El susurro del bosque

La Séptima Etérea

     Astrid se levantó gritando, estaba hiperventilando hasta que comprendió que todo fue un sueño, no tardó en despertar a su compañero, alarmado él se le acercó.

— Solo fue un sueño. — intentó tranquilizarla tomándola por los hombros.

— Fue más que eso. — respondió ella gimoteando, su rostro surcado de lágrimas. — Estoy cansada de los misterios, estoy harta de que Myrtha se burle de mí.

— Vamos a detenerla.

— Ni siquiera sabemos que hay que detener, ni quién la ayuda. — manifestó cruzándose de brazos, luego puso una mano en su mentón pensativa. — Pero vi un cuervo en mi sueño, no voy a ignorar más mi instinto.

— ¿La Morrigan? — preguntó Cilliam enarcando una ceja.

    La elfina se levantó rauda y buscó en su mochila, después de aquel sueño un interruptor se activó en ella, algo le decía que Carrie ocultaba más de lo que todos creían, ella guardaba un secreto, un secreto tan grande y profundo como el mismísimo bosque.

     Encontró las plumas negras de cuervo, según las indicaciones solo debía lanzarlas al aire, y ella haría aparición. Si Carrie era lo que afirmaba ser, una diosa; no habría poder en el mundo que la retuviera en aquella mazmorra, pero si era una simple ninfa que fue enjaulada como castigo pronto lo descubrirían.

     Tenía una buena cantidad de plumas negras como el ónix, le entrego unas cuantas a Cilliam, ambos las soltaron y las plumas empezaron a danzar con el viento, Astrid estaba desesperada por cualquier tipo de respuesta, pero las plumas no hacían nada extraordinario, justo cuando la fe de ambos falló, un resplandor verdoso como los ojos de ese ser apareció en la escena.

     Ambos corrieron hacia el lugar del resplandor, donde las plumas del ave carroñera formaban un remolino que era iluminado por aquella luz verde.

<< ¿Necesitáis mi ayuda? >> Se escuchó la voz de la Carrigan dentro del remolino.

— ¿Por qué no estás tú aquí? — preguntó la elfina furiosa.

<< Saben mi historia, saben que no puedo salir >>

— Solo eres una farsa. — manifestó Cilliam decepcionado, él también se creyó la historia de la diosa de la guerra.

<< Lamento decepcionarle Majestad, dejé de ser relevante para ti, aunque haya impedido una guerra contra tu pueblo hace cien años>> respondió la voz de Carrigan con socarronería

— Te atribuyes una gloria que no te corresponde. - intervino Astrid cruzándose de brazos. — No eres ninguna diosa, solo podías figurar engañando a los humanos.

<< Veo que ya no soy Carrie, ya no te interesa cortar la mala sangre. >> Se bufó la ninfa y un resplandor verde titiló entre las plumas, como si se estuviera carcajeando.

¾ En ese momento mi juicio hacia ti estuvo cegado por mi ignorancia sobre el pasado, pero escúchame Carrie. - Astrid apuntó con su dedo índice hacia las plumas revoloteando, como si tuviera a una persona al frente, su tono se volvió amenazador – No me importa que seas, diosa, ninfa, humana o incluso una serpiente. Mi pueblo corre peligro, los cuervos tienen algo que ver y tu otra forma es esa ave, si sabes algo debes decírmelo, como princesa heredera de la corte Plateada te lo exijo.

<< Lamento no poder ayudarte más, hice todo lo que estaba en mis manos, ya cumplí la promesa que hice a Herón. >>

— ¿No sabes nada entonces? — preguntó Cilliam escéptico.

<< No sé nada, además ¿Quién les dio esa información? ¿Cómo están seguros que guarda relación con un cuervo? Es demasiado fácil, el ave que anuncia muerte y destrucción. >> dijo ella saboreando cada palabra.

— Yo hago las preguntas aquí, supongo que Herón lo sabía, en el fondo sabía que no hay nada real en ti.

<< Si no fuera por ti, Herón me habría amado, no le merecías, pero a fin de cuentas si mereces esto, ver a tu pueblo perecer, ante un mal que desconoces. >>

— No me interesa las trifulcas románticas que tengas. - gruñó Astrid. - No me interesa si le amabas, algo dentro de mí me dice que tú eres responsable, y si es así, te lo haré pagar por toda la eternidad.

<< ¿Me estas amenazando? A fin de cuentas, solo soy una ninfa, una ninfa que disfrutara desde esta guarida como la corte Plateada y las tierras feéricas colapsan. >>

— No es una amenaza, es una advertencia. - especificó. – Más te vale que no tengas nada que ver con esto, de ser así, ya estás muerta. No permitiré que nadie se atreva a lastimar a mi gente.

<< ¿Y qué harás? ¿Morir para evitarlo? >> Se burló la Carrigan con esa voz aterciopelada e irritante que tenía, de inmediato las plumas comenzaron a caer sin vida en el suelo.

Astrid llena de enojo tomó una gran roca y la lanzó al vacío, fue un intento estúpido de drenar su rabia, se desplomó en el suelo, las últimas palabras de Carrigan si lograron afectarle, ella nunca deseo entregar su vida como moneda de cambio, y le aterraba la idea de repetir esa historia.

— Yo no quiero morir. - se dijo a si misma entre sollozos.

— Y no lo harás. - la consoló el príncipe tomándola entre sus brazos, para después establecer contacto visual con ella. - No pasara esta vez.

— ¿Cómo puedes saberlo? Todo está en nuestra contra. – la elfina enterró su rostro en el cuello de su compañero.

— Astrid mírame. - ordenó Cilliam.

     Ella levantó la mirada para encontrarse con el rostro galante de su compañero, un rubor se extendió por sus mejillas y sintió algo retorcerse en su estómago. Mirar sus ojos la tranquilizaba, había algo en ese tono de azul que le hacia creer que todo estaría bien.

— Hace cien años lo que hiciste fue muy noble, te sacrificaste por mi tatarabuelo, de no haber hecho eso yo no estaría aquí.- explicó el príncipe, pero la elfina no sabía cuál era el punto de esa conversación.- Te debo una Astrid, toda mi familia lo hace, por eso sin importar que me llegue a pasar, o esa hermosa alma altruista que tienes, no te pongas en riesgo por mí, déjame protegerte, déjame saldar mi deuda.




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