Una pistola de chispa, el arma favorita de los capitanes y corsarios, bellamente decorada en sus partes metálicas con la imagen de un águila. Una arma de un solo disparo, muy imprecisa, pero mortal si da en el blanco. Kayden estaba en otro mundo viendo los finos acabados del arma, imaginando como habrán alcanzado tal nivel de detalle con las herramientas que él conocía. Su padre había construido varias pistolas y mosquetes de este mecanismo, de peor calidad, destinada a cazadores y campesinos. Pero esta, esta estaba hecha para la nobleza quizás para la realeza, esta clase de calidad seguramente no se encontraría en Tecra.
Víctor le ordenó, luego de terminar de explicarle el plan, que llamase a su madre. Victoria quien parecía estar fuera de sí con su pérdida, al salir de la habitación Kayden, se tranquilizó.
—Hija sabías que esto tarde o temprano iba a pasar —inquirió Víctor.
—Lo se, pero no imaginé que sería la iglesia quien me lo quitaría.
—Eso ya no importa, tu esposo hizo algo que nunca creí que pudiera hacer.
—¿Qué fue lo que hizo?
—No se que lo llevó a tomar esta decisión, pero eligió a Kayden.
—Ya me lo había comentado antes...
Luego de un silencio corto, Victoria le hizo entender a su padre, que esa decisión ya se había tomado.
—¿Por qué Kayden? No es ni el hijo mayor ni destaca en nada a mi parecer, es demasiado delgado, no sobrevivirá.
—Kayden es un chico muy inteligente, pero al igual que piensas padre, no se si sobrevivirá, más ya no puedo hacer nada a menos que...
—No, si le dio el amuleto.
—Ya no se puede hacer nada. Desde ahora estará solo.
—Eso te quería recordar, sabes que no lo vas a poder ver otra vez, así que no te olvides de despedirte esta misma noche.
Aquella noche Kayden no pudo dormir, los colores hipnóticos del amuleto lo mantenían despierto, una forma ovalada de color rojo carmesí y con una "N" en color oro, y una delgada cadena plateada. Escondía tantos misterios como belleza, sin embargo las preguntas no cesaban de llegar a su mente, pero el tiempo no le sería suficiente, al cabo de unas horas su madre entró a la habitación donde se encontraba.
—Hijo ya debes irte, ¿Tienes todo preparado ya?
—¿Cómo que irme? ¿No vamos juntos madre?
—Como ya te explico tu abuelo, ahora tienes una misión y nosotros sólo te estorbaríamos en este momento, además es muy peligroso el viaje que te espera, y tus hermanos no serían capaz de dejarte sólo—Secándose las lágrimas, Victoria hizo una pausa —. No podría soportar perder a más nadie.
—Si yo no he muerto madre, ¿Por qué dice eso?
—Quizás esta es la última vez que nos vemos hijo mío.
Seguido a esa dura frase que congeló el corazón de Kayden, Victoria le devolvió el calor con un abrazo que se sintió como el último para él.
—Vamos a estar en Truma. Tu padre confío en ti, y yo lo haré igual. Sólo recuerda todo el amor que les dimos a ustedes tu padre y yo, a pesar de todo el odio que hay en este mundo.
—Mama...
Una sirvienta entró a la habitación para informar que ya los caballos estaban listos, Victoria no gesticuló más palabras y se limitó a darle un último abrazo a su hijo, sin saber si lo vería de nuevo.
Aún no había amanecido y la oscuridad de la noche se hacía presente en el frío camino hacia las riberas del río Verde, que bien podrían llamarse costas debido a la gran anchura del río.
Mientras los rayos vespertinos del sol aparecían en el horizonte. En el puerto una pequeña embarcación esperaba por su último pasajero, Víctor quien había acompañado a su nieto hasta al puerto se despidió de él con una pequeña palmada en la espalda. Una pequeña mochila, era lo único de su hogar que lo acompañaría a esta nueva aventura, una donde no sabía que le esperaría ni qué peligros le aguardaban y ni lo había pensado, todo pasaba demasiado rápido para pensar.
El río verde cruza toda la península Ozu, tiene una profundidad que permite que hasta Fragatas puedan navegar en toda su extensión, está afluente es una vital vía por donde pasan todas las mercancías y pasajeros de las ciudades más importantes Tecra.
