Se encontraba en una inmensidad de pastos verdes, persiguiendo algo en la distancia; aunque no sabía exactamente que, simplemente corría, corría detrás de esa quimera, pero a medida que se acercaba el paisaje se tornaba lúgubre, se vio a sí misma como a una gacela que había sido acorralada, ya no tenía espacio ni tiempo para retroceder, vio a su combatiente y solo sintió una ira tan viva que la consumió hasta los cimientos.
Se abalanzó sobre ella y ambas impactaron contra el suelo que segundos antes estaba lleno de verdor, pero ahora era una tierra baldía, por fin tenía entre sus manos a elfina que le había hecho tanto daño, sentía tanto desprecio, puede que incluso sintiera pena por ella.
—Me arrebataste todo. —le gritó Astrid, mientras dirigía sus manos al cuello de su enemiga para ahorcarla.
— ¡No merecías nada! — le respondió Myrtha con la voz entrecortada, su rostro se empezaba a poner rojizo.
Mantuvo fuerte su agarre, pero algo en el rostro de su enemiga la distrajo, los ojos negros de ella comenzaron a expandirse y se tornaron oscuros como el ónix de principio a fin, una penumbra inundó el lugar y el poder era almacenado por Myrtha, Astrid sintió magia antigua rodeándolas y ya no tuvo dudas, su beligerante no estaba sola.
Con un grito de batalla de su enemiga, esa oscuridad estallo e hizo a Astrid retroceder para después impactar duro contra el suelo, el golpe le robó el aire de los pulmones, pero no le daría oportunidad de verla vulnerable, porque no lo era, ella era Freya; la futura heredera de la corte Plateada, la elfina más poderosa en las tierras feéricas y Myrtha ni nadie le quitaría eso.
— Eres una farsa, dilo de una vez, ¿Quién te ayuda? —gruñó Astrid, poniéndose de pie. —Sin ese poder que te socorre no eres nada, te vencí justamente la última vez, lo volveré a hacer.
— ¿Segura que ganaste?, a como yo lo veo ambas salimos perdiendo. —Myrtha dio un paso hacia ella. —Pase cien años encerrada, pero tú moriste, perdiste a tu caballero humano, perdiste el trono por el que tanto luchaste. —dio otro paso más cerca. — Tu propia gente no cree en ti, sin duda la perdedora eres tú… Terminare de adueñarme de todo lo que se me ha negado, pero no te preocupes. —se acercó aún más y puso una mano en el hombro de Astrid y le levantó el mentón con la otra mano—Recibirás una muerte piadosa, además, no permitiré que tu pueblo te olvidé. Te recordaran como Freya, la elfina de ojos violetas que no pudo vencerme.
— No tendrás mi trono. —le advirtió Astrid, deshaciéndose de su agarre. —Sin importar lo que mi reino piense de mí, lucharé hasta el cansancio para nunca ejerzas autoridad sobre ellos.
Myrtha ya no veía necesidad de hablar, solo atacó, las sombras que era capaz de dominar envolvieron a Astrid, cegándola por unos minutos, aprovechó esa oportunidad para tomar su cuello en un intento de estrangularla, pero ella recordó las lecciones de Minerva; le dejó pensar por unos minutos que había ganado, luego entró en su mente y desgarró con fuerza todas esas barreras y muros.
Astrid se convirtió en unas zarpas furiosas con una misión clara… destruir, Myrtha la soltó con rapidez y llevó una mano a su rostro, empezaba a brotar sangre de su nariz y orejas, pero esta sangre era negra como el azabache. En esos instantes de ventaja Astrid invocó toda su magia preparando otro ataque, pero entonces un cuervo se posó en el hombro de su rival y esta solo le dio una mirada desdeñosa.
— Nos veremos pronto y acabaremos con esto de una buena vez. —dijo Myrtha y el ave que pendía de su hombro alzo vuelo.
— Pensé que resistirías más Myrtha. —le reprochó Astrid, esperando herir su orgullo para que se quedara.
— Nos encontraremos más pronto de lo que crees y se enfrentaran el día contra la noche, el ángel y el demonio, todo a su debido tiempo.
Myrtha echó a correr con la elegancia que solo los elfos poseen, Astrid la persiguió, estaba a punto de alcanzarla cuando desapareció frente a sus ojos.
— Maestro Caelum. — lo llamó Edhelf, mientras masajeaba sus sienes con frustración. - Aquí no hay nada que yo no sepa ya.
— Eres muy culta mi pequeña sacerdotisa, revisamos todos estos tomos, lo que estamos buscando no lo encontraremos aquí. – respondió el druida mientras levantaba los libros para ponerlos en el estante.
Edhelf fue a ayudarlo, habían pasado todo el día leyendo y leyendo, pero nada era de importancia, en cada libro decía lo mismo: tres diosas que crearon a seis etéreas, una que otorgaba la magia Cresseida y las demás que creaban seres que se alimentaban de esa magia, tenía la vista cansada de tanto leer, y el espíritu quebrantado por no ser útil para sus majestades.
— ¿En dónde crees que encontraremos lo que buscamos? — preguntó la sacerdotisa.
— Hay un libro que contiene cada detalle de nuestra historia, sabes que cuando un texto se traduce se tiende a perder los detalles, pero en el códice no, este tiene la información legitima de estas tierras.
— ¿Dónde está?
— Ese es el problema, un libro tan preciado no podría estar al alcance de todos, está en un refugio dimensional, aunque no es un refugio precisamente. — puntualizó el druida.
— ¿A qué te refieres? ¿En dónde está el portal?
— El portal se encuentra aquí mismo en el templo, pero es una dimensión submarina, aunque quisiera acompañarte no soy fuerte para protegerte.
— El códice está bajo el agua, ¿Quién lo protege?