El Último Amanecer

La Trampa En El Bosque Oscuro

El crepúsculo pintaba el cielo con pinceladas de púrpura y carmesí mientras los gemelos, Leonel y Adriel, junto con su nuevo aliado Rafael, se adentraban en el corazón de un oscuro bosque.

Los árboles se alzaban como gigantes dormidos, sus ramas entrelazadas creando un techo de sombras que apenas dejaban pasar la luz de la luna. El aire estaba cargado de un silencio espeso, roto solo por el susurro del viento y el crujido ocasional de hojas bajo sus pies.

Cada paso que daban era un verso en un poema de misterio y peligro. El bosque parecía vivo, susurrando secretos en un lenguaje antiguo que solo las almas perdidas podían entender.

Los troncos de los árboles se retorcían como los cuerpos de criaturas atrapadas, y las sombras se movían como si tuvieran voluntad propia, danzando alrededor de los intrusos con una malevolencia palpable.

— Este lugar... se siente como un laberinto de sombras y recuerdos oscuros — susurró Leonel
— Mantengamos la guardia alta. Aquí, todo puede ser una amenaza — murmuró Adriel.

Rafael, con sus alas blancas y rosadas plegadas contra su espalda, avanzaba con una gracia serena, su luz interior iluminando el sendero que se extendía ante ellos. Su presencia era un faro en la oscuridad, una promesa de esperanza en medio del temor.

De repente, un aullido desgarrador rompió el silencio, seguido por el sonido de ramas quebrándose. Las sombras se materializaron en formas grotescas, criaturas que no eran demonios pero sí demoníacas, emergiendo del bosque con ojos que brillaban con una malicia inhumana.

La batalla estalló como una tormenta, los tres amigos enfrentándose a las oscuras criaturas con una ferocidad nacida de la necesidad.

Rafael, con sus alas desplegadas, se movía como un guerrero celestial, sus golpes llenos de una luz pura que repelía a los atacantes. Adriel, su cuerpo irradiando un resplandor dorado, luchaba con la fuerza de mil soles, cada movimiento una sinfonía de luz contra la sombra.

Leonel, con su creciente poder interior, se lanzó contra las criaturas con una determinación feroz. Cada nota de su música era una cuchilla de luz, cada acorde una explosión de energía que mantenía a raya a los atacantes. Pero las sombras eran muchas, y su odio era profundo.

— ¡Adriel, Rafael, no podemos dejar que nos separen!

Las criaturas parecían entender sus palabras, redoblando sus esfuerzos para dividir a los amigos. Dos de las más oscuras y poderosas criaturas acorralaron a Leonel, sus ojos ardiendo con una intensidad demoniaca. La oscuridad que emanaba de ellas era como un manto de noche sin estrellas, envolviendo a Leonel en un abrazo sofocante.

Leonel luchaba con todas sus fuerzas, pero sentía el peso de la desesperación aplastando su espíritu. Sus golpes eran frenéticos, pero cada movimiento parecía ralentizarse, como si estuviera luchando en el fondo de un lago oscuro.

— ¡Adriel, Rafael, necesito ayuda!

Adriel y Rafael, ocupados con sus propios enemigos, vieron a Leonel atrapado y sintieron una punzada de terror. Sus corazones latían al unísono, impulsándolos a luchar con más fuerza, pero la oscuridad era espesa, y cada paso hacia Leonel parecía llevarlos más lejos.

— ¡Leonel, aguanta! ¡Estamos llegando!

Pero la promesa quedó vacía cuando una figura emergió de las sombras, una presencia aún más temible que las criaturas. Era uno de los enviados de Belial, una entidad envuelta en una capa de oscuridad que se movía como humo vivo. Con un gesto, atrapó a Leonel en una trampa bien construida, un círculo de sombras que se cerró alrededor de él como una prisión inescapable.

— Luzbel, tu caída es inevitable.

Leonel sintió una descarga oscura atravesar su cuerpo, un dolor tan intenso que le arrancó un grito de agonía. Las sombras se retorcieron a su alrededor, enviando oleadas de dolor que resonaban en su ser. Dentro de él, Luzbel también sufría, su esencia celestial siendo corroída por la oscuridad.

— ¡No! ¡No puedo... rendirme!

Adriel, al sentir los dolores desgarradores de su gemelo, cayó de rodillas, su cuerpo sacudido por la angustia compartida. La conexión entre ellos era tan profunda que el sufrimiento de uno era el sufrimiento del otro.

— ¡Leonel, resiste! ¡No te rindas!

Rafael, viendo la desesperada situación, desplegó sus alas en un resplandor final de luz pura, arremetiendo contra las criaturas con una furia nacida de la desesperación. Sus golpes eran precisos, pero la oscuridad era implacable.

— ¡Adriel, tenemos que luchar juntos! ¡Por Leonel!

Con una última oleada de energía, Adriel se levantó, sus ojos brillando con una determinación feroz. Juntos, él y Rafael lanzaron un ataque combinado, sus luces fusionándose en un torrente de poder celestial que rompió la línea de las criaturas, despejando un camino hacia Leonel.

Pero cuando llegaron, solo encontraron el vacío. Las sombras se habían llevado a Leonel, y la oscuridad que quedaba era un eco de su sufrimiento. La desesperación se cernía sobre ellos, pero también una chispa de esperanza y determinación.

— No dejaremos que esto termine así. Recuperaremos a Leonel — dijo Rafael.

El bosque oscuro se convirtió en un testigo mudo de su promesa. Los gemelos y Rafael, ahora más unidos que nunca, se prepararon para enfrentar lo que vendría.

Sabían que la batalla entre la luz y la oscuridad estaba lejos de terminar, y que cada paso adelante sería un desafío. Pero también sabían que juntos, podrían enfrentarlo todo.

Los gemelos y Rafael, con sus almas entrelazadas, se dirigieron hacia el horizonte, sabiendo que la verdadera prueba aún estaba por venir, pero dispuestos a luchar con cada fibra de su ser para salvar a Leonel y derrotar a la oscuridad.




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