2. Selección.
— ¿Qué le tuviste que dar a cambio a Reginald? — escupe con disgusto.
Rigel se encuentra acostado con la pierna entre dos tablas, el sol está por ocultarse sabía que comenzaría una noche tortuosa. Adhara se encuentra recargada sobre el marco de la puerta, sus ojos del color de la miel se posan sobre la pierna de su mellizo.
— Deberías volver a descansar.
— Tendré toda la muerte para descansar, Adhara — masculló entre dientes.
Adhara podía sentir la culpa recorriendo su cuerpo, si ella no le hubiera pedido cabalgar una última vez, si ella no…
— ¿Acaso se atrevió a ponerte un dedo encima? Juro por el estúpido príncipe Aster que lo último que haré antes de morir será matar a ese gordo.
— No, Rigel. No sucedió nada.
Su hermano bufó — ¿Crees que me creeré eso? Por favor.
— Aunque sea difícil de creer no me pidió nada a cambio — Aseguró sin titubear.
Mentía, ahora debía darle suministros gratis por al menos 2 meses o aceptar tener una velada con él.
— Es increíble que ahora que moriré comiences a mentirme.
— ¿Puedes parar de hacer esos comentarios? A nadie le hace gracia.
— Oh discúlpame, ¿Debo pedirte permiso?
Adhara aprieta sus puños conteniendo sus impulsos de abofetearlo.
— Descansa — se aleja de la habitación escuchando los gritos de su hermano.
Suspira colocando una mano sobre el cajón prohibido, mordisquea su labio considerando tomar la carta.
— ¿Y crees que hablar con el general servirá de algo? Abre los ojos, a ellos no les interesa, van a matar a Rigel si no se presenta y lo sabes — escupe con rabia Soria.
— Claro que lo sé, Soria ¿Pero qué se supone que debo hacer, quedarme sentado y esperar a que vengan a matarlo? — Su padre habla con la misma intensidad.
Su madre solloza.
— Iré a asegurar los corrales — anunció para después salir por la gran puerta.
Observa las estrellas y ruega con todas sus fuerzas a cualquier ser, al universo, que su hermano pudiera vivir; se aferra con más fuerza a su abrigo y comienza su andar hacia los corrales.
— ¿Qué hace una pequeña como tú a esta hora y sola? — Frente a ella se encuentra una chica de cabellos rizados como el trigo, Ópalo.
— ¿La pregunta es qué haces tú por aquí, Ópalo?
La rubia sonríe juguetona — ¿En dónde está ese precioso hermano tuyo? Estoy segura que ahora me dirá que sí — descubre la capa que le cubría el pecho revelando su pronunciado escote.
Adhara se estremece — No creo que lo veas en un buen tiempo... nadie en realidad.
Ópalo la observa desconcertada — ¿Murió?
— Es como si ya lo estuviera — Asegura.
— Me estás asustando, Adhara.
— Tiene un esguince en el tobillo y Reginald no pudo hacer nada, pasaron los 5 minutos para que lo pudiera curar.
Los labios de Ópalo se deforman en una mueca —. Es una lástima que no seas hombre, podrías ir en su lugar… Aunque lo peor es que jamás aceptó salir conmigo.
Adhara suelta una risa, Ópalo es hija de un amigo cercano de su padre había crecido con ellos y siempre le gustó Rigel, hasta que hace tres años encontró su pareja ideal que hizo brillar su lunar, obteniendo su talento, mientras que su esposo es el portador ella es la transmisora. Se tienen un enorme aprecio pero ninguno de los dos se aman así que mantienen una relación abierta que es mal vista por todo el pueblo, por lo cual decidieron vivir en una casa entre las montañas alejados de todos.
— ¿Podría verlo? Creo que merece una última noche feliz — sus labios formaron una sonrisa traviesa.
Adhara la observa detenidamente como si algo en su mente se hubiera aclarado mientras su amiga le devuelve la mirada se acerca para brindarle un abrazo y le susurra —. Todo saldrá bien, Adhie — deposita un beso en su mejilla, Adhara agradece el gesto, es como si aquello fuera justo lo que necesitaba en aquel momento.
Adhara contempló una última vez la oscuridad abrazando cada rincón de la granja, la luna reflejándose en el agua de los bebederos y el viento murmurando una triste despedida.
🍃
La mañana había transcurrido en silencio, como si de nuevo la muerte estuviese acechando la casa desde la llegada de la carta plateada. Su madre no podía mantenerse quieta y ni se atrevía a entrar más de lo necesario a la habitación de su hermano sin llorar, su padre se había ido desde muy temprano y ella seguía haciendo sus labores.
— Si detienes tu vida por mí, Adhara, no te lo perdonaré — le murmuró Rigel esta mañana al dejarle el desayuno.
Después de aquello no había regresado a verlo, no podía, la culpa la carcomía por dentro como una polilla a la madera.
— ¿Podrías pasarle la merienda a tu hermano?
— Tengo que ir al pueblo — se apresura a decir —. Rigel me pidió un favor.