El titán de Varsovia

ESTRÉS

Esperé a Lio sentada en el pórtico, rememorando el pasado. Cuando regresó, pasó a mi lado sin decir una palabra. No esperaba que se disculpara por haberse escapado, pero a nadie le gusta que lo abandonen en medio de algo importante. Mucho menos si después de eso sentía que mi cráneo era partido en dos.

Quería reclamarle por haberme dejado sola, pero me contuve cuando vi su espalda e hice una comparación con otra espalda que tenía más músculos y fuerza de tracción. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y se me olvidó por completo el enfado.

Estuve sentada en las escaleras hasta que la cabeza me dolió. De noche, aun después de tomarme un analgésico, mi cabeza seguía retumbando como tambor. Cuando Lio preguntó por mi palidez, le conté lo que había visto, pero en vez de alarmarse, me preguntó cómo podría saber el tiempo que hay entre cada muerte.

Si le hubiera contado a Yasikov, me hubiera dicho:

«¿Y qué haces aquí tan tranquila?», su cara se teñiría de preocupación. Pero, con el rey, la reacción ante el peligro siempre es racional.

Me siento en el borde de la cama con la vista fija en una esquina de la habitación. Lio estaba leyendo un libro, hasta que pensó —según mi interpretación de su lenguaje no verbal— que me acostaría a su lado si soltaba el libro.

Aunque la idea de perderme en las sabanas me resulta de lo más tentadora, la idea de que las pesadillas devoren mi mente impide que haga lo que Lio quiere. Mis propias ideas me aterran. ¿Qué se supone que haga? Podría ignorarlos a todos o advertirles del peligro.

Pero qué hago si no me creen o sus fuerzas no son suficientes.

Aunque los cazadores hagan un excelente trabajo para proteger a todos, está el asuntito del titán. Él es la razón por la que no quiero dormir. Al titán no se le puede ignorar ni en los sueños ni en la realidad, punto.

—Tus niveles de cortisol se están elevando —comenta Lio con firmeza.

—Es por el estrés —respondo, poniéndome de pie.

Camino de un lado a otro y Lio permanece en silencio, siguiéndome con la mirada. Después de un rato, el cuello empieza a picarme y froto mi piel frenéticamente.

—¿Por qué estás estresada?

—No sé qué hacer.

—Eccemas, insuficiencia cardiaca, colon irritable, presión arterial alta…

—¿Eh? —Detengo mis pasos para verlo.

—Gastritis, Diabetes…

—¡Alto, alto! —No sé qué intenta decirme y no tengo ganas de adivinar—. ¿Qué piensas? Dilo.

—Esas enfermedades son el resultado de mucho estrés. Tu corazón es una burbuja frágil que puede explotar en cualquier momento y estás aumentando las razones para que eso pase.

—No necesito que me señales lo obvio, Lio —le reprocho, acercándome a él con los brazos cruzados.

—Entonces, ¿por qué no vienes a la cama? —Se pone de pie.

—¡Porque no puedo! —Lio inclina la cabeza hacia un lado de forma brusca—. Lo lamento.

Me atraviesa con la mirada, como hace siempre, e inclina la cabeza hasta quedar muy cerca de mi cara. Da pequeños pasos, obligándome a retroceder poco a poco, conduciéndome hasta la cama. Cuando me siento, él hace lo mismo, sentándose de lado para cercarme y mantenerme en mi lugar.

—Dime qué es lo que pasa y lo solucionaré —ordena.

—Ya te conté lo que vi… —susurro preocupada.

—Sí, pero no me dijiste que tenías tanto miedo.

—A veces se me olvida que para ti algunas cosas no son tan obvias.

—Tienes la piel enrojecida. —Él observa mi cuello y acaricia la zona afectada con la punta de los dedos, provocándome un suspiro de alivio—. Dime qué hago para que no te hagas más daño.

La ternura que me inspira este hombre es un completo misterio. No es posible que alguien con la mirada tan fría pueda despertar algo como eso.

—Mientras no estabas he visto muchas muertes, ¿entiendes? —Uso un tono de voz suave, pero la mirada de Lio no se está suavizando—. Tengo demasiado que arreglar y no sé por dónde empezar. Bueno, tal vez sí. Tengo que ordenar las muertes en mi lista. También he visto al hombre al que más le temo en este mundo y algo me dice que va a hacerme polvo.

—¿Por qué?

—No tengo la fuerza para enfrentarlo. No tengo el poder para cambiarlo todo en tan poco tiempo, no sé…

—No —me detiene—. ¿Por qué es el hombre al que más le temes?

—Porque ya me mató dos veces…

—Pero ahora estás conmigo.

El problema es que Lio no conoce al titán como lo conozco yo. Él podría igualar la fuerza del rey, o superarla, si se le da una buena razón.

—Tú no lo conoces.

—No me importa. —Acaricia mi piel con su aliento—. Si necesitas poder, puedo proporcionártelo. Si necesitas fuerza, también puedo dártela.

—¿Sabes lo que dices? —Trago saliva con dificultad.

—Estoy diciendo que yo lo mataré. —Su voz es una sentencia.



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En el texto hay: rey, brujas, dramas y magia

Editado: 27.11.2023

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