El Último Ave María

Capítulo 2

Ahora hablaremos sobre el viaje, ya casi llegamos a la acción, paciencia. Nos encontramos con Angélica en la oficina para salir hacia el aeropuerto. Nuevamente estaba espectacular. Llevaba un vestido de flores y zapatillas, sus aretes y collar eran de plumitas doradas. En el camino se nos pinchó una llanta. Me ofrecí a cambiarla como todo un caballero, era una grosería de llanta. Ella se negó y la reemplazó en cinco minutos. Lo hizo sin ensuciarse ni sudar; era una diosa. En el aeropuerto ocurrió una de las clásicas. La base de las ruedas de mi maleta se rompió de la nada; lo que me gano por andar comprando barateces. Angélica consiguió tape de secuestro con uno de los conserjes y la reparó en un instante.

Partimos rumbo a Madrid de donde saldríamos hacia Roma. Paseamos un día en Madrid y, por la tarde, se nos unió otra ganadora del sorteo. Una niña de doce años que decía sufrir de un cáncer terminal; aunque no lo aparentaba en absoluto. Micaela Cruz era su nombre y viajaba con su padre, Gabriel. Las acompañaba Raffaello Pastore, su agente de viajes. Un muchacho avispado y apuesto, quien me causó un poco de celos al verlo charlar amenamente con Angélica. Era más alto que yo, más guapo, vestía mejor y estaba en excelente forma, olía mejor también. Ella notó mis celos y se burló de mi en voz baja, solo para después decirme que no tenía de que preocuparme porque no le gustaban tan guapos. Era curioso, todos los adultos parecíamos tener la misma edad; que coincidencia.

La fundación no escatimó en gastos. Los vuelos fueron en primera clase y todos los hoteles fueron de cinco estrellas. Lo único que no costeaban era el alcohol, por supuesto. Pasamos por muchos lugares que siempre había querido ver en persona. El coliseo fue el más impresionante. Nos habíamos hecho amigos todos, dentro de lo posible para tan corto tiempo. Hasta la pequeña Micaela, quien parecía una adulta la mayoría del tiempo, y no lo digo por su madurez, no, que va. Ella era agresiva, sarcástica, vulgar, tanto que llegué a preguntarme como diablos había conseguido ese viaje.

Lo único que me separaba del resto del grupo era mi falta de fe en la iglesia. No es que no creyera en ningún tipo de fuerza superior en absoluto. Porque, vamos, seamos serios, las primeras moléculas complejas de carbono no cobraron vida solo porque el agua salada estaba muy caliente. En fin, yo no era religioso ni creía en la iglesia y todos ellos sí, por lo que había charlas en las que me auto excluía. Hablaban de auras, ángeles, señales, colores del espíritu y quien sabe cuanta pendejada. Para ser sincero, me desencanté un poco con Angélica en el momento.  Ella creía en las mismas babosadas que mi papá se la pasaba compartiendo en sus grupos de WhatsApp con las otras señoras católicas.

Yo provengo de la clásica familia de mi país. Por un lado, de la ciudad y, por el otro lado, del campo. Mi abuela paterna, Mamá Yoya, era la del campo y era la más religiosa. Religiosa al punto de practicar todas esas supersticiones tontas de los viejos como: hacer resguardos, voltear santos y rezar con hierbas e inciensos. Ella era algo abusiva y pensaba que podía obligársele a la gente a creer, cosa que como todos sabemos, nunca resulta bien. Mi propio padre solía pelearse con ella y dejó de ir a la iglesia por años, hasta que mi mamá enfermó. Yo sentía un enorme desdén con todo lo que tuviera que ver con la religión. No iba a la iglesia desde los doce años cuando dejé de visitar a mi abuela. Me sentí algo mal cuando murió, pero no lo suficiente como para ir al funeral de esa vieja necia.

La última noche antes de ir con el papa fuimos a un bar-restaurante a comer pizza autentica y tomar algo. Mi papá se quedó en el hotel, no se sentía bien después de tanto ajetreo. Cambiaron el futbol en una de las televisiones y pusieron un noticiero. Seguían con el tema del cometa y, aunque estaba en italiano, todos nos quedamos mirando la tele un momento. Micaela me miró con sus grandes ojos de niña de película de terror y me habló con su molesta voz; era como una adulta intentando sonar como niña.

—¿Qué opinas del cometa? ¿Crees en los extraterrestres?

—Pienso que debe haber vida allá afuera, es casi imposible que no la haya. Sobre el cometa mismo, normal, hay miles de ellos… Aunque si es algo raro que sea desconocido. ¿Crees que nos vienen a invadir?

—Espero que no —dijo ella—. ¿Me das cerveza?

—No…

—¿Qué pasará si son alienígenas y nos vienen a invadir?

—Se llevarán una gran sorpresa —respondí sonriendo—. ¿Sabes inglés?

—Sí.

—¿Has oído la frase fuck around and find out? —dije riendo—. Pues, creo que se encontrarán con una dura realidad si nos vienen a joder. Especialmente ahora mismo que no hay ninguna guerra desde hace tiempo.

Ella se echó a reír, tomó mi cerveza y le dio un trago.

—Tienes toda la razón, hermano —dijo ella—. Los humanos tienen una increíble capacidad para hacer daño. Si los aliens vienen a invadirnos, les van a faltar manos para pelarnos la…

—¡Micaela! —dijo Gabriel—. Contrólate.

—Sí, papá... Dime algo, Gonzalo… Si tuvieras que pelear contra ellos, ¿pelearías?

—Mi país no tiene ejército ni fuerzas de defensa. —Me detuve, ella me miraba fijamente, como esperando una respuesta seria—. Claro que lucharía. ¿Quién no lo haría? Preferiría morir peleando. Sobre todo si es por una causa tan grande como salvar la tierra.

—Excelente respuesta, messirve —dijo ella soplando su flequillo, y miró a Angélica fijamente.

—Dudo que yo pueda ser muy útil en una guerra —continué—. Puedo correr y disparar, pero no creo tener lo que se necesita para ser un soldado y cosas así.

—Eso ya lo veremos —dijo ella—. ¡Angélica! ¡Consígueme una cerveza, ya estoy harta de estar seca!

Gabriel se llevó la mano a la frente diciendo que no tenía remedio y que se la podía buscar. Angélica se levantó de inmediato y fue a buscar más cerveza. Fui tras ella y la alcancé en la barra.




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