Intentando zafarse para tomar distancia, Medusa forcejeaba cada vez con más desesperación, pero el basilisco no la soltaba; al contrario, apretaba más y más. Con determinación, Medusa tomó una flecha, la convirtió en piedra y empezó a usarla como si fuera un cuchillo, apuñalando repetidamente la cabeza del basilisco. Tras varios impactos, logró formar una pequeña fisura en sus escamas.
Al percatarse, el basilisco la soltó bruscamente y tomó distancia de ella. Medusa, sin perder tiempo, volvió al ataque con sus flechas de piedra, apuntando directamente a la fisura que había abierto. El nuevo cuerpo de piedra del basilisco le otorgaba gran defensa, pero también lo hacía más lento, por lo que no pudo evitar sus disparos.
Al notar esto, Medusa redobló sus esfuerzos. Lanzó múltiples flechas hacia el cielo, petrificándolas en pleno vuelo y haciéndolas caer como si fueran meteoritos sobre su enemigo. Las flechas impactaron con fuerza, provocando que el cuerpo del basilisco se llenara de fisuras por todas partes. El daño era enorme, y de no ser por sus escamas de piedra ya habría perecido. Apenas podía moverse, mientras Medusa sonreía con confianza, preparando otro ataque.
Flecha tras flecha impactaba contra su cuerpo, haciendo que sus escamas parecieran caerse en pedazos. El basilisco, debilitado, no tuvo más opción que enrollarse sobre sí mismo, resistiendo el daño como podía. Parecía indefenso… hasta que, de pronto, una espesa niebla de veneno emergió de todo su cuerpo.
Medusa detuvo su ataque al instante y retrocedió, tomando distancia para evitar el veneno. Cansada, tensó fuertemente su arco con una flecha en mano, canalizando toda su fuerza en ese disparo. Esperó el momento adecuado.
El basilisco, envuelto aún en la nube venenosa, arremetió de frente, surgiendo con rapidez. Justo en ese instante, Medusa lanzó la flecha. El monstruo esquivó un impacto directo en la cabeza, pero la flecha alcanzó su cuerpo, atravesando parcialmente sus escamas de piedra. Aun así, logró envolver nuevamente el cuerpo de Medusa, apretándola con todas sus fuerzas.
Pero esta vez Medusa estaba preparada. Fue directo hacia la cabeza del basilisco, intentando contenerla. Sin embargo, notó algo extraño: el basilisco no intentaba forcejear como antes, sino que se aferraba a ella con más firmeza. De pronto, sus escamas comenzaron a desprenderse, cayendo fragmento tras fragmento, revelando debajo un nuevo color: negro con tonos violáceos.
El basilisco había mutado otra vez. Sus escamas reaparecieron, pero ahora estaban impregnadas de veneno, cubriendo todo su cuerpo y transmitiendo el veneno directamente al cuerpo de Medusa al contacto.
Ella trató de zafarse con todas sus fuerzas, pero no podía liberarse. Atrapada en su abrazo letal, tomó nuevamente una flecha de piedra e intentó apuñalarlo. Esta vez sí tuvo éxito: las nuevas escamas, aunque venenosas, no eran tan resistentes como las de piedra, y logró atravesarlas.
Aunque el basilisco tenía el poder del veneno, sus nuevas escamas no eran eficaces para la defensa: eran perforadas una y otra vez por el ataque de Medusa. Ella lo apuñalaba sin descanso, pero el basilisco, a pesar del dolor y de las múltiples heridas, no la soltaba.
La lucha se volvió un combate de desgaste. Mientras Medusa seguía hundiendo sus flechas de piedra en el cuerpo de su rival, el veneno del basilisco contaminaba cada parte de su cuerpo poco a poco. La tensión era insoportable: el público veía la escena sin comprender cuál sería el desenlace.
—Parece que tenemos un ganador… —anunció el referí en voz alta.
Los espectadores se sorprendieron. La pelea aún continuaba, y no entendían por qué el árbitro se atrevía a dar un veredicto antes de que uno de los combatientes cayera. Sin embargo, sus palabras escondían una verdad cruel: no importaba cuánto resistiera Medusa, el veneno ya estaba decidiendo la batalla.
Medusa, desesperada, seguía apuñalando con todas sus fuerzas, intentando abrirse paso entre las escamas envenenadas. El basilisco, herido y sangrando, se aferraba aún más a ella, sin intención de soltarla.
Finalmente, después de un último forcejeo, uno de los dos dejó de moverse.
—¡El ganador de esta batalla es… el Basilisco! —proclamó el árbitro con firmeza.
El coliseo quedó en silencio. El basilisco, cubierto de heridas profundas, liberó lentamente el cuerpo de Medusa, que yacía inmóvil en el suelo, muerta por el veneno. La batalla ya había estado decidida desde el momento en que él logró infectarla y aferrarse a su cuerpo.
No solo su piel estaba impregnada de veneno: también su sangre lo era, y durante el combate Medusa había hecho que el basilisco derramara grandes cantidades de ella. Con cada apuñalada, se envenenaba a sí misma más y más, sin darse cuenta de que aquello la llevaría a la derrota.
Fue, en esencia, una pelea de resistencia. Si Medusa hubiera soportado un poco más, quizá habría logrado la victoria. Pero el factor de la sangre venenosa del basilisco resultó ser el punto clave de esta batalla.
—¡Así concluye la segunda fase del torneo! —anunció el árbitro, levantando la voz ante los espectadores y los participantes—. Tomaremos un breve descanso para que los vencedores puedan recuperarse. En una semana comenzará la tercera fase, donde los ganadores de esta ronda se enfrentarán por la gloria final.
Los rugidos de la multitud retumbaron en el coliseo. Entre los participantes victoriosos, algunos sonreían con confianza, otros apretaban los puños con determinación. El deseo de ganar se sentía en el aire, cada vez más fuerte.
El final del torneo se acercaba, y con él la respuesta definitiva: ¿quién sería el verdadero campeón de esta lucha entre dioses, bestias y leyendas?
Editado: 03.09.2025