El susurro del bosque

Contra pronóstico

     Edhelf estaba reunida otra vez con los druidas, nadie sabía cómo proceder, lo que descubrieron lo cambiaba todo, una información que atentaba contra la identidad de cada feérico, cambiaba totalmente la forma en la que miraban el mundo. Desde el día en que pronunció sus votos, la sacerdotisa recurría al maestro Caelum en tiempos de tribulación, era como un padre para ella, siempre dándole los mejores consejos y ayudándola a ser mejor, por eso estaba tan abrumada, porque ni siquiera el druida de la corte Granate tenía la certeza de qué pasaría ahora.

     Habían imaginado todos los escenarios posibles, pero aún no podían vincular a Myrtha con Omnia, aunque tal vez Myrtha era solo una lacaya de la etérea, tal vez conseguiría una pequeña parte de lo que la etérea deseaba, a pesar de la incertidumbre el maestro Caelum tenía algo claro: Omnia liberaría a sus hijos.

    Un druida de la corte Zafiro intervino, su piel era azulada y escamosa

  —¿Creen que los hijos de Omnia sean tan malignos?

— Si Titania les encerró bajo tierra, sin duda alguna lo son. — manifestó el maestro Caelum con rudeza.

— No podemos dejarles salir, si antes intentaron liquidarnos, imagínate ahora que llevan milenios sepultados quien sabe dónde. — concordó el hermano Orionis.

— Lo mejor será plantear una reunión con las demás cortes, Myrtha va tras la corona de la corte Plateada, quizá con ella obtenga el poder suficiente para liberarlos. — reflexionó la sacerdotisa.

— Pero Myrtha no es la elfina más poderosa. — sentenció el druida Lyrae. — Usar la corona solo la volvería loca.

— Por esa razón necesita a Freya. — el maestro Caelum golpeo la mesa para enfatizar su punto. — Freya es la llave para liberar a sus hijos y sin duda Omnia utilizará esa llave.

— La heredera no debería estar protegiendo a los humanos. - manifestó del druida Lyrae cruzándose de brazos y con el ceño fruncido. — Deberíamos resguardarla, cuando Omnia y esa infame elfina la encuentre, todos estaremos perdidos.

— Enfoquémonos en avisar a las demás cortes. — sugirió Edhelf con firmeza mirando a todos los presentes. — No le puedes impedir a Freya proteger a su pueblo, ella tiene un corazón noble y si se lo impides de alguna forma lo terminara haciendo.

     Los druidas se miraron entre sí, pero el hermano Caelum les indicó que eso era lo correcto, Freya tenía una naturaleza altruista y suprimirla solo causaría más desastre, no debían subestimar la fuerza de la princesa, porque ella podría usar esa fuerza contra ellos si se entrometían en su camino. Después de divagar entre lo que podría pasar y lo que estaba pasando Edhelf se quedó a solas con el maestro Caelum.

— Me preocupas. — le confesó la sacerdotisa.

— ¿Por qué pequeña?

— Sabes que siempre he sido buena en leer las emociones, sientes miedo y ansiedad. — le respondió la sacerdotisa y le tomó la mano con dulzura. — Podría decir incluso que sientes tristeza.

— No podemos estar felices todo el tiempo, mi pequeña Edhelf. — expresó Caelum.

— Pero esto es diferente. — se defendió ella. — Sientes como si lucharas contra algo que no puedes vencer, te siento derrotado… me preocupa tanto, porque de todos los feéricos que conozco tú eres el único que nunca ha albergado esos pensamientos.

     El druida acarició el rostro de la elfina con ternura paternal, a pesar de su ceguera intentó brindarle una mirada de tranquilidad, pero la sacerdotisa solo observaba un océano turbio en aquellos ojos llenos de constelaciones y estrellas.

— Quería hablar contigo también. — le indicó el druida.

— ¿Y de qué quieres hablar?

— De lo orgulloso que estoy de ti. — respondió él con una genuina sonrisa en su rostro.

— ¿Por qué? — preguntó la sacerdotisa, sus ojos empezaban a cristalizarse mientras hacía lo posible por contener las lágrimas.

— Has logrado encontrar tu voz, mi pequeña, el viaje fue arduo, pero no vuelvas a silenciarte nunca más, me alegra que ahora te sientas con el poder de defender aquello en lo que crees. Sé que lograrás grandes cosas y no olvides que nadie puede quitarte ese poder, álzate con orgullo ante la injusticia, ante la maldad, ante todo aquello que te corroe el alma, porque tienes un alma hermosa sacerdotisa y sé que siempre encontrarás el camino adecuado.— el druida hizo una pausa, mirándola con tristeza, él no necesitaba del sentido de la vista, para saber que Edhelf estaba llorando.- Me gustaría estar aquí para verte lograr todo a lo que estás destinada.

— ¿Por qué no lo estarías? — preguntó Edhelf alarmada.

— No te preocupes pequeña, es solo una forma de hablar. — expreso él con una sonrisa poco convincente.

     Cuando Edhelf llegó a su corte lo primero que hizo fue reunirse con Minerva, la experta en magia desarrollaba una rigurosa investigación, para ser más exactos quería saber en qué ninfa la etérea Omnia había introducido su alma, Minerva sabía que eso era factible, muchos seres poderosos buscaban cuerpos de vez en cuando para perdurar por toda la eternidad, algo similar a lo que había hecho Freya al reencarnar, la prima de Alexis recolectó en la corte Esmeralda todos los registros de las ninfas del reino.

— ¿Encontraste algo? — preguntó la sacerdotisa.

— Llevo buscando todo el día Edhelf, pero no encuentro nada, cada ninfa aquí o está viva o murió en guerras de antaño, estoy agotada. — dijo masajeando su frente. — He tenido que contactar mentalmente con cada una para corroborar los registros

— Sé que trabajas diligentemente Minerva, lo aprecio mucho. — manifestó la sacerdotisa con seriedad.

— Este también es mi hogar Edhelf, haré cuanto pueda para protegerle. — le recordó Minerva con tono glacial.

— Sé que lo haces, retoma esa labor más tarde, los reyes están hablando con los monarcas de las demás cortes, podríamos intentar escuchar algo. — sugirió Edhelf.




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