Tras unas horas, donde Kayden no podía pensar en nada más que en cómo sería Truma, la segunda ciudad más grande del reino, comenzó a visualizarse la orilla de esta desconocida tierra para él, y luego de unos pocos minutos la muralla del puerto de Truma no podía ser más imponente, una gran pared de piedra que cumplía su misión en parecer impenetrable. Por detrás la ciudad costera, la vista sobre las montañas de Caramá era increíble, parecen un ejército de gigantes, resguardando detrás de ellos el fin del mundo conocido, un universo de inimaginables posibilidades, y justo en ellas se debería encontrar esa misteriosa ciudad de la que le hablo su padre, de la que nadie sabía, y la cual debería ser su próximo hogar.
El grito del capitán sacó del asombro a todos los pasajeros de la embarcación, quienes volviendo en sí, se apresuraron a tomar sus cosas y desembarcar. Kayden sin poder cerrar la boca, bajó lentamente, Truma era muy diferente a su natal Trecalia, la cantidad de personas corriendo de un lado a otro con mercancías, las enormes naves de primera línea que por la profundidad del río no llegaban hasta la capital; unos enormes barcos de varios pisos, casi como unas fortalezas flotantes.
Un pie golpeando su pecho lo devolvió a la realidad.
“Aquí tampoco era bienvenido”
—¡Un polizonte, capitán! —dijo uno de los guardias del puerto, apuntando con su mosquete a Kayden quien yacía en el suelo.
—¡Dejadlo ha comprado su pasaje!
—¿Un arenoso viniendo de Trecalia capitán? —cuestionó el guardia ante la posibilidad de que un Saradino que no fuera esclavo pudiese pagar un pasaje.
—Está relacionado con los Clark seguro ha de ser su sirviente, dejadlo ya.
El guardia se apartó lentamente no sin dejar de apuntar a Kayden, dejando claro que igualmente su presencia no era bienvenida. Kayden no quiso dejar ningún comentario esta vez, tenía claro que le podría ir verdaderamente mal.
El galope de un caballo acercándose a la escena alertó al guardia. Quien al ver de quien se trataba clavó su mirada al suelo.
—¡Querido sobrino! —ironizó Rolf Clark, tío de Kayden, mientras bajaba de su caballo—. Espero te agrade nuestra hospitalidad.
Mientras se acercaba, Rolf tomó su pistola y golpeó con la empuñadura de su arma la cabeza del guardia que había maltratado a su sobrino.
—Disculpalo sobrino, a veces se le olvida que un Saradino es quien salvó esta ciudad.
—Perdoneme almirante Clark, no volverá a suceder—respondió el adolorido guardia.
Rolf Clark, primer oficial en la armada real, un hombre de unos cuarenta años, tez clara y cabello castaño como el de su hermana, realmente fornido, y muy respetado en Truma, que a pesar de no poseer un intelecto destacable si lo era su fuerza y habilidad de combate.
Aun sin hablar Kayden se subió al caballo de su tío quien caminó al lado del caballo saliendo del puerto y entrando a la majestuosa y acalorada ciudad costera.
—¿Qué te parece Truma sobrino?
—Señor...
—La vida es muy corta joven Kayden, las penas guardarlas para cuando estés solo, no les dejes ver ninguna debilidad—dijo Rolf luego de despeinar a Kayden.
—Si señor.
—Además si quieres sobrevivir aquí, tendrás que saber, que ser callado no te ayuda mucho, y sé de primera mano que ¡No eres un hombre de silencio sobrino!
Luego de varias carcajadas por la zona popular de la pintoresca ciudad, se dirigieron al barrio más caro de la nobleza de esa ciudad. Al llegar a una enorme mansión que supera con creces en tamaño y lujo a la de su abuelo su tío le ayudó a bajar del caballo.
—Bueno sobrino, hasta aquí te puedo ayudar, tu madre y hermanos llegarán en pocas horas.
—¿Cómo? ¿Que voy a hacer sólo aquí?
—Pensé que ya sabías, este es el hogar del capitán Shadid—murmuró Rolf —bueno hace unos años que ya no es capitán; el rey lo nombró almirante de la armada real, pero le gusta que lo llamen capitán.
—Bien, ¿Sólo capitán?
—Así es, ya sobreviviste a un escorpión, la experiencia lo es todo.
Luego de una sonrisa de despedida Rolf se perdió en la lejanía de la misma calle de la que venían.
