El Tigre y el Dragón

Capitulo 11. Mirar Atrás

Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón

Wingzemon X

Capitulo 11
Mirar Atrás

Shanghái, China
18 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)

El carruaje avanzó por las calles de Shanghái sin pausa por casi media hora. Shougo Amakusa viajaba solo en el interior de coche, mientras el mismo sirviente que lo había ido a buscar a la posada conducía en el exterior. Todo ese tiempo en silencio, en aburrido silencio, le había ayudado a pensar un poco en muchas cosas. Y, por extraño que pareciera, la que menos le inquietaba era la identidad del misterioso hombre que lo había invitado. Una de ellas era lo mal que había resultado su ida al Barrio Cristiano. Definitivamente no había sido nada agradable que alguien le hablara de esa forma, pero sería pasable si fuera su único problema. El Feng Long, esa mafia y su gente, seguían siempre metiéndose en su cabeza y no lo dejaban pensar con claridad en sus otros problemas. Todo el tema de esa mafia jamás lo había convencido. Desde que Kaioh se lo comentó, se había puesto renuente a involucrarse. A regañadientes, ahora no sólo él estaba involucrado, sino también su hermana, y eso lo incomodaba demasiado.

También le preocupaba la actitud que Magdalia había tomado. ¿Por qué se ponía tan terca en querer involucrarse con ese sujeto? Al principio pensó que era él acosándola, con su baile, sus flores... Era normal; los hombres que molestaban a su hermana no eran escasos. Pero esto era diferente, Sayo se comportaba diferente. ¿Sería cierto que realmente veía algo en ese individuo? Siempre había sido buena para juzgar a las personas... Pero éste no era un hombre ordinario. Después de todo, estaban hablando del mafioso más poderoso de Shanghái, y tal vez de China. Y lo que más le molestaba era que dijera que eran iguales. No le importaba por qué había pasado ese sujeto, o qué excusa tuviera para ser como es. La diferencia entre ambos estaba más que clara. Él era un delincuente, él un guerrero de Dios. Cualquier rastro de bondad que su hermana intentara ver en él, estaba sólo en su cabeza; de eso no tenía duda.

El carruaje al fin se detuvo. Un tanto indiferente, Shougo se asomó hacia afuera cuando se detuvieron. La casa frente a la que se encontraban, era un edificio occidental de dos pisos de color verdoso. No era precisamente una mansión, más bien simplemente una casa grande, ubicada entre otras dos casas grandes. Pero el barrio parecía elegante, y las casas, la iluminación, el empedrado de la calle... incluso el olor, todo tenía un marcado y reconocible aire occidental. Se podía intuir que se trataba de un barrio de Europeos; ¿un barrio inglés tal vez?

El sirviente pasó a abrirle rápidamente la puerta. Shougo bajó apresurado y de la misma forma se dirigió con pasos rápidos hacia la entrada de la casa. Ni siquiera se colocó su espada en la cinturón; en su lugar la sostenía aún enfundada en su mano izquierda.

El interior de la casa podía ser descrita de la misma forma que el exterior: de apariencia occidental, grande pero no tanto, y elegante. El recibidor era pequeño, e inmediatamente después se conectaba con una escalera de madera que luego se dividía en dos. El sirviente lo guió hacia unas puertas corredizas ubicadas del lado derecho de las escaleras. Del otro lado se encontraba una sala de estar pequeña, de forma cuadrada, con sillones, una chimenea, un par de ventanas y algunos libreros.

- Los señores vendrán en un momento. – Le indicó el joven. – Por favor, espérelos aquí.

¿Tenía otra opción?, de seguro no. Entró a la habitación de la misma forma en la que había entrado a la casa: de mala gana, con sus brazos cruzados y expresión seria. El sirviente se retiró una vez que estuvo dentro y volvió a correr las puertas, cerrándolas.

Fue hasta ese momento, en el que estuvo sólo entre las cuatros paredes de ese cuarto, en el que se hizo explícitamente la pregunta que debió haberse hecho antes de subir siquiera al carruaje: ¿Por qué estaba ahí?, ¿qué lo había llevado a aceptar una invitación tan extraña como esa? No sabía quién era el supuesto dueño de esa casa, excepto por el nombre que aquel sirviente le había dado: Christopher Ribbons, que bien ni siquiera le constaba que era su nombre realmente. Tampoco sabía con exactitud de qué quería hablarle. Había mencionado el incidente del Barrio Cristiano, y ese había sido el verdadero detonante que lo había empujado a aceptar. ¿Pero por qué le importaba tanto lo que un occidental desconocido le dijera de eso?, ¿curiosidad tal vez?

Mientras meditaba en todo eso, y en lo que haría o diría cuando su misterioso anfitrión entrara por esas puertas, caminó un poco alrededor, revisando con la vista todo el lugar. La habitación era algo pequeña. El mobiliario se componía de dos sillones pequeños para una persona, con una mesa alta redonda entre ellos. También había un sillón largo para tres, y una mesa rectangular en el centro de todos los sillones. Había un pequeño escritorio hacia un lado con una silla, y detrás de éste dos ventanas altas rectangulares, con las cortinas abiertas, lo que daba la vista completa de la calle. En otra pared había dos libreros, y en la última una chimenea apagada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.