el tiempo robado al amor

CAPÍTULO 8

“Adiós mamá”

  La señora Cantalapiedra se apresuró ese mismo día a llamar a su cuñada para que agilizaran todos los trámites y así matricular cuanto antes a su hija en el nuevo instituto y dejar todo zanjado antes de que Helena tuviese tiempo de arrepentirse.

  Helena desconocía el verdadero motivo por el cual su madre insistía en irse tan rápido. La señora Cantalapiedra había sufrido un desvanecimiento un día en la carnicería del barrio, unas semanas antes de que finalizara el curso escolar. No quiso que Helena se enterase y fue sola al médico, el cual la realizó unas pruebas neurológicas y el resultado fue el peor que podía esperar. Le habían detectado un tumor cerebral y lo peor era que la operación era muy arriesgada por encontrarse cerca de partes sensibles y también el riesgo de infecciones y sangrados, si se decidían a realizar la operación era muy grande.

  La madre de Helena no quiso amargar la ya triste adolescencia de su hija, así que se guardó el secreto de su enfermedad y se puso a pensar la manera de no dejar a su hija desvalida y sola, cuando ella muriera. Por desgracia no tenía mucho tiempo, el médico le había dado unos meses de vida, quizás un año, como mucho.

     —Mamá, creo que te has ilusionado pronto con la idea de mudarnos. Ya tengo hecha la matrícula en el instituto y hasta que no abran de nuevo los institutos para los exámenes de septiembre, no se va a poder hacer la matricula en ningún otro— Le comentó Helena a su madre a la mañana siguiente, mientras desayunaban.

  —Por eso no te preocupes, cielito. Tu tío tiene amigos importantes en el Ministerio de Educación—

  —No sé mamá. Además me da pena marcharme. Aquí hemos vivido desde siempre y mudarnos a una ciudad desconocida, no me apetece—

  —Y verás la cantidad de amigos nuevos que vas a hacer. Y allí tendrás más oportunidades para estudiar. Tu tío tiene muchos contactos—

  —Que no, mamá. Déjalo ya. Que no me quiero ir de aquí— Y levantándose de un respingo, que hizo tambalearse la silla en la que estaba sentada, se puso en pie y dándose la media vuelta salió de la cocina de muy mal humor. No entendía el por qué esa repentina prisa por marcharse a vivir con sus tíos. Hasta donde ella tenía memoria nunca había ido a Murcia a ver sus tíos y mucho menos, ellos habían ido a Valladolid.

  Helena era muy cabezota y no se quería marchar de Valladolid. En su corazón de adolescente que había sufrido la pérdida de su primer amor, guardaba la esperanza de que él regresara a buscarla o se pusiera en contacto con ella. Soñaba con ello. Todas las noches pensaba una manera distinta en la que Guillermo regresaba a ella y le declaraba su amor. Era su gasolina para poder continuar con el día a día. Por eso se negó en rotundo a marcharse por más que su madre se lo suplicó.

  La señora Cantalapiedra tuvo que desistir de llevar a Helena a vivir a Murcia con sus tíos. Intentó pasar el último verano con su hija, disfrutando de ella cada minuto y exprimiendo los días como si fuera el último. Hicieron excursiones. Pasaron una semana en la playa, en un hotelito en Santander y también la madre de Helena consiguió convencerla de por lo menos ir a pasar unos días en casa de sus tíos, a Murcia para que los conociera y por si conseguían convencerla para que cambiara de opinión.

  El tiempo pasó volando para las dos y sin darse cuenta llegó septiembre, la preparación del inicio de curso, el otoño, la caída de las hojas de los árboles anunciaron que el frío gélido del invierno estaba a punto de llegar.

  Para Helena fue muy duro regresar a la rutina de las clases sin Guillermo. Pensaba que el verano habría calmado algo la pena que dejó en su corazón, pero cuando el primer día de clase, camino del nuevo instituto, al pasar por delante del edificio en el que vivió Guillermo el último año, no pudo aguantar las lágrimas que sin ninguna consideración, arrasaron sus ojos y cayeron en cascada por sus mejillas. Qué triste iba a ser su vida a partir de ahora, pensaba la pobre Helena. Pero era fuerte y al igual que había soportado durante años el odio y la insidia de Julia, también soportaría la pérdida de Guillermo.

  Sus días se convirtieron en un discurrir monótono de noches y días. Los días eran para el estudio y las noches para dormir. Tan ensimismada estaba en su melancolía que no se dio cuenta del deterioro físico que estaba experimentando su madre. La señora Cantalapiedra sufría constantes desvanecimientos, el tumor había crecido desmesuradamente, lo que le provocaba una falta de riego importante en el cerebro y como consecuencia se desmayaba frecuentemente. Ella no se daba cuenta de que perdía el conocimiento hasta que despertaba en el suelo caída, así que procuraba no levantarse de la cama hasta que Helena se marchaba al instituto, sabía que su hija lo estaba pasando mal. A una madre no se le escapaban esos detalles, por muy enferma que estuviera.




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