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Capitulo 2
Amakusa
Shanghái, China
14 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)
Era justamente la mitad de aquel templado día de octubre, cuando la ventana de aquella habitación se abrió de par en par, dejando la vista libre hacia el iluminado y poblado puerto, y hacia las aguas azules y agitadas del Mar Oriental. Cuatro nuevos huéspedes habían llegado hace dos noches a la posada, que era una de las tantas de apariencia occidental que había por el puerto. Era mediana, no muy lujosa, pero lo suficiente como para que comerciantes extranjeros aceptaran pasar la noche ahí. Estos cuatro nuevos huéspedes habían llegado con un tiempo de estadía indefinido, pero algunos de ellos no deseaban que ese tiempo fuera muy extenso. En su lugar de origen, esas cuatro personas de seguro llamarían mucho la atención, pero en Shanghái eso era totalmente diferente.
Quien se asomaba por esa ventana era un hombre que casi nadie llamaría una "persona atractiva". Era un hombre de piel blanca, cabeza calva o rapada, sin cejas, con ojos profundos y negros acompañados de una mirada dura y hasta cierto punto "aterradora". Tenía algunas marcas en la cara que no agraciaban su rostro, al igual que aquella mueca astuta y despreocupada. Pocas personas creerían que ese hombre era un devoto cristiano, y no sólo eso, pues además se podría decir era el clérigo de su propia iglesia. Vestía un traje formal estilo occidental, de pantalón y saco azul oscuro, camisa blanca y corbata negra, y sobre éste un abrigo de color negro de tela, largo. Una vez abierta la ventana, se quedó de pie en ese sitio, mirando a lo lejos, con sus manos en los bolsillos de su pantalón, como intentando buscar en el paisaje las palabras para proseguir con lo que estaba diciendo.
- Este lugar ha cambiado bastante desde que los occidentales se asentaron aquí. – Comenzó a decir el hombre de cabeza rapada, mientras admiraba fijamente el puerto, el agua salada del mar, los barcos anclados y las gaviotas volando sobre ellos. –Recuerdo cuando lo único que podías ver en todo este sitio eran viejos y gastados barcos de madera, de la misma apariencia que las casas. Ahora me siento como si estuviera viendo la costa desde alguna posada en cualquier parte de Europa. Pero el Feng Long sigue vigente y aún más poderoso que el día en que se creo, no sólo aquí, sino en toda China. Son ciertamente el mejor aliado que cualquier podría tener, El propio gobierno Imperial los apoya...
El hombre se giró lentamente hacia el interior del cuarto mientras hablaba, dirigiendo ahora su vista hacía su supuesto oyente. La persona a la que iban dirigidas todas esas palabras, se encontraba sentado en una silla casi en el centro de la habitación. Se le veía algo aburrido, o al menos no muy interesado en lo que le estaba diciendo. Tenía sus ojos cerrados de forma pensativa, y su cabeza estaba apoyada en su mano, cuyo brazo a la vez estaba apoyado en el respaldo de la silla.
- ¿Se supone que debe de impresionarme lo que me cuentas? – Preguntó de pronto el hombre en la silla, rompiendo el largo silencio que había estado guardando desde hace ya algunos minutos.
Era un hombre joven, de unos veinticuatro años aproximadamente, de cabellera castaña oscura y larga, ojos verde oscuro y piel blanca. Su atuendo era de una túnica verdosa, de cuello alto estilo mao, muy común en ese país, larga y sin mangas, con algunos adornos dorados. Además, traía unos pantalones blancos amplios, con zapatos negros. Su apariencia era delicada y elegante, pero con cierto aire de fortaleza en la expresión de su rostro. Hablando de su rostro, éste poseía algunos rasgos occidentales, pero igual se notaban algunas señas distintivas de oriente, sobre todo en los ojos, casi como una mezcla de ambos mundos, al igual que Shanghái.
- El Grupo Feng Long controla el mayor comercio de armas del continente, incluyendo las armas más avanzadas de occidente. – Le explicó. – Si deseamos tener éxito en nuestros planes, necesitamos tener todos los recursos a nuestra disposición; no sólo con fe lograremos vencer a los hombres del nuevo gobierno Meiji.
El hombre joven volteó a verlo con cierta desaprobación en su mirada ante las palabras que le acababa de pronunciar. Ambos aparentemente tenían ideas muy diferentes con respecto al tema que trataban. Después de todo, estaban hablando de algo muy delicado, tanto que ambos habían arreglado estar solos en ese momento. El hombre joven tenía una hermana, una hermosa jovencita unos años menor que él, a quien no le gustaba meter en ese tipo de discusiones, y por eso la había mandado a pasear por el puerto con uno de sus hombres de más confianza.
Mientras ellos estaban fuera, decidieron discutir abiertamente ese asunto, que era una de las razones, más no la única, que los había llevado a Shanghái: hacer negocios con la mafia más peligrosa de toda China. ¿Sus motivos? Sólo ellos los conocían, y sólo ellos los entenderían. Era una idea que había surgido en la mente del hombre castaño desde el momento mismo en el que tuvo que dejar su hogar por la fuerza, desde el momento mismo en el que fue condenado a vivir lejos de su país, su pueblo, sin poder hacer nada para evitarlo. Ahora, después de más de diez años de espera, era momento de hacer ese sueño una realidad, y el destino lo traía de nuevo a China.