He hecho con Haru lo que Aiko me ha pedido, con una extraña sensación en el cuerpo, como si algo malo fuese a suceder. Estoy más nerviosa de lo que acostumbro cuando beso la carita del niño y le deseo buenas noches en japonés. Entonces me deslizo a mi dormitorio. No sé dónde buscar a Aiko; sólo me dijo que hablaríamos, pero no me hizo un plano del lugar elegido, y la verdad, necesito posponer ese momento como si fuese la misma muerte acechándome. Entro en el baño y me doy una ducha de agua caliente; lavo mi pelo; me lavo los dientes y me coloco las cremas diarias sobre mi suave rostro. Supongo que me las pongo para que siga así… Me visto con un ligero pantalón corto y una camiseta de tirantes, pues aún es pronto para irme a dormir y tengo aún que encontrar al dueño de la casa para tener esa conversación.
Cuando voy a salir de mi habitación, me topo con el cuerpo de Aiko apostado en la puerta. Su rostro es serio, mucho más que antes.
-Iba a buscarte… -le digo a modo de explicación.
-Pues ya no hace falta. Retrocede.
Con un gesto me indica que vuelva a entrar en mi habitación y yo le sigo. Se sienta en uno de los sofás del salón; aguarda unos segundos, en los que imagino que está agrupando las palabras que va a decirme; suspira; junta las palmas de sus manos; posa su cabeza sobre ellas y comienza a hablar.
-Esta noche te has comportado como la señora de la casa. En un principio eso me ha molestado, pero luego he tenido tiempo para recapacitar. Supongo que mientras tú te bañabas –hace un descanso y aspira, como si el champú; el gel y las cremas hidratantes me estuvieran delatando-, he comprendido que ya es hora que seas lo que hoy has demostrado.
-¡No he querido ofenderte ni faltarte el respeto! –Grito angustiada al no haber entendido nada de su explicación- Sólo pretendía que se disolviera un poco de la tristeza de Haru y Aoi por la muerte de Rio. Perder a una madre o a una hija debe ser lo más duro, pero si ese sentimiento se puede sobrellevar en compañía… ambos pueden ayudarse, ¿no crees? Bueno al menos eso pensaba yo, y por eso lo hice… –ahora hablo sin parar de puro nervio- Pero si tú crees que no es lo mejor para Haru, te pido disculpas y te prometo que a partir de ahora no interferiré en estos asuntos.
-Al contrario. Quiero que sigas haciéndolo, pero quiero más. Si vas a ser la madre de Haru y vas a mandar sobre todo lo que afecte a esta casa, quiero todo lo que conlleva implícitamente ese cargo.
-No te entiendo… –balbuceo.
-¿No? Pues está claro. ¿Qué habitación prefieres, occidental u oriental?
-¿Vas a echarme?
-¡No! –Ríe- Quiero saber si tengo que mudarme yo a tu dormitorio o debes hacerlo tú…
-¿Qué? ¿Qué quieres decir? –pregunto realmente angustiada.
-Pues que a partir de ahora seremos una familia de verdad. Ya estoy cansado de etiquetar tu estancia en esta casa. Yo soy el padre y tú serás la madre de Haru, y como sabrás… -su rostro ya no es nada severo, todo lo contrario, parece divertido con mi nerviosismo- los papás duermen juntos; se bañan juntos; deciden juntos todo lo que afecta a su casa y a su hijo y… muchas noches hacen el amor –suelta mientras acaricia mi cuello con su dedo índice.
-Aiko, yo…
Yo no tengo ni idea cómo he llegado a esa situación y por lo tanto, no tengo ni idea de cómo salir de ella, pero está claro que algo tengo que hacer o decir para evitar que Aiko continúe con esa táctica. Mi conversación con Kumiko vuelve a mi cabeza en ese instante. Yo dije que podía ocurrir algo entre nosotros, pero creo que no lo decía en serio, o por lo menos no me refería a algo tan pronto. ¡Necesito como un siglo o dos para dormir con él o bañarme con él!
-Lo sé, tranquila –me dice- Seré yo quien me mude de habitación, así no echaras de menos tu espacio.
Mis ojos ya grandes de por sí, se abren todavía más. ¡Cómo no diga algo se viene a mi cuarto!
-¡Ah! Me olvidaba –continúa- También quiero que ocupes tu lugar dentro de los Yamaguchi. Serás la jefa. En la próxima reunión haremos tu presentación oficial.
Ahora sí que no sé qué decir… ¿Qué demonios ha pasado para que esa mañana de relax se haya convertido en esto?
-Prepárame un baño por favor –me pide-, mientras yo traigo mis cosas. Y la próxima vez nos bañaremos juntos.
Aiko sale de mi habitación mientras mis piernas empiezan a temblar; mis manos y todo mi cuerpo. Un sudor frio por la espalda rebaja mi temperatura y una señal de alarma suena y parpadea dentro de mi cabeza. En momentos desesperados, acciones desesperadas, ¿no? –me digo mientras abro el ventanal de mi habitación y decido trepar hacia el jardín, pero varios guardas me observan con actitud poco amigable y desisto. Entonces se me ocurre otra cosa. Antes que él regrese, me escabullo a la habitación de Haru; me cuelo en su cama; le despierto y le digo que ha tenido una pesadilla y que estaba gritando, pero que esta noche dormiré con él. Recito de nuevo esa misma excusa cuando al cabo de diez minutos Aiko asoma por la puerta y me pregunta por qué no estoy en “nuestra” habitación. No sé cuántas noches podré inventarme esta coartada para huir…
El día por fin amanece y yo he conseguido librarme toda la noche de Aiko, pero cuando entro en mi recámara para recoger algo de ropa, con la intención de irme a trabajar, me encuentro al padre de Haru semidesnudo. Parece que acaba de levantarse. Lleva sólo un “fundoshi”, una especie de ropa interior tradicional, que consiste en un lazo en la cintura y una tela que da dos vueltas, una por detrás y otra por delante. Observo que Aiko está musculado; su tez es muy blanca y no tiene pelo. Siguen sin resultarme atractivas esas características físicas, sin embargo una vocecilla en algún lugar remoto de mi cerebro, se acuerda del cuerpo de Takeshi, que aunque parecido, sí promovió reacciones más positivas…
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Editado: 31.05.2022