Astrid estaba más confundida que nunca ante las revelaciones de la nobleza, pensaba que quizás el peso de la corona no les dejaba razonar con claridad. Pero una parte de ella quería que fuera cierto, que ella fuera alguien especial, alguien que podría lograr grandes cosas.
—No esperan que crea esto sin una prueba. — demandó ella.
—¿Recuerdas cuando te vi por primera vez? Notaste algo en mi anillo, te dije que era una reliquia y no mentí. La gema de ese anillo era tuya, de tu antigua vida, se la entregaste a mi tatarabuelo antes de morir, le dijiste que con esa piedra nosotros podríamos encontrarte en el futuro. — Cilliam tomó aire y sacó el anillo del bolsillo de su chaqueta, la piedra refulgía en la fría habitación. — no falló, te hemos encontrado, también dijo que cuando la toques recordarás quién eras.
Ahora estaba pasando de la confusión al nerviosismo, porque si esa leyenda era real sin duda alguna la piedra seguía brillando, como si la estuviera mirando afirmando que ella era la idónea para salvar a su pueblo de una amenaza desconocida.
—Dale la piedra hijo, así terminaremos de una vez con este teatro. — ordenó el rey, mirando con frialdad a su hijo.
—Cuando estés lista, puede que tengas recuerdos de los que intencionalmente no te quieras acordar. - dijo él mirando la piedra y luego dándole una mirada breve pero gentil, de alguna forma el joven príncipe conocía la tenacidad de la muchacha, cuando le quitó el anillo y lo tomó entre sus manos.
En ese instante el tiempo en la habitación se detuvo y al abrir sus ojos ya no estaba ahí, los fragmentos de recuerdos la inundaron, ahora miraba uno a uno, ella de joven en la pequeña aldea de Oren, una celebración en donde encontró a un joven de ojos azules, un amor inefable, de esos que no puedes explicar y te llenan el alma, y pensar en tener un final feliz. Aunque percibía muchos detalles esas imágenes se sentían como una vida ajena a la suya, luego ser raptada y alejada de su amor, tener miedo y desesperación para florecer en las penurias.
Pero los momentos se dispersaron como niebla, ahora ya no era una espectadora, estaba dentro de su propio cuerpo en medio de la acción. Había una mujer frente a ella robándole el aliento y su magia mientras petrificaba lenta y dolorosamente a su amado. Cuando la única alternativa que encontró fue sacar una pequeña daga y enterrársela tan fuerte en el corazón produciendo su propia muerte, deshaciendo el embrujo sobre su amado, al que luego le pidió perdón entre lágrimas.
Lo último que sintió Astrid fue el impacto de su cuerpo contra el suelo, Cilliam estupefacto corrió a socorrerla y tomarla en sus brazos, se había puesto pálida, sin demora el príncipe la llevó a la alcoba que sería su nueva habitación y la colocó suavemente sobre la enorme cama.
Las criadas buscaron comprensas que el mismo príncipe puso en su frente, ella temblaba y él dedujo que se debía al dolor, les pidió amablemente a las doncellas que se retiraran, de alguna forma Astrid le parecía familiar, viéndola de cerca en ese preciso momento parecía un ángel caído; tenía el rostro más hermoso y expresivo que hubiera visto en una mujer, él cómo príncipe vio muchas bellezas de diversas tierras, pero ninguna podría igualarla.
Paso aproximadamente una hora, cuando Astrid abrió sus ojos violetas, lo primero que observó fue unos ojos azules y eso le trajo recuerdos por lo que impulsivamente retrocedió sobresaltada en esa enorme cama. Pero luego observó el lugar y ya no estaba en la torre en donde había perdido su vida.
—Tranquila, estás a salvo. — dijo Cilliam calmadamente como un artista que pinta un ave y no quiere que este escape.
— Me duele el pecho, lo que vi…— empezó a sollozar. - vi mi muerte y la sentí, el dolor. La persona que soy ahora no conocía a tu tatarabuelo, pero me dolió condenadamente perderlo. — ella observó la habitación y empezó a regular su respiración, a calmarse lentamente.
—Entonces… ¿ahora sabes quién eres? — preguntó él mientras quitaba una comprensa de su cabeza para poner otra.
—Es difícil de explicar, sé que era yo, pero no me siento como ella. No es como si recordara cada mínimo detalle, veo los hechos por como son, es como si me hubieran contado una historia que ya sabía, pero se me olvido que era la protagonista, hasta…—dijo ella suspirando.
—¿Hasta qué? — pregunto él
—Hasta que vi a Herón, ahí los recuerdos se vuelven personas y recuerdo cómo se sentía amarlo y me siento mal porque realmente no conozco a estas personas. Astrid no las conoce.
Cilliam se impresionó al escuchar el nombre de su Tatarabuelo, volvió a mojar la comprensa y la puso en la cabeza de Astrid.
—Sé que estas confundida, esto es mucho, pero tú puedes ayudar, por ahora te dejaré descansar. Vendré en la mañana. — el príncipe se levantó de su asiento y estaba cerca de cruzar el umbral.
—Gracias por cuidarme. — dijo ella tímidamente.
—Fue un placer, que descanses. — y finalmente salió de la habitación dejando a Astrid sola con su mente inquieta.
*****
La noche paso lenta, al despertar el dolor ya se había aliviado, miró al frente somnolienta y se encontró con dos jovencitas con uniformes de servicio, con unos resplandecientes delantales blancos encima de sus largos vestidos. Ambas eran jóvenes y muy guapas, una era morena con ojos ámbar y la otra rubia con unos lindos ojos marrones, su rostro lleno de pecas.