El Trono de Huesos

Noveno hechizo: Todo color

Dolores observaba impresionada a su maestro, mismo que tenía la mirada puesta en el cielo, como si su mente estuviera en otro lado.

La historia parecía ya haber terminado, por lo que la chica, satisfecha, decidió continuar con lo planeado. Por ello, inició con la conversación que encaminaría hacia ello.

—Lo consiguió, maestro. Al final, logró el balance que tanto deseaba e hizo de Ttetain un mejor lugar —comentó la joven, alegre, notada la sonrisa leve en el rostro de su maestro antes de responder a eso.

—Cumplí con la misión que la Diosa de fuego me puso. Es cierto, y para ello tuvimos que pelear a capa y espada por todo el mundo sin descansar. Arrasamos con los ejércitos sin problema alguno y atemorizamos al mundo entero por el periodo que nuestra cruzada estaba en proceso. Algo de lo que no estoy ni por asomo orgulloso —confesó el hombre, regresada su mirada a su alumna, la cual se notaba preocupada.

—Es cierto, pero debía hacerse así. No había otra manera de hacer el cambio. No a como el mundo estaba.

—Sí la había. Los Dioses pudieron aparecer y hacer su voluntad, sacar a la luz las mentiras de la humanidad y corregir todo eso. Sé que muchos no creerían al principio, pero con el tiempo, cambiaría. Sé también que se podía hacer de manera pacífica, no había real necesidad de llegar al genocidio, pero estábamos tan lastimados, tan deseosos de venganza, que nos cegó de momento y nos hizo tomar decisiones espantosas…

—Que al final terminaron más ayudando que perjudicando —agregó Dolores al final, tranquila—. Maestro, entiendo que lo que hizo fue horrible. La guerra es algo espantoso, pero usted mismo lo dijo: a veces es necesaria.

—No, nunca lo es. Fue un error. Debí volverme más fuerte y encontrar una manera. Yo sé que sí, pero eso ya está en el pasado. Lo que nos importa ahora es el presente, y para ello, tengo que contarte cómo es que llegué a ser quien soy ahora —explicó el hombre, lo que dejó impresionada a su alumna, callada para escuchar a su maestro.

La paz había regresado a nuestro mundo. El futuro de Ttetain se veía brillante, tanto que me parecía una fantasía lo que estaba observando, lo que se estaba consiguiendo con el provenir de los días luego de haber triunfado en nuestra misión.

La hermana Gabe de inmediato fue asignada por el pueblo para representar la voz del equilibrio, un puesto que ejerce la persona que cuida el interés de las naciones y la humanidad entera, siendo ella líder de la organización llamada Balance.

Por su parte, Sylas se volvió un alto líder militar que se encargó de levantar el primer departamento de policía y milicia integrado únicamente por genios en sus filas, para ejercer la protección de los civiles y cuidar el integro cumplimiento de las normas.

Por mi parte, fui el líder de mi nación, así como el director de mi propia academia de magia, misma que terminé cediendo a un joven monje que sé guiaría a los magos a un mejor futuro del cual yo podría alguna vez darles.

El mundo ya no me necesitaba, sabía que no. Y conforme pasaron los años, cuando finalmente cumplí mis treinta años, en el momento que visité la tumba de Devotha junto a Mikel, pasó algo inusual.

—Se acabó. Has completado tu misión y tu formación como mago. Ahora sólo queda esperar a morir y ya. Por mientras puedes conocer el mundo entero, descubrir cosas, hacer amigos en el camino y vivir una vida llena de aprendizaje, como a cualquier mago humano le gustaría —expresó Mikel frente a la tumba de mi amiga, parado a mi lado, a lo que respondí decepcionado.

—No es exactamente lo que quiero de mi vida —expliqué a mi maestro, cosa que lo impresionó—. Es tonto, ¿no? Durante toda mi vida deseaba poder hacer algo para mejorar este mundo. Ahora que lo he hecho, he perdido el sentido de mi vida y de quien soy. Deseaba aprender, pero moriré antes de saberlo todo, y lo que sea que pueda hacer, no tendrá un verdadero significado con el poco tiempo que esté aquí…

—Radimir… —mencionó el dragón en tono triste.

—Gracias, maestro. Ha sido más que sólo un tutor, sino también un gran amigo. Le agradezco todo lo que hizo por mí —dije con una enorme sonrisa, para luego él responder.

—Quédate conmigo. Estudiemos la magia no sólo aquí, sino más allá de las estrellas, donde ningún otro humano ha llegado jamás. Viajemos y recapitulemos todo lo que podamos por el universo, hasta que tengas que partir, amigo —la sugerencia me hizo sonreír, pues sabía perfectamente cual sería el resultado de eso.

—Maestro, sé que usted odia abandonar el planeta. ¿Está seguro de ello?

—No, la verdad es que odiaría hacerlo, pero puede que contigo sea divertido. ¡Podemos llevar a Bryan también! —Su entusiasmo me pareció lindo, hasta que de pronto, sentimos una poderosa energía acercarse. Al voltear hacia detrás nuestro, vimos como el símbolo mágico de la Diosa de fuego se hizo presente, manifestada la entidad al instante—. ¡Vaya! ¿Ahora qué necesitas? —Preguntó con una actitud bastante negativa el dragón, algo que me sorprendió muchísimo.

Fen lae coun zavenio eb dio —respondió la divinidad sin mirar al dragón, para luego dirigir ambos ojos hacía él.

— ¡Ja! Bem fen lae ninnt? —Cuestionó molesto Mikel al cruzarse de brazos, acción que provocó a la diosa voltear hacia mí.

Radimir Astrophet. Has cumplido con lo ordenado. Lograste crear un balance perfecto en este mundo justo como lo pedí. No sólo eso, has hecho un uso bellísimo de tus nuevas habilidades, así como te has vuelto un excelente mago, digno de mi bendición y halago —explicó la divinidad, algo que me apenó mucho al momento.

—G-gracias… ¡Muchas gracias, mi Diosa! Soy yo quien debería agradecerle todo lo que ha hecho por nuestro mundo. No tengo palabras —resalté de inmediato, algo que hizo sonreír un poco más a la diosa, pero hizo a Mikel girar los ojos.




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