En Oren las cosas empeoraron, aunque el invierno hubiera cesado un poco, las personas que desaparecían no, sin importar el toque de queda, o las guardias que Philip y Blake hacían, aquello que asechaba el bosque se las arreglaba para hacer de las suyas.
Por extraño que pareciera el rey había convocado un banquete, por primera vez mostraba su solidaridad con el pueblo o eso quería hacerles creer, después de tanta incertidumbre de los habitantes, Philip dudaba de las buenas intenciones del rey, sin embargo, los aldeanos irían, tal vez por la curiosidad o por una buena comida. Para su sorpresa, había empezado a llevarse bien con Adela, no es que fueran los mejores amigos; pero no era tan mala como él creyó, aunque la nostalgia hacia Astrid seguía presente como un peso en el pecho, anhelaba verla, sentía enojo en su interior, no sabía a ciencia cierta ¿Dónde estaba? ¿Estaría a salvo? y esa era la peor parte; no saber nada de la persona con la que no tenías secretos.
— Vuelves a pensar en ella. – adivino Adela desde su asiento al lado de la ventana.
— No puedo evitarlo, tú también la extrañas. — sentenció Philip mirándola. — No lo niegues.
— Pero Astrid no habita mi cabeza todo el tiempo, ella decidió irse, además si hubiera decidido casarse contigo nada de esto hubiera pasado, si fuera tú, la odiaría.
Adela dio su cruel discurso sin siquiera apartar la mirada de la ventana.
— Ya es hora de irme.
Philip dejó caer sus hombros tensos y se encamino hacia la salida.
— ¡No te vayas! — le imploro Adela, esta vez sí se giró para verle. — Es solo que... no comprendo, ¿Cómo superaste el hecho de que te rechazo?
— Fue mi culpa Adela, nunca le dije lo que sentía, además eres un burro hablando de orejas, a ti también te han rechazado.
— Sí, pero aquel soquete no me conocía de toda la vida, no era digno de mi confianza, como tú si lo eras para Astrid.
Él se frotó el rostro con frustración, Adela de forma estoica se encogió de hombros.
— Tal vez tengo este problema con las chicas. — manifestó dejando recargar su peso en la pared. — Míranos, me haces enojar la mayor parte del tiempo, aunque soy tu única compañía y por alguna razón sigo regresando.
Adela extendió su mano y tomó su libro favorito del alféizar de la ventana, el relato narraba la historia de una mujer a la cual una criatura de las profundidades le había robado su alma y la joven debía encontrarla y matarla para poder recuperar su antigua vida, su madre le reñía porque decía que no era propio de una dama leer aquellas historias, pero disfrutaba compartir los capítulos de su libro favorito con Philip cada vez que lo veía.
Él sonrió derrotado cuando Adela le hizo señas para que tomara asiento a su lado.
— Si tú me amaras yo no te rechazaría. — soltó ella de pronto dejando al joven sin palabras. — ¡No tienes que decir nada! v le advirtió Adela ante su silencio. — La conoces mejor que nadie, eso es suficiente para que nunca la olvides, incluso aunque quisieras.
— Hoy habrá un banquete, ¿Deseas venir?
— No sé si te hayas dado cuenta, pero no puedo llegar. — respondió mirando sus piernas y cruzándose de brazos.
— No me había fijado. — indicó él con sorna. — Pero te lo digo porque yo podría llevarte.
— Prefiero quedarme leyendo. — contestó regresando a su libro.
— Sabes que disfruto de tus historias, pero no puedes vivir todo el tiempo dentro de esas páginas.
— Leer es lo único que logra salvar esa parte de mi alma...esa parte de mi alma que no ha sido rota por la vida, esa parte se mantiene intacta gracias a mis libros. — Adela cerró con fuerza su libro y miró a Philip con los ojos cargados de lágrimas que no descendían. — Tú no sabes los pensamientos que a veces cruzan por mi mente.
Philip sintió un escalofrió, nunca había visto tanta tristeza y desesperanza en un rostro tan joven, tenía miedo de su respuesta, pero aún así se atrevió a preguntar:
— ¿Qué pensamientos pasan por tu mente Adela?
— No sé para que estoy viviendo, o ¿Por qué? Me lo pregunto una y otra vez. No le veo sentido...a esto. — dijo sollozando. — No le veo sentido a nada, sé que no soy una buena persona, pero ¿Cómo podría cuando la vida ha sido tan cruel conmigo?
— Pero de eso se trata todo Adela. — Philip se atrevió a limpiar sus lágrimas. — Eso demuestra cuan grande puede ser tu alma, cuando sin importar que tanto la vida te ha mantenido de rodillas, cuando sin importar que tus plegarias no hayan sido respondidas, que aun tengas el valor de ser bueno con los demás, eso dice mucho.
Adela solo negaba con su cabeza con tal vehemencia que el joven pensó que se le iba a caer, luego le tomó la mano y le miró a los ojos con seriedad, con una mirada tan intensa que llegó a intimidar a Philip
— No haré la vida de nadie feliz cuando la mía es tan triste... no sucederá granjero, eso no pasará.
— No hay nada que pueda hacer en ese caso, pero, aunque sea inténtalo, quizás eso llene ese vacío en ti. - Philip hizo una pausa. — Vendré a buscarte a las cinco para llevarte al banquete.
Al llegar a su casa Philip se alistó para el banquete, iría junto a su hermana, ambos recurrieron a su mejor ropa, utilizó una chaqueta que hace tiempo le regaló Astrid, sonrió ante el recuerdo de que ella misma la confeccionó para él.
— Te ves muy apuesto. — le elogió su padre.
— Gracias padre.
— Ahora pasas mucho tiempo con la hija de Madeleine, ¿Es tan escoria como su madre? — pregunto el Sr. Hood.
— Ella es diferente. — fue lo que se limitó a decir el joven.
— Ah sí... ya veo, siento que me estas ocultando algo y nunca hemos tenido secretos.
— ¿Lo dices enserio? — Philip se cruzó de brazos y sus cejas se elevaron. — Te ofreciste a comprar la mano de Astrid sin mi consentimiento, no te lo saco en cara padre, además no te estoy ocultando nada.