Edhelf estaba a las afueras del palacio, esperando el carruaje que la llevaría al templo druida, se sentía algo agotada, toda la noche había orado para que el viaje de Freya y Cilliam fuera exitoso, también investigó sobre los cuervos, pero no encontró ninguna información relevante. La sacerdotisa se recostó en las escaleras del palacio, esperando que llegara el cochero cuando Alexis apareció.
Ella intentó mantener la calma, lo cierto es que se conocían desde niños y siempre le tuvo un cariño en particular que prefería ignorar, no por su profesión, pues las sacerdotisas tenían permitido casarse y tener una familia siempre y cuando cumplieran sus deberes, sino por el hecho de que el guerrero no la notaba y ella no tenía el valor de hablarle con el corazón. Por esa razón eligió dedicarse por completo a su vocación, aunque los siglos pasaran él aún lograba despertar sentimientos en ella, guardó ese secreto por mucho tiempo, considerando que si lo ocultaba desaparecería, aunque no sabía ciertamente si había desaparecido o no, ella le admiraba por su determinación, su valor y carácter.
— Hola El, ¿Qué tal tu investigación? – preguntó el soldado.
— No ha sido muy efectiva. — se quejó Edhelf cabizbaja. — Espero que el hermano Caelum pueda iluminarme.
— Espero que consigas algo, tal vez podría echar un vistazo, supongo que has estado leyendo todo lo que encuentras relacionado, siempre has sido muy dedicada, quizá el cansancio te hizo pasar algo por alto. — indico él y Edhelf lo considero pues había visto el ocaso y el alba mientras oraba y leía textos antiguos.
— Eso sería de mucha ayuda Alexis, gracias.
— Sabes que puedes contar conmigo. — le recordó él.
— Por supuesto que lo sé.
Alexis se despidió con una sonrisa y ella agradeció la llegada del cochero, distrayéndola de los pensamientos que llenaban su mente cada vez que se encontraba con el primo de Minerva. Con rapidez se encontró en los silenciosos pasillos del templo druida.
— Bendecido día por verte. — saludó el hermano Caelum a la sacerdotisa con cariño.
— Buenos días maestro.
— Te siento bastante inquieta, mi pequeña sacerdotisa. — le dijo él con una sonrisa triste. — Me temo no hemos tenido otra visión, pero prometo ayudarte a buscar, vamos a la biblioteca.
Las sacerdotisas tenían permitido el acceso a la biblioteca de sus respectivas cortes, pero ninguna se igualaba a la de los druidas, y no era por lo exuberante de la edificación, era por el contenido de los libros que guardaban miles de secretos, que guardaban la historia de aquellas tierras y que en ocasiones revelaban un poco acerca del futuro.
Había varios druidas en la habitación, una de las cosas que Edhelf más disfrutaba de sus visitas era la diversidad, pues ella solo visitaba a otras cortes en asuntos que requirieran su presencia, pero allí convivían elfos, silfos, trolls, especies de cada corte como si fueran una sola.
— He estado buscando toda la noche, pero no he encontrado nada. Las ninfas son las únicas que cambian de forma y con respecto a los cuervos no he leído nada alentador. — expresó Edhelf.
— Aves de gran inteligencia y augurio de muerte y destrucción. — dijo el druida.
— Según las leyendas de las tribus antiguas todas ven a los cuervos como señal de malas noticias, revisé los bestiarios, pero no hay nada sobre una bestia que sea un cuervo o algo por el estilo y temo por nuestro pueblo, sus visiones no suelen equivocarse. — manifestó la elfina mirando los ojos de constelaciones del druida con preocupación.
— Vamos a hacer lo que esté en nuestras manos pequeña, además puede que ella no sea el cuervo, recuerda que también esas aves son mensajeras audaces, quizás es una pista.
— Disculpe que le interrumpa… pero ese mal que se aproxima ¿Es un ella? — preguntó con inquietud.
— Sí, eso me pareció y es muy antigua, no puedo afirmarlo con certeza, pero yo creo que del tiempo de las etéreas.
Edhelf frunció el ceño, no había contemplado la posibilidad de que fuera una criatura tan antigua, eso le hizo plantearse nuevas preguntas.
— Entonces empecemos desde ahí, desde la llegada de las etéreas y la creación de las cortes. - sugirió la sacerdotisa y el druida que tenía una intuición prodigiosa la llevó a un mesón donde estaban tomos de libros de historia de las tierras feéricas.
Astrid y Cilliam partieron con el amanecer, para la elfina la despedida más dura fue la de su madre, que con lágrimas en los ojos la dejo marchar, se habían tamizado comenzando su viaje, aunque la distancia no fue tan larga, pues quería guardar energías para más tarde, sin embargo, lograron llegar a las afueras de la corte Plateada.
Por el momento no habían tenido inconveniente alguno, pero debían estar atentos, porque poco a poco se adentraban más al territorio de los nativos.
— Debemos estar atentos, las tierras de Calipsa son muy peligrosas. — le recordó Astrid al príncipe.
— ¿Cuántas especies viven aquí?
— No lo sé con certeza, solo sé por mis antiguas lecciones de historia que fueron tantas que Cresseida, la etérea que otorga la magia no pudo darles mucha, pues eran demasiados, así que les dio habilidades y destrezas, como fuerza, velocidad, buena visión, escupir fuego.