El susurro del bosque

La llamada a ser

    Ya era de noche y no se escuchaba ningún ruido, todo estaba listo, la soga por la que saltaría por la ventana estaba en su sitio, solo debía bajar y escaparía de ese lugar. Aunque fuera difícil de creer, sabía que extrañaría a Adela; Astrid siempre había visto más allá de su mal carácter y sabía que su prima tenía un corazón bondadoso, lo sabía por la forma en que miraba triste la ventana y dejaba comida para las aves, lo sabía por cómo una vez dejó la comida de su plato para Astrid cuando su tía la había castigado por alguna travesura. Su corazón se endureció con los años, pero ella no podía culparla, ella merecía ser feliz.

   Alejó esos pensamientos porque si no desistiría de una decisión ya tomada, tiró la soga lentamente y dio una última mirada a su habitación, a ese pequeño ático y luego descendió hasta tocar el suelo de la forma más cuidadosa que pudo, pero la nieve hacía que fuera difícil, dio un trompicón justo en la ventana de Adela y maldijo porque su oportunidad se había ido, se había acabado todo, su prima había abierto esos enormes ojos azules y la estaba viendo.

    El rostro de Astrid era el de la desgracia, pero Adela solo puso una mano en el cristal y susurró unas palabras que Astrid no pudo escuchar, pero sin duda entendió.

     VE Y RÁPIDO.

     Astrid volvió a respirar y se apresuró a tocar el suelo, no le importó dejar la soga allí, ya no la volvería a usar y camino silenciosamente entre la noche nevada hasta llegar a la entrada de la casa, cuando oyó unos pasos apresuró los suyos hasta que empezó a correr, pero unas manos la agarraron y tumbaron hacia atrás.

—Me advirtió que intentarías escapar. — la voz era de un hombre mayor y nunca antes la había escuchado.

— ¿Quién diablos eres tú? —  dijo Astrid bastante irritada, el desconocido la giró y ella se encontró con un hombre como de unos cuarenta y tantos, de cabello y ojos negros como ónix y vestido en ropa fina y en ese momento lo supo… era Lord Daemon.

—No mintieron cuando dijeron que eras preciosa y eres mía ahora. — el hombre puso su mano en la espalda baja de Astrid con la intención de posicionarla más abajo, pero Astrid dio un puntapié con todas sus fuerzas en sus espinillas, el hombre juró, pero no la soltó. Solo apretó su agarre.

     Su escape se estaba viendo frustrado y no sabía que otra escapatoria podría idear, pero entonces vio a un jinete acercándose, como un enviado de los Dioses o eso parecía bajo la espesa nieve que caía. El jinete detuvo su camino frente a Astrid y el Lord.

—¿Qué sucede aquí? — y esa voz si la reconoció… Derek.

—Nada que te importe muchacho, sigue tu camino. — ordenó el Lord mientras apretaba su agarre en la mano de Astrid hasta que la lastimó.

—Me temo Lord. Daemon que mi camino es hasta aquí, la joven es solicitada por su majestad y me han enviado a buscarla.

     El rostro de Astrid estaba vuelto piedra, porque la quería el rey, en qué líos se había metido qué no sabía.

—No te creo. — dijo el Lord socarronamente

     Derek revisó en su bolso y sacó un manuscrito que entregó al Lord. Daemon, él lo tomó con una mano sin soltar a la joven y lo revisó luego miró con rabia al muchacho.

—Si el rey tanto la quiere que hable conmigo, no recibiré órdenes de un lacayo.

     Derek se quitó su elaborada capa y reveló su atractivo rostro, a lo que el Lord respondió con un gruñido. Soltó a Astrid con un empujón tan fuerte que la tumbó al suelo escarchado. Astrid no tardó en ponerse de pie por la ayuda de Derek que la subió al corcel.

—Hasta luego Lord. Daemon, le sugiero que trate con más respeto a este pueblo y a sus mujeres, porque mi padre se enterará de todo.

 

     Cabalgaron en silencio unos minutos, el cuerpo de Derek proporcionando algo de calor al de Astrid que tiritaba.

 

—¿Quién eres? — preguntó ella girando su rostro hacia él.

—Te lo diré cuando lleguemos. — ella anhelaba las respuestas, pero él la salvo, así que esperaría.

—Debo hacer algo antes. — ordenó Astrid

—Debemos irnos ahora. — dijo él tranquilamente

—Debo hacer esto. — respondió imperativamente

 

      Ella le indicó el camino y él obedeció, llegaron al granero dónde Astrid entró silenciosamente mientras él esperaba, el lugar estaba solo salvo por los caballos, dejó la carta cerca de el compartimiento de Felicia y luego sacó a su yegua, no la estaba robando ya que él se la había regalado y el animal la amaba tanto como ella a él. Salió con las riendas de Felicia en su mano, la yegua colaboró no haciendo ruido. Cuando salieron del establo Derek la miraba sorprendido.

 

—¿Has robado un caballo? ¿ibas tan incómoda? — ella no prestó atención mientras subía al lomo de Felicia.

—No he robado nada, ella es mía. — aunque su postura era regia sus labios estaban lívidos, Derek sacó una capa granate y se la entregó, ella al instante la tomó y juntos siguieron su camino, hacia cualquier lugar que ella desconocía.

     La nieve seguía cayendo sin cesar y el viento llenaba el ambiente de las preguntas que Astrid se moría por hacer, llegaron a una mansión elegante que estaba en una colina bastante alejada del pueblo y su miseria, esta casa tenía unos jardines exuberantes a pesar del invierno iluminados por muchas farolas doradas, con muchas fuentes congeladas con estatuas de serafines y querubines tocando instrumentos. Astrid nunca había estado en esta parte del pueblo. Derek detuvo su caballo en las enormes y lujosas puertas que se empezaban a abrir. Astrid lo miró sorprendida, pero siguió cuidadosamente detrás de él.




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