“El guardia era un escorpión... Vaya experiencia, si él no llegaba ya estaría muerto.”
Kayden rebuscó en su mochila buscando la carta que le había dado su abuelo. Aún le parecía llamativo el sello de la carta, y se le ocurrió sólo para comprobar una teoría que tenía en su mente en detallar la casa buscando algún símbolo. Lo encontró... Un disimulado escudo con un escorpión en su centro.
“Otro escorpión, ya se quien me va a asesinar”
Tras un solo toque en la puerta, un mayordomo de aspecto pálido y con varios años encima salió de la casa cerrando la puerta detrás de sí.
“No digas nada”—recordó Kayden antes de abrir la boca.
—¿Qué se le ofrece... ? Joven—preguntó el mayordomo.
Kayden sin decir nada más entregó la carta que le había dado su abuelo. El mayordomo, al reconocer el sello, le pidió amablemente que entrara a la casa.
La mansión por dentro imponía más que en su fachada, decoraciones de oro y plata, un gran candelabro en el centro de la sala, aún más grande que el de la casa de su abuelo, y un mobiliario de lujo.
—Sientese y espere un momento, el señor vendrá en unos minutos.
Kayden se sentía fuera de lugar con sus sucios ropajes, el barro y suciedad del puerto se habían esparcido por sus prendas, al darse cuenta de esto volteó y efectivamente... había ensuciando el suelo con sus botas.
Sacó un trapo medianamente limpio que tenía en su mochila, no quería enfurecer al dueño nada más llegar, luego de limpiar el delicado mármol, obviamente sin lograr el mismo brillo que tenía el resto de la habitación, decidió esperar de pie, la tela del mobiliario no aguantaría una limpieza así.
—¡Que alguien me explique ¿Por qué el inútil Phra'Ik me envió uno de sus inútiles hijos después de morir?! ¡¿No le bastaba con morirse y ya?!—bramo Josias Shadid saliendo de su despacho.
—Cálmese señor, parece que nadie se enteró—interrumpió el mayordomo tomando al capitán por los brazos.
—¡Voy a acabar con ese inútil ahora mismo!—Quitándose de un empujón al mayordomo y sacando su pistola—. Así me quitaré todos los problemas de encima.
Josias Shadid, un Saradino, de piel oscura, con una imponente altura, una corta barba Blanca, un ojo de vidrio a su izquierda, profesaba todo el terror que cualquiera esperaría ver al mirar a un pirata.
Kayden fue apuntado con un arma por segunda vez en el día, esta vez sabía que no sería para advertirle, así que apenas vio la chispa del arma encenderse se lanzó detrás del mueble, el estruendo del disparo hizo temblar toda la cristalería de la casa. Pero él sabía que era el momento de huir, al capitán no le daría tiempo de recargar. Al levantarse y espero ver al capitán recargando, pero para su sorpresa este había sacado una segunda pistola y nuevamente estaba en el trayecto del proyectil.
Kayden lanzó rápidamente su mochila hacia la pistola, provocando que el capitán fallara el tiro de nuevo.
—Este sucio...—escupió Josias.
Con su nueva oportunidad, Kayden corrió hacia la parte de atrás de la mansión buscando una puerta que diera al patio. Tras unos segundos eternos esperando un tercer disparo a sus espaldas, encontró la puerta que buscaba y salió de la mansión.
—¡Capitán deténgase!—exigió el mayordomo.
—Cállate, ese inútil se me va a escapar.
Josias se apresuró a perseguir al chico antes que saliera de la mansión, pero al ver que salía por la puerta al patio emprendió una carrera que hacía años que no se esforzaba tanto, para él ese chico era un cabo suelto que no podía permitirse.
El mayordomo quiso seguirlo, pero se detuvo al mirar entre las cosas del chico que estaban en el suelo, además de unas prendas y varias cosas pequeñas, un amuleto extraño que llamó su atención.
Al salir al patio, el capitán no pudo divisar a Kayden, pero al bajar el primer escalón un montón de arena cegó su único ojo, seguido del golpe de una pala que lo tumbó en el suelo. Al aclararse la vista para sacar su espada, se encontró con el cañón de una pistola bellamente tallada con el símbolo de un águila, empuñado por el chico.
—Vaya pequeño, te subestime.
—Ahora me tendrás que escuchar.