El sendero que se extendía ante los gemelos, Leonel y Adriel, estaba teñido de sombras que danzaban al ritmo del viento. El bosque que antes les había parecido un refugio ahora se sentía como una trampa, un laberinto de oscuridad que cerraba sus puertas tras cada paso que daban.
El aire, que había sido fresco y limpio, ahora estaba cargado de una energía densa y maligna, como si el mismo mundo respirara con dificultad ante la presencia de un poder antiguo y terrible.
Leonel (pensando): Khaos... su presencia se siente en cada rincón. Es como si la misma tierra temiera su regreso.
A medida que avanzaban, las sombras parecían cobrar vida, alargándose y retorciéndose como serpientes negras que acechaban en los bordes de su visión. Los árboles, que antes eran guardianes de su camino, ahora se inclinaban hacia ellos, sus ramas como dedos retorcidos intentando atraparlos en un abrazo mortal.
Luzbel (en la mente de Leonel): Siento su poder, Leonel. Khaos no es como los otros. Es la oscuridad pura, el origen de todas las sombras.
El camino los llevó finalmente a la entrada de una aldea, pero lo que encontraron allí fue un paisaje de pesadilla. Las casas, que alguna vez estuvieron llenas de vida y risas, estaban ahora reducidas a escombros humeantes. Las llamas que aún ardían en algunos lugares eran como lenguas de fuego que lamían las ruinas con un hambre insaciable.
— No... esto no puede estar pasando en verdad — se horrorizó Leonel.
El corazón de Leonel se apretó en su pecho al ver la destrucción total que Khaos había dejado a su paso. Los cuerpos de los aldeanos yacían esparcidos por doquier, sus rostros congelados en expresiones de terror y dolor, como si hubieran visto algo tan horrible que incluso la muerte no pudo borrar de sus memorias.
— Todo esto... por culpa de Khaos. Estas vidas, estas almas... todas han sido aniquiladas sin piedad — dijo Leonel con voz quebrada.
El escenario caótico que se desplegaba ante sus ojos era como un cuadro pintado con la sangre de los inocentes y las cenizas de sus hogares. Las calles, que alguna vez habían sido transitadas por risas y pasos felices, ahora estaban cubiertas por una capa de polvo gris y escombros.
Las ventanas rotas eran ojos vacíos que miraban al cielo sin esperanza, mientras el viento levantaba las cenizas en remolinos silenciosos que se desvanecían en el aire.
— Khaos... ¿cómo pudo hacer esto? ¿Qué clase de monstruo es capaz de tanta crueldad? — susurró Adriel.
El viento sopló suavemente, pero en su susurro traía consigo algo más que el sonido de la destrucción. Era una voz, suave y venenosa, que se arrastraba en el oído de los gemelos como un cuchillo invisible.
Voz de Khaos (susurrante): Luzbel... Miguel... ¿Dónde están sus grandes poderes ahora? ¿Dónde están sus promesas de proteger este mundo? Todo lo que toco se convierte en sombra, todo lo que aman ustedes, yo lo destruyo volviendolos seres inútiles.
El susurro de Khaos era como una serpiente enroscada en sus pensamientos, una burla que les recordaba cuán pequeños eran frente al poder absoluto de la oscuridad. Leonel sintió un escalofrío recorrer su columna, mientras la risa de Khaos resonaba en su mente, cada palabra impregnada de un odio profundo y antiguo.
Leonel (pensando): No podemos dejar que se salga con la suya. No podemos permitir que más vidas se pierdan.
Luzbel: Khaos siempre fue así... incluso en los tiempos antiguos. Destruye todo lo que toca, corrompe todo lo que respira. Pero no puede tener poder sobre nosotros, Leonel, a menos que se lo permitamos.
Los gemelos se adentraron más en la aldea devastada, sus pasos resonando en el silencio mortal que los rodeaba. Los edificios derrumbados parecían murmurar historias de vidas interrumpidas, de futuros que nunca se realizarían.
Leonel sintió una mezcla de furia y desesperación, pero también una determinación creciente de poner fin a la masacre que Khaos había iniciado, arrojándolo de regreso al abismo.
Sin embargo, justo cuando estaban en el centro de la aldea, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar. Antes de que pudieran reaccionar, una sombra densa y oscura emergió de la tierra, envolviendo a Adriel en un manto de tinieblas que lo levantó del suelo.
— ¡Leonel! ¡No puedo...! — gritó con desesperación Adriel.
Leonel se lanzó hacia su hermano, pero la sombra era rápida y astuta. En cuestión de segundos, Adriel fue arrancado de su lado, envuelto completamente en la oscuridad de Khaos. La risa de Khaos resonó nuevamente, más fuerte y maligna que antes, llenando el aire con su burla.
Khaos (con voz profunda): Mira bien, Luzbel. Mira cómo pierdes todo lo que amas, cómo el poder de la oscuridad devora todo lo que es bueno en este mundo. Este humano, este hermano, será tu perdición a menos que elijas sabiamente.
Leonel sintió su corazón detenerse mientras veía cómo su hermano desaparecía en las sombras. El miedo lo invadió, pero también lo hizo una furia que ardía con la intensidad de mil soles. Trató de luchar contra la sombra, pero sus manos pasaban a través de ella como si fuera humo, incapaz de detener lo inevitable.
Khaos (susurrando en la mente de Luzbel): Elige, Luzbel. O regresas conmigo a la oscuridad, vuelves a ser el Príncipe de las Tinieblas que una vez fuiste, o despídete de este humano y de Miguel. Tú decides.
El ultimátum de Khaos era claro, pero también cruel. Luzbel sentía las cadenas del pasado volviendo a atraparlo, tirando de su alma hacia el abismo del que había intentado escapar durante tanto tiempo. Pero Leonel, con toda su fuerza, luchó contra esa oscuridad interna, sabiendo que la vida de su hermano estaba en juego.
Leonel (desesperado) — ¡Luzbel, no podemos dejar que los tome! ¡Adriel y Miguel no merecen esto!