la casa siempre era de dos formas; Madeleine riñendo a Astrid o un silencio absoluto. Debido al invierno tenían mayor trabajo que el resto del año, las personas necesitan ropa para el incesante frio, lo que era bueno porque habían tenido terribles períodos en los que tenían que aguantar hambre; muchas veces Astrid dejaba de comer para que el resto de su familia lo hiciera.
—Ya he terminado, dame la lista para ir al pueblo. - dijo Astrid levantando su plato del comedor.
Madeleine le tendió la lista y sin esperar otra orden Astrid salió de allí.
En el pueblo se escuchaban los murmullos acerca de los desaparecidos, unos afirmaban que eran las brujas. Los más racionales afirmaban que el reino vecino estaba molesto porque el príncipe aún no se había casado con la heredera de ese reino, pero algo era cierto cada semana era una persona menos. Fue a la tienda textil sin demora y compró los encargos de su tía, luego fue a la panadería y era gracioso para ella ver como el panadero le cobró el pan después de haber rechazado su propuesta matrimonial; ella siempre insistía en pagárselo, pero en esos tiempos el joven moría de amor por ella.
—Gracias. - dijo saliendo del lugar.
Había pensado en pasar a visitar a Philip, pero debía ayudarle a su tía con varios vestidos así que regresó. Quizás si acababa pronto podría pasar por el granero, se estaba dirigiendo a su casa, pero se devolvió porque había olvidado el libro de Adela, Astrid corrió hasta la biblioteca, el Sr. Robin al parecer estaba de muy buen humor.
—Buenos días Sr. Robin. - saludó cortésmente.
— ¿Qué tal señorita? ¿Qué busca el día de hoy?
— Muy bien Sr. Robin, mi prima Adela no tiene nada que leer y a ella le encantan las novelas. ¿Tiene algo nuevo? - Astrid se acercó a los estantes y empezó a pasar su mano por los lomos de los libros hasta que encontró uno que llamó su atención "Leyendas del místico bosque de Oren"
Lo tomó y lo llevó al mostrador.
—Querida, esta novela llegó ayer la escribió una mujer, quizás a tu prima le guste; es lo más reciente que tengo.
— Gracias Sr. Robin, llevaré esa novela y este libro. - puso el libro de leyendas en el escritorio del abuelo quien lo examinó con una sonrisa.
— Este libro es más viejo que yo. - dijo con su ronca y gastada voz. - ¿Te gustan los cuentos?
—Alguien me dio a entender que tienen un poco de verdad.
Salió de allí con las manos cargadas de cosas, cuando llegó a su casa la espalda le dolía.
—Aquí está todo tía. - dijo colocando las cosas sobre la mesa del taller de costura.
Su tía la ignoró, estaba cosiendo un encaje en las mangas de un vestido encantador, Adela sentada en el mueble bordaba algo, a pesar de que sus piernas no servían sus manos eran muy ágiles para bordar y esos se vendían muy bien. Astrid no tenía esa cualidad, siempre había pensado que sus manos de largos dedos estaban hechas para tareas nada delicadas como bordar o coser.
—Eso es muy bonito. - dijo señalando ambas cosas el vestido y el bordado de Adela.
—Por supuesto que lo es. - contestó Madeleine con amargura.
—He traído tu libro. - afirmó Astrid y se lo tendió a Adela, eso logró sacarle a la joven una sonrisa.
—Gracias. - dijo ella mientras tomaba el libro para examinarlo, paso sus delicadas manos por él y luego añadió. - dicen que esta escritora es increíble.
Astrid se sintió feliz de alegrar un poco la vida a Adela, ella amaba leer y ese "gracias" quizás era la palabra más genuina y amable que su prima le hubiera dicho en un largo tiempo.