Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón
Wingzemon X
Capítulo 21
Fuegos Artificiales
Shanghái, China
01 de Febrero de 1878 (4574 del Calendario Chino)
Ya había anochecido y los faroles de gas estaban encendidos y alumbrando ligeramente la noche. La plaza central del Barrio Cristiano se encontraba particularmente poblada en esos momentos, aunque en su mayoría eran niños, y sólo unos cuantos adultos. Era el último día del Año Chino, y toda la ciudad estaba de fiesta, llena de luces y de ruido. En comparación, el Barrio Cristiano se encontraba mucho más tranquilo, pues no era precisamente una fiesta que ellos festejaran de manera particular. Sin embargo, era difícil, sino es que imposible, evitar que los niños se emocionaran con los fuegos artificiales que iluminarían el cielo justo a la media noche. Todos los niños del barrio habían acordado reunirse en la plaza para verlos, así que algunos adultos se ofrecieron a servir de guardia, entre ellos Magdalia, y por adición Shouzo igual.
Justo afuera de la capilla, habían colocado cuatro mesas alargadas, una a lado de la otra y las habían cubierto con manteles blancos. Colocaron sillas a cada lado, para poder servirles algo de cenar a los niños, y claro también a sus cuidadores. Pusieron las ollas con comida en una hoguera que prepararon a un costado de la capilla, calentando los platillos en preparación para ser servidos cuando fuera el momento.
Mientras tanto, Magdalia se divertía entreteniendo a los más pequeños. Siempre había tenido gran facilidad para llevarse con los niños, y estos siempre parecían tener una gran facilidad para encariñarse con ella y hacerle caso... bueno, más o menos hacerle caso. Desde sus años viviendo en Hong Kong, disfrutaba mucho jugar con ellos y enseñarles cosas; en otras circunstancias, quizás hubiera sido una muy buena maestra... quizás...
Más que nada por la insistencia de los niños, Magdalia había accedido a jugar con ellos a "Burlar al Hombre Ciego" o "La Gallina Ciega". Como era de esperarse, ella fue la seleccionada para ser la Gallina Ciega. Los niños le colocaron un pañuelo blanco alrededor de los ojos, privándola por completo de su vista. Luego la hicieron dar varias vueltas, y entonces, mientras ella estaba aún un poco mareada, comenzaron a girar a su alrededor al tiempo que cantaban y reía. La joven castaña, extendía sus brazos al frente, intentando atrapar a alguno de los pequeños, mas sus manos siempre terminaban por sólo abofetear el aire. Podía sentir como se movían a su alrededor y reían entre ellos con complicidad cada vez que fallaba, a veces por un pelo, de atrapar a alguno.
- No es cortés reírse así de las personas. – Les decía con falsa molestia.
No creyó que de hecho fuera a ser tan complicado; se veía que esos niños tenían gran facilidad para escurrirse, y encima de todo estaban en un espacio considerablemente amplio.
Por unos instantes, pareció que todos los niños hubieran callado abruptamente; ya no se escuchaba ni un sólo sonido, ni de pasos, ni de risas, ni de cantos. Eso inevitablemente terminó por ponerla un poco nerviosa.
- Oigan, no es justo; no se queden callados. – Recriminó la cristiana. – ¿Dónde están? ¿Dónde están?
Entre todo el silencio, escuchó una serie de pasos acercándose por su costado derecho. Se giró rápidamente en esa dirección, y comenzó a avanzar moviendo sus manos en el aire, algo bajas a la altura que esperaría encontrarse con la cabeza de un niño. Luego de sólo unos cuantos segundos, sus manos al fin lograron tocar algo, pero no parecía ser la cabeza de un niño. Pero sí parecía la tela de la ropa de alguien... Pero de alguien más adulto. Palpó un par de veces para cerciorarse, y entonces escuchó una serie de risillas burlonas a sus espaldas.
- Vaya, no me esperaba este recibimiento. – Escuchó como una voz grave, nada similar a la de un niño, pronunciaba justo delante de ella; y lo peor fue que... la voz le pareció bastante familiar.
Con su mano se levantó la venda de los ojos y alzó su mirada, encontrándose justo con lo que no deseaba encontrarse: unos astutos ojos turquesa, que apenas y se asomaban sobre el armazón de unos lentes oscuros, y de debajo de algunos mechones blancos.
- Hola de nuevo. – Comentó de pronto la misma voz orgullosa. – Qué curioso encontrarnos por aquí.
Magdalia apenas y logró salir de su asombro, para darse cuenta de que su otra mano, lo que tocaba era justamente el vientre del joven albino. Rápidamente la retiró y dio varios pasos en reversa para alejarse de él; los niños a sus espaldas volvieron a reír al unísono.