Sentado en su trono el Gran Emperador miraba el cielo con nostalgia.
Habían pasado más de 600 años, y Bairam, el Gran Emperador, había logrado conquistar el mundo entero. Ni él mismo podía creerlo.
Durante su largo reinado, firmó un acuerdo de paz con los demonios y les permitió vivir entre los humanos. Además, les otorgó sus propios territorios para que vivieran tranquilos. También, se apoderó del poder de las iglesias para que los héroes fuesen educados bajo su tutela personal y convivieran entre demonios.
Bairam, el Gran Emperador del mundo, creó el imperio más próspero y grande que los libros hubiesen registrado. Unificó reinos hasta crear un poderoso imperio. Acabó con la eterna guerra entre demonios y humanos. Y trajo la paz al mundo.
La gente vitoreaba su nombre, la alegría inundaba sus tierras, pero el Gran Emperador Bairam no era capaz de compartir esa dicha. Su castillo era más grande que una ciudad y su trono más alto que una colina, más nada de eso hacia feliz a Bairam. Su corazón añoraba el cielo.
El Gran Emperador del mundo solo deseaba volar.
-Majestad, ¿qué le preocupa hoy?
Era la pregunta de su mayordomo principal, ese viejo hombre pronto se jubilaría y sería reemplazado por otro. Así ha sido por los anteriores 600 años y así lo seguirá siendo. Y lo mismo con todos los sirvientes que viven en el castillo. Todos envejecen y mueren, menos Bairam, al menos no al mismo ritmo que ellos.
El pasar del tiempo es distinto para Bairam, es una enseñanza que nunca olvidó. Su querida Bal se lo enseñó.
-Majestad, creo que es hora de que escoja una esposa.
La misma frase cada año. Todos sus mayordomos principales se lo dicen. Porque todo el imperio espera que el Gran Emperador tenga hijos cuando él ya no este.
Él no deseaba una esposa, ni hijos, todo lo que deseaba ahora era volar por el cielo azul y disfrutar de tan simple dicha. Además, las mujeres humanas no son lindas.
Bairam extrañaba ser él mismo.
-No es necesario. No moriré.
Siempre joven, hermoso y deslumbrante. Con la piel morena y ojos dorados. Bairam, considerado el hombre más apuesto de todos, era un emperador maldito incapaz de envejecer.
-Disculpe mi insistencia, pero nunca sabemos cuándo su maldición pueda disiparse. Por favor, reconsidérelo.
La misma respuesta cada año.
¿Es que acaso todos sus mayordomos se habían puesto de acuerdo para decir siempre lo mismo?
-Jajaja…
Bairam, encontraba una pequeña diversión en sus pensamientos.
Ciertamente, él no era feliz. Pero era capaz de hacer felices a otros. Y disfrutaba los fugaces momentos alegres que tenía ocasionalmente; al menos eso quería creer. Porque Bairam nunca dejó de sentirse solo, más ahora incluso, su alto trono era muy frío y solitario para su corazón.
Si tan solo pudiese volar su desdicha sería menos.
Una tarde helada de invierno, su desolado corazón no pudo aguantarlo más. Agarró su caballo más veloz y fue hacia la bahía. Compró el barco más ligero y navegó hacia su isla. Por varias semanas el barco se meció entre las olas, pero nunca hubo rastro de la isla.
-¡No puede ser! ¡Estaba aquí! ¡Estoy seguro! ¡El mar no debería acabar! ¡Mi isla estaba aquí!
Había llegado hasta otro continente, y sin rastros de su isla.
Su preciada piel de dragón había desaparecido para siempre.
Desconsolado regresó a su castillo y se sentó en su solitario trono. La enorme pena que inundaba su corazón solo creció con el pasar del tiempo. La gente iba y venía, y con cada cara nueva que conocía una nueva tristeza se albergaba en su corazón.
Era muy difícil hacer amigos sin sufrir.
Los humanos mueren muy pronto y los demonios odian quedarse en un solo lugar mucho tiempo.
-Porque tu tiempo y el mío son diferentes… Bal, te extraño.
Sus noches solitarias estaban llenas de lágrimas y mucho vino.
Una tarde hubo un gran banquete, reyes de todas partes del mundo venían para presentar sus saludos y dar obsequios. Fue una noche tan aburrida como tantas otras, pero esta vez iba a ser diferente. Entre sus invitados había una mujer que lo miraba con demasiada insistencia.
Ella era una joven con la cabellera más negra que la misma noche.
En aquellos femeninos ojos negros no había amor, ni seducción. Solamente había locura.
-¿Quién es ella?
Susurró a su joven mayordomo principal, el cual casi da un grito de alegría al escuchar esa pregunta.
-¿Cuál de todas? Majestad.
-La jovencita que viste de negro. Y que me mira con ganas de matarme.
Que desilusión fue para el mayordomo.
-Oh, es la Emperatriz Taini Birsha, ha conquistado la mitad de su continente. Es la hija del Tirano Birsha y la Loca Brunhild. La llaman “Santa Oscura”, porque es generosa, pero está loca. Arrasó con toda su corte sin razón alguna.
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Editado: 24.04.2025