Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón
Wingzemon X
Capítulo 30
La petición de Chinai Mogatari
Nagasaki, Japón
01 de Agosto de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)
La presencia y las palabras del misterioso Chinai Mogatari bastaron para calmar los ánimos, y que el autodenominado Grupo Ninja Sanada aceptara bajar sus armas y escuchar lo que éste tenía que decirles.
El restaurante continuó cerrado al público. Chinai, Aoshi y Misao tomaron asiento en la misma mesa que Misanagi les había ofrecido a estos últimos dos en cuanto llegaron, estando el anciano de un lado y los dos visitantes sentados delante de él. Misanagi también estaba presente a un lado de la mesa, escuchando con atención todo lo que decían, mientras uno de sus hombres le curaba el brazo en el que una de las kunai de Misao le había dado. El resto de los ninjas permanecían sentados o de pie alrededor de la mesa, también al pendiente de oírlo todo.
Chinai era el que deseaba explicarse, y comenzó a hacerlo lenta y claramente, cuidando cada palabra como si hubiera practicado con anticipación todo lo que diría; como una confesión. Aquel hombre ya mayor y pequeño podía parecer insignificante en una primera vista. Sin embargo, ya viéndolo de cerca uno podía notar que no era un hombre ordinario. Su cuerpo grueso debajo de su desgastada capa no era sólo grasa, sino también musculo, sobre todo sus brazos que dejó a la vista cuando los colocó sobre la mesa. Y su rostro, especialmente sus ojos, dejaban en evidencia que había pasado y visto demasiadas cosas; algunas quizás inimaginables para los dos ninjas de Kyoto.
—Hace dieciocho años —comenzó a relatar—, recibí la encomienda por parte del shogunato de venir aquí con un grupo de mi mayor confianza, y crear una red de inteligencia en toda el área de Nagasaki y sus alrededores. Esto con el fin de poder tener vigilados a los extranjeros que comenzaban a ir y venir de este puerto, así como a los grupos radicales que se estaban volviendo cada vez más audaces. Para el inicio de la Era Genji, ya teníamos ojos y odios en cada rincón de la prefectura, y nos movíamos con absoluta discreción incluso bajo las narices del gobierno local. Gracias a esto no tardamos mucho en enterarnos del grupo cristiano que vivía en Shimabara, aledaño al monte Unzen, y guiados por un hombre llamado Tokisada Mutou y su esposa. Al inicio, más allá de profesar una religión que aún seguía prohibida, no parecían representar ningún peligro. Sin embargo, igual les pusimos principal atención debido a los antecedentes de esa zona; después de todo, aún ahora siguen resonando por estos lares los nombres de Shiro Amakusa, y la Rebelión de Shimabara. Pero también llamaron nuestra atención debido a los informes que hablaban de cosas más… preocupantes. Como rumores de un niño al que todos en el grupo consideraban el Hijo de Dios.
—Shougo Amakusa —señaló Misao con seriedad, como si aquel nombre le provocara rabia con tan sólo pronunciarlo.
—En aquel entonces era simplemente Shougo Mutou —explicó Chinai—, el hijo mayor de Tokisada Mutou, pero que al parecer éste usaba como un símbolo de unidad entre sus seguidores.
Chinai calló unos segundos, y agachó un poco más su cabeza en esos momentos, contemplando sus propios puños cerrados sobre la mesa.
—En julio de ese año, las cosas se pusieron más graves. Los informes hablaban de una posibilidad real de peligro, pues al parecer este grupo de cristianos había comenzado a contemplar la opción de unirse a Satsuma y empezar una revuelta para derrocar al gobierno. Debí reportar aquello a mis superiores de inmediato, pero no lo hice. E igual no sirvió de nada, pues de todas formas un funcionario local de nombre Kasai fue informado por un traidor del grupo.
—¿Kasai? —Pronunció Misao con asombro—. ¿Habla acaso de Itou Kasai?
—Sí, ese mismo —asintió Chinai lentamente.
Aquello realmente dejó atónita a la kunoichi.
«La segunda víctima en Kyoto» pensó la joven. Recordaba claramente a aquel hombre, el mismo que había ido a suplicarle al señor Aoshi por ayuda, y había muerto asesinado la misma noche que ella vio por primera vez a Shougo Amakusa. «Entonces todo aquello fue en verdad un acto de venganza…»
Chinai prosiguió con su explicación, sin percatarse de momento de la reacción que sus palabras habían tenido en la joven delante de él, o simplemente de momento no dándole demasiada importancia.
—Kasai mandó a un grupo numeroso de sus hombres a la aldea, y realizaron una verdadera masacre en aquel sitio. Hombres, mujeres, ancianos, niños… nadie sobrevivió. Los rumores dicen que tenían la orden de perdonarle la vida a aquellos que repudiaran de su religión y juraran lealtad al Shogun. Si acaso alguien lo hizo y de todas formas lo mataron, eso es algo de lo que ni siquiera nosotros estamos seguros. Entre las víctimas confirmadas se encontraban Mutou y su esposa, y se intuyó en ese momento que sus dos hijos habían corrido con la misma suerte que sus padres. Todo esto pasó hace ya más de catorce años…
Un aire sombrío y melancólico rodeó al anciano, que seguía mirando a la mesa como si sintiera vergüenza de alzar la mirada hacia el resto de los presentes. Por su lado, Misanagi y la mayoría de los miembros de su grupo conocían muy bien esa historia, así que en realidad no les sorprendió lo que oían. Lo que sí les confundió un poco era la reacción de su viejo líder, y como esto al parecer lo afectaba más de lo que sabían. Pero, ¿por qué?