Era el hijo del mismísimo rey de Babhur, pero se ganaba la vida como cualquier otro hombre: derribando árboles. Hoy no sería un día de trabajo distinto para la habitual rutina y monótona vida del joven Sullivan Hart. Con una edad madura, parecía que en realidad él era el joven chiquillo comparado con su hermano, que con cuatro años menos de edad, era un joven demasiado resuelto con las armas, además de muy encantador para con las damas.
Desde temprano en la mañana, había estado renegando con el hacha. Por más que se empeñara en definir los primeros cortes, estos no producían efecto alguno sobre el tronco del árbol. Estaba seguro de que no era él, no podía ser él; era el hacha, seguro que era eso. Dejó de alucinar y siguió insistiendo por más o menos una media hora más, ya que solía ser muy testarudo. Aquello sólo le pasaba en los comienzos, pero ya a estas alturas, suponía que algo de experiencia debería haber adquirido.
Se dedicó alrededor de unos veinte años a la tala de árboles y, justo hoy, era un día como esos, los de sus comienzos; cuando sus fuerzas apenas le permitían sostener el hacha entre sus manos y, qué decir, de infligir un corte a semejante porte de árbol. Se detuvo en el mismo instante en que fue consciente de las gotas de sudor que comenzaban a escurrirse por su frente y su espalda, al mismo tiempo que expulsaba el aire de sus pulmones con pesadez.
Un golpe más que diera y, los músculos de sus brazos, aunque fuertes, no resistirían el dolor durante los días siguientes. El hacha quedó suspendida entre sus manos y un espeso vaho brotó de su boca. Se quedó pensando si, continuar con aquella tarea que, de lograr realizar siquiera un solo corte al árbol sería toda una hazaña, o rendirse con ese árbol en particular, justo el primero que Nelson le había encargado derribar ese día. Su agitada respiración comenzó a calmarse, pero no con ello, las ansias de concluir su trabajo para ir a la taberna. Decidió dar unos cuantos golpes más.
—¡Eh, Sullivan! —gritó Nelson acercándose.
Le oyó, así que, por un breve momento, se detuvo. Su compañero se acercaba aún más, de tal manera, que volvió sin piedad a su tarea.
—¡Si sigues insistiendo con ese árbol, acabarás cagando sobre tus pantalones!
Detestaba sus burlas y odiaba que tuviera la razón. Pero él, que era aún más caprichoso, asestó el último golpe con furia. En sus manos sólo quedó el mango, pues del fuerte impacto al elevar el hacha, la hoja de hierro se escapó por completo volando por los aires. Una risotada estridente por parte de su compañero lo irritó aún más.
—Caray, ¿querías asesinar a alguien? Porque sin duda ese pedazo de hierro volando cortaría la cabeza a alguien... o a sus bolas —volvió a reír.
—Muy gracioso, Nelson. ¿No se nota que tengo un mal día?
—Pues se nota que lo que no tienes son fuerzas, debilucho incompetente. Te pedí este árbol y otros dos más. ¡Para hoy! —gritó demandante.
—Ni siquiera pude en todo el día con este maldito árbol y, ¿quieres que vaya a por otros más? ¡Estás loco!
—No soy yo el niño bien y bueno para nada que trabaja de simple leñador y es tan sólo la sombra de su hermano.
—Eso dolió, Barnes —dijo Sullivan cerrando sus ojos. Lo había llamado por su apellido y eso sólo sucedía cuando se disgustaban.
—Es la verdad y no lamento haberlo dicho.
Dolido por sus palabras, Sullivan recogió el mango de madera en silencio y lo puso en su mochila. ¿Quién sabe a dónde habrá ido a parar el hierro del hacha? También puso el cuchillo con el que desgajaba las ramas y, por último, la botella que utilizaba para hidratarse. Sólo que ahora no se le ocurría beber precisamente agua. Ni siquiera miró a Nelson cuando se encaminó para marcharse de allí.
—Eso es, ve a embriagarte como haces siempre —espetó Nelson viéndolo marchar.
—Claro que eso haré —contestó de mala gana.
—¡Cabrón irresponsable! —le escuchó vociferar, pero él ya estaba bastante lejos de allí.
*****
No le gustaba su trabajo, no le caía bien Nelson Barnes, y sí, era la sombra de su hermano, el que será "el perfecto sucesor" de Lyre Hart, su padre. Eso ya era sabido por todos en Babhur y, en especial, por los mequetrefes de la taberna The Broken Thorn.
Nada más llegó allí, a la taberna, y abrió sus puertas, se encontró a su hermano con su habitual grupo de amigos sentados en sillones al fondo. Rogaba para sus adentros no haber sido visto, pues todavía se encontraba de pésimo humor. Encontró una mesa vacía delante, así que dejó la mochila en el suelo y se sentó. Al menos, hizo el intento de hacerlo, ya que de inmediato Sullivan se encontró de espaldas al suelo. Una de las patas de la silla se había quebrado causando un espectáculo para su hermano y sus compinches que estallaron en carcajadas que repercutían no sólo en el fondo del amplio salón, sino en los mismísimos oídos de Sullivan.
Genial, lo único que quería era pasar desapercibido, pensó Sullivan aún resentido del golpe. Apoyó sus codos y manos sobre el piso tratando de levantarse. Reconocía que este era el momento en que sus músculos, por todos los golpes ocasionados al nogal, comenzaban a doler.
De pronto, las puertas de la taberna se abrieron y unas relucientes botas de cuero llamaron su atención. Desde su posición, siguió con la mirada el resto del cuerpo para darse cuenta de que frente a él estaba Wisym Wythey, nada más ni nada menos que el mejor amigo y mano derecha de su hermano, a quien también odiaba por todos los abusos que juntos le propinaron de pequeño. Una sonrisa de malicia se dibujó en el rostro del recién llegado, quien comenzó a acercarse. Las botas recién lustradas se posicionaron justo al lado de Sullivan, quien arrugó la nariz debido al exagerado perfume que desprendía.
Casi todos los amigos de Wheeler, al igual que él, destacaban por sus atuendos elegantes y perfumadas fragancias. No como Sullivan que, en ese momento, apestaba a sudor, madera y tierra. Wisym pareció visualizar a sus compañeros al fondo, pero no omitió lanzar una burla maliciosa hacia Sullivan.
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Editado: 26.04.2024