Corría el año 2030. La humanidad había sobrevivido un par de pandemias y un par de guerras con amenazas nucleares. Por un milagro, las potencias mundiales habían desarmado sus armamentos nucleares y por fin la tierra tenía paz. Para ser exactos, teníamos unos dos años sin guerras a gran escala. Yo estaba recién graduado de la universidad tecnológica (después de 12 años de carrera) y me esperaba una vida perfecta de ahí en adelante. Acababa de conseguir un trabajo fácil y con buena paga en el gobierno. Vivía con mi papá, así que casi todo mi sueldo era para mí; para mis hobbies quiero decir. Videojuegos y coleccionar “pendejadas” como decía mi papá cada vez que me lo topaba al regresar del servicio postal. Muñecos chinos de pelos parados y soldaditos espaciales que costaban cien veces más de lo que costaban sus G.I. Joe en la prehistoria. Por lo menos ya no decía que eran “vainas del diablo”. También solía jugar paintball los fines de semana, otro hobby muy costoso. Al menos ese me ayudaba a hacer ejercicio y a tomar aire fresco. Aunque no faltaba el eventual comentario de que por qué no me metía a la policía si me gustaba tanto jugar al soldadito.
Lo que él no sabía era que todos mis conocimientos de nerd y mis miles de horas matando demonios y alienígenas virtuales ayudarían a salvar al mundo algún día.
Mi vida era rutinaria, lo que no era necesariamente malo. A veces me lamentaba por no tener amigas ni novia. Tal vez por eso volcaba todas mis energías en cosas que me mantuvieran distraído. No había muchas mujeres en el departamento de mantenimiento de equipo pesado donde trabajaba, ni en mi equipo de paintball. Y, mucho menos encontrarías una mujer entre mis compas con quienes jugaba en línea todas las noches. Sé que no engaño a nadie, claro que si me importaba. Me había rendido completamente y esperaba que la mujer de mis sueños cayera del cielo.
Yo era una persona muy diferente a mi papá. Mi mamá tenía ya varios años de haber fallecido por un cáncer y, desde ese entonces, él se había vuelto un fanático religioso. Al punto de convertirse en diácono y dedicar casi todo su tiempo a la iglesia. Su gran dedicación a la iglesia fue recompensada un buen día. Él aplicó para un programa de esos que cumplen deseos a gente enferma o mayor. No se iba a morir inmediatamente, pero sufría del corazón. Su amigo, el padre Ernesto, movió algunos hilos para que lo aceptaran en un sorteo para ver si se cumplía su deseo de conocer el vaticano y al papa en persona.
Ahí, justo ahí, con ese sorteo fue que comenzó toda esta loca historia.
Era un caluroso día de invierno por la tarde. Sí, esa es la lógica del clima aquí en mi pequeño paraíso tropical tercermundista. Acababa de llegar del trabajo cuando un motorizado estacionó en la acera detrás de mí. Lo miré duro mientras desmontaba su moto. Metí la mano al bolsillo para tener la navaja lista y me enredé con las llaves. Esta vez estaba listo. Contra todos mis miedos, me había compré una navaja de bolsillo después del cuarto celular que me robaron.
Se quitó el casco y me saludó con una sonrisa diciendo que buscaba al señor Gonzalo García. Supuse que era para mi papá. Firmé el recibo y tomé el paquete, total, compartimos el nombre. Era una carta de la fundación Cumpliendo tus Deseos, mi papá se había ganado el sorteo ese de la iglesia del que yo no sabía nada en el momento. La leímos y tan solo contenía una dirección, hora y fecha de la cita. Estaba firmada por la agente que nos atendería, Angélica Iglesias, coordinadora de viajes. Ese nombre me sonaba, pero no logré recordar de dónde.
Nos sentamos a cenar y pusimos las noticias, únicas actividades que papá y yo compartíamos. Algo muy interesante estaba por pasar, un cometa desconocido pasaría cerca de la órbita terrestre. Ni Nasa, ni Roscosmos, nadie lo vio venir hasta que pasó el cinturón de asteroides cerca de Marte. Mas tarde me puse a revisar las redes y los foros a ver qué opinaba la gente. Muchos conspiranoicos decían que era el fin del mundo, otros que sería nuestro primer contacto extraterrestre. Comentaban toda clase de tonterías sin sentido. Que todos los chips de los vacunados se activarían, esa fue la más divertida. Iba a ocurrir dentro de dos semanas. Lo cierto es que, los conspiranoicos no estaban ni cerca de la verdad. La realidad era mucho, muchísimo peor de lo que alguien pudiese imaginarse.
Fuimos el domingo a las 12:00 am, día que decía la cita. Para nuestra sorpresa, no eran las oficinas de la fundación, sino una agencia de viajes cristiana. Viajes Celestiales, decía en grande con un vistoso logo. Ofrecían todo tipo de paquetes a Europa y tierra santa para ver las iglesias y esas cosas. Nos reportamos y la tal Angélica nos vino a buscar después de un rato. Llamó nuestro nombre desde un pasillo y caminamos detrás de ella hasta la oficina #7. Yo solo iba pensando en que desayuné tarde para no almorzar y me daría hambre temprano en la cena.
Al sentarme, no pude evitar fisgonear lo que ella tenía de adorno. Montones de figurillas de ángeles y de santos, cruces por doquier también; que chica tan rara. No tenía cara de ser del tipo religioso. Andaba en un vestidito negro, botas de metalera y una chaqueta de jean. Por último, la miré a ella con detenimiento mientras charlaba con mi padre. Sus voces se convirtieron en murmullos y el tiempo pareció detenerse cuando la vi a los ojos. Era demasiado hermosa, tan hermosa que no parecía ser de este mundo. Piel bronceada y cabello rizado como resortes con puntas rubias y mechas. Tenía una brillante cruz de acrílico y leds detrás de ella. La luz se filtraba entre su cabello y la hacía ver como una santa con un aura dorada. Ella se dio cuenta y no pareció molestarle que yo la mirara fijamente. Me miró de vuelta sin dejar de hablar con papá y sonrió. Supongo que así se siente el amor a primera vista, no lo conocía, pero eso debió ser. No sabía si mirar sus ojos o sus carnosos labios mientras se movían sin que yo pudiera entender lo que decía.
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Editado: 02.12.